Pero la novillada estelar de San
Isidro, con la presentación en vísperas de alternativa de tres toreros
punteros, se resuelve sin relieve. Concurso sin fortuna de los jandillas de El
Parralejo.
BARQUERITO
DE SALIDA SE dejaron torear los tres primeros novillos de El
Parralejo. Álvaro Lorenzo, versión feliz de la verónica seca o castellana, se
encajó en el tercio y a modo con el primero de corrida: cuatro lances ceñidos,
pero se interpuso el viento, y el viento lo desarmó. Ginés Marín, versión de la
verónica alegre y volada a pies juntos –el modelo sevillano-, se hizo querer en
el recibo del segundo: cinco lances de fino trazo, media malabar –torero de
buenas muñecas- y una larga cambiada de manos por delante que pareció de
embaucamiento. El novillo había sido protestado de salida y los lances
acallaron de un golpe las protestas.
Varea, versión de la verónica de aire trágico, de suerte
cargada y manos altas, desplegado el vuelo, le pegó al tercero en el recibo
cinco lances retemplados, severos, elegantes. Así que el examen primero se
resolvió a favor de Varea. Contó el empaque.
Los tres espadas salieron a quites. Ginés, por gaoneras, más
firme que afortunado, en el toro de Lorenzo; Varea, por sedicentes chicuelinas
y media de remate muy hermosa, en el toro de Ginés; y Lorenzo, por verónicas de
mano baja e impecable ajuste, en el toro de Varea. Solo que ese tercero de
corrida, que había galopado pero también claudicado, se fue al suelo en el
tercer y último lance de Lorenzo. Y lo devolvieron.
Al sobrero, de José Vázquez, con más plaza y cara que los
tres novillos previos le pegó Varea seis verónicas monumentales –acompasadas,
embraguetadas, sentidas- y media casi barroca porque los capotes grandes se
prestan al dibujo barroco más que los pequeños. Tampoco ahora perdonó Álvaro
Lorenzo su quite. Supina brevedad: un lance abierto y la media. Y ya no riñeron
más. El cuarto se frenó antes de varas y Ginés desistió de un intento de
chicuelinas; la correa incierta del quinto no animó a nada ni nadie; el sexto
no atendió el reclamo de Varea en presunta porta gayola para una larga de
rodillas en cite más cerca del platillo que de toriles. Toro huido: ni el del
matador ni el quite ajeno.
Dieron pobre juego los novillos primeros. El primero,
precioso pero muy flojito, se vino abajo rendido y parado a los diez viajes, y
Lorenzo quedó casi inédito. El segundo duró bastante más pero, justo de
entrega, empezó a rebrincarse antes de aplomarse y no tuvo, en la corta
distancia, ni gana. Una larga, generosa y ambiciosa faena de Ginés Marín, con
dos mitades distintas. Una primera brillante –estatuarios de apertura, dos
tandas en redondo citando de largo, bellos remates de trinchera o de pecho,
soltura, cierto compasito que el toro no tenía- y una segunda bastante opaca,
por terca, por buscar Ginés el toreo en ovillo a pesar de lo que protestaba el
toro. Y por rematar con un alarde inadecuado: las bernadinas, colofón propio de
faenas mayores solamente. El sobrero de Vázquez, con el hierro histórico de
Aleas, se derrumbó al tercer muletazo, se sentó al sexto y pareció tener rota
una mano que perdía.
Los novillos de la segunda parte fueron de más serias
hechuras que los primeros. El cuarto, el de más cuajo de los seis; el quinto,
el más ofensivo; el sexto, el más montado. El cuarto manseó en varas, atacó en
banderillas y se empleó después. Elasticidad. Y entonces fue la mejor faena de
esta fiesta tan esperada: una espléndida tanda de doblones de Lorenzo para
ahormar; dos tandas con la diestra de caro gobierno, trazo largo y templado,
ligazón irregular. No fue toro de mano zurda –tardo, apagado- pero por ahí lo
provocó Álvaro en muletazos despaciosos, arrancados, a tornillo las zapatillas,
el remate detrás. Firmeza y poder. Un ovillo, una trenza y una cogida por pisar
terreno minado Álvaro. Tremenda voltereta. Y respuesta emotiva de torero de
raza. ¡Sin mirarse! Una última tanda con muletazos cambiados, cobrados con la
vuelta, ligados en un palmo. Y una estocada de gran fe pero tendida y trasera.
Casi una oreja.
Ginés brindó al público el quinto pese a verlo tan encogido,
a la defensiva, escarbador y correoso. Un hermoso comienzo de faena: de poder
con facilidad, muy sutilmente, sin esfuerzo, pura soltura. Pero ese quinto fue
toro ingrato: de puntear y mansear, de pretender rajarse cuando se vio
sometido, de soltarse cobardón y lanzar, mirón, más de un recado. Solo un error
de Marín: alargar faena, acortar distancias, ponerse encima. El ambiente estaba
hostil con Ginés desde el arranque –el precio de aparecer por Madrid como
figura del escalafón- y ahora le hicieron saber que las faenas largas no gustan
aquí.
La gente estaba con Varea: su fiel peña de Almassora, y no
solo. Se celebró su arranque de trasteo con el sexto –doblones forzados- y
hasta se jalearon pasajes de una faena más plana de que otra cosa, encima de un
toro aplomado, exangüe, el más bajo de raza de una corrida tan justa de ella. Y
se atascó la espada.
FICHA DEL FESTEJO
Cinco novillos de El Parralejo
(José Moya) y un sobrero -3º- de José
Vázquez.
Álvaro Lorenzo, silencio y vuelta al ruedo. Ginés Marín, silencio tras un aviso y
silencio. Varea, silencio y saludos tras
un aviso. Los tres espadas, nuevos en esta plaza. De Toledo, Jerez de la
Frontera (Cádiz) y Almassora (Castellón), respectivamente.
Buena brega de Puchi y Javier Ambel. Brillantes pares de Iván García.
Lunes, 9 de Mayo de 2016. Madrid. 4ª de San Isidro. 14.000 Almas.
Lluvia durante la lidia de primero y sexto. Nubes y claros, fresco, revuelto.
Pista pesada y parcheada. Dos horas y diez minutos de función.
Postdata para los
intimos.- Tormentosa primavera. Lapsus involuntarios. La calle de
Getafe donde acaba el tramo primero de la de Madrid es la del General Palacio y
no Palanca. ¡Esa memoria, Barquero...! Generales casi coetáneos pero muy
distintos. Notas dispersas del señor Gúguel: Palanca, valenciano y liberal, fue
comandante en jefe de las tropas españolas que acompañaron a las francesas en
la conquista de la Conchinchina a mediados del XIX. El primer mando militar que
entró en Saigón fue este Carlos Palanca tan de la época colonial. En Madrid, y
en Delicias, tiene una larga callecita de trazo angular obtuso, entre
Embajadores y la calle de las Delicias. Hay un antiguo cuartel de la Guardia
Civil.
Don Romualdo Palacio o Palacios (en la Google piden ayuda
para resolver la duda) murió en Getafe de edad de más de ochenta años. Y por
eso tiene calle en Getafe. Debió amasar alguna fortuna y levantó en la actual
calle de Ramón y Cajal un palacio, y valga la redundancia, que legó en su
testamento a la Guardia Civil para casa cuartel. Haré pesquisas. El señor
general fue uno de los militares de trapisonda que tanto aparecen en la
literatura de Valle Inclán. Fue martillo de carlistas en las tres guerras civiles
del XIX, bombardeó unas cuantas plazas fuertes. Contaron con él, Cánovas y
Sagasta, los dos. Fue gobernador militar y civil del Puerto Rico colonial y
parece ser que no dejó títere con cabeza. También haré pesquisas. Igual toca
cambiarle el nombre a la calle y a la plaza que tiene en Getafe. Era malagueño,
llevaba bigotes franceses, se retrata con una inmenso espadón pendenciero. Casó
dos veces. En la antigua fábrica de harinas de Getafe, transformada en teatro y
centro cultural, se inauguraba el sábado una muestra de fotos históricas de
Getafe. "¡Volveré!", dijo McCarthy. Otro militar con experiencias
coloniales..
Estaba por el callejón José Antonio Carretero. De paisano.
Javier Cortés mató el domingo en Alés -feudo torista junto a Nimes, patria del célebre
Marc Lavie- una tremenda del Cura de Valverde, ahora Valverde de Jean
Couturier. En www.torosdos.com hay un reportaje gráfico tremebundo. La plaza de
toros de Getafe no es monumental sino todo lo contrario. Pero está rodeada de
una praderita de hierba artificial.
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