Se cae media corrida de Juan
Pedro y el torero limeño, con parte del ambiente en contra, tiene que parar
hasta cuatro toros. Con los cuatro da la talla. Llamativa y precoz madurez.
BARQUERITO
Fotos: EFE
ENTRÓ EN SORTEO UNA corrida completa pero desigual de Juan
Pedro Domecq. Tres cinqueños abiertos en lotes distintos. Salvo un tercero
justo de trapío, fue corrida armada. Pero salvo el primero, el de la
confirmación de alternativa de Posada, fue también corrida de pobre aliento y
menguadas fuerzas. Frágil pero aparatosa: la de mayor promedio de peso de lo
que va de feria. Muchas carnes. Cara más que sobrada.
Era argumento mayor la repetición y el reencuentro de
Talavante y Roca Rey solo dos días después de su exhibición del viernes.
Ambiente eléctrico, escorado del lado de Talavante, a quien nadie reprochó
nada. Ni siquiera su poca decisión para atacar con la espada al cuarto. Y, de
parte de una ruidosa minoría, exigencia desmesurada con Roca Rey, pero de Roca
Rey fueron los grandes momentos de la corrida.
Los hubo con los cuatro toros que tuvo que recibir y
saludar. El tercero, protestado por terciado o liviano, fue el único que raspó
los 500 kilos. Un quinto descaderado que acabó derrumbándose en el remate de un
accidentado quite. Perdió pie el torero peruano, cayó inerme en la cara del
toro y tuvo que salir del trance enrollado en la vieja croqueta. Un quinto bis
del hierro de Juan Pedro, lavado y flacote, castigado con miaus de los
toristas, claudicante tras solo una vara y al fin devuelto. Y un quinto tris
del hierro de José Luis Marca, cinqueño, hondo como el que más, negro zaíno,
muy ofensivo, puro trapío, imponente estampa.
Al sentirse exigido como figura principal del reparto, Roca
Rey asumió papel protagonista. Una entereza más que llamativa. Desde su salida
a quitar en el primer toro de Talavante –en los medios, intercalado tafalleras
y caleserinas, remate de larga notable, runrún de los grandes- hasta el momento
de echarse encima del toro de Marca con la espada en un segundo viaje de torero
de valor.
Talavante renunció a replicar en el primer quite y esa baza,
menor, la ganó Roca Rey. Desafortunado el tercio de varas y moroso el de
banderillas, Roca Rey toreó de capa por abajo pero solo en lances de brega.
Talavante quitó discretamente: dos verónicas, y claudicó el toro. Vino entonces
una faena de Roca Rey distinguida por su autoridad –el toro en la mano,
gobierno del terreno, temple- y marcada por el ritmo muy cadencioso en tres
tandas en redondo, enroscadas, de listeza para ligar y rehilar cuando le
convino. A los veinte viajes estaba el toro molido, abierto de manos, rendido.
Entre pitones se cruzó Roca Rey para sacar casi a tenaza muletazos con la
zurda.
No teniendo el toro sino ganas de pararse, se creó una
tensión nada sencilla. La primera y única vez que Roca tiró un cambiado por la
espalda más de alivio que de alarde, lo castigaron los exigentes. La mayoría
subrayó con eco mayor los logros de la faena, que fue larga por tensa. Un aviso
antes de la igualada. Dos pinchazos, una estocada sin puntilla. No quiso el
torero limeño salir a saludar. Pero volvió a quitar en el segundo toro de
Talavante. Quite mixto y redondo de chicuelinas y tafalleras, y media buena.
Talavante tuvo la feliz idea de abreviar con ese cuarto
toro, acapachado, grandullón, que fue de los de ir y venir rebrincado y sin una
sola embestida de emoción. Con el primero de lote, que intencionadamente
Talavante se dejó crudo de varas, abrió en distancia con una pedresina muy
aparatosa y, firme, planteó enseguida faena en los medios, donde el toro,
venido a menos, se resistió no poco, y le acabó costando un mundo.
Así que al soltarse el quinto la cosa estaba para Roca Rey.
Gigantón el quinto, que romaneó pero se
repuchó en una primera vara. Como arrastraba una pata, surgió una bronca que
parecía contra el toro pero rebotaba en el torero. Antes de cambiarse el
tercio, y tras la segunda vara, Roca se fue a los medios, se plantó en ellos
capote a la espalda, citó de largo y le pegó al toro por los dos pitones
cuatro, cinco saltilleras de supino ajuste. Al rematar sobrevino la caída y
casi cogida, el autoquite rodando y el derrumbe del toro. El quite se celebró
como acontecimiento. Pañuelo verde, pero la ovación, la mayor de la tarde, fue
de trueno.
Al sobrero salió Roca a fijarlo en los medios capote a la
espalda otra vez. Corretón, el toro se soltó de los primeros lances, hasta que
Roca, más difícil todavía, lo sujetó con gaoneras templadas y ceñidas, con caleserinas
de limpio caracol intercalas y media de rodillas que puso la plaza boca abajo.
Un intento de galleo de frente por detrás, se volvió a soltar el toro, que se
cayó dos veces al cobrar un picotazo. Pañuelo verde. Un tercer sobrero, el
serísimo toro de Marca que tomó al salto el capote, fue bravucón en dos puyazos
y se paró en la muleta demasiado pronto. Antes de pararse, probó bastante, fue
mirón y tardo, ninguna entrega, algún cabezazo. Solo en ese momento pareció
flaquearle a Roca Rey el ánimo. Un poquito nada más.
El toro de mejor son fue el primero. Posada lo toreó de capa
con decisión, encaje y regusto bueno. Por arriba no quería el toro, sin todo lo
contrario. Faena más de acompañar que de dominar. Cuando se embraguetó, perdió
Posada pasos. La vieja lesión de tendones del brazo derecho pasó factura:
cuatro pinchazos sin confianza, una estocada. El sexto de corrida se
desencuadernó a las primeras de cambio. Un sobrero cuajado de Mayalde, serio
galán, que no duró casi nada. Afán visible de Posada, muletazos cortos,
reuniones provocadas, naturales de buen trazo pero de uno en uno. Y una
estocada.
FICHA DEL FESTEJO
Cuatro toros de Juan Pedro
Domecq, un segundo sobrero de José
Luis Marca –quinto tris- y un tercer sobrero del Conde de Mayalde –sexto bis.
Alejandro Talavante, silencio en los dos.
Roca Rey, ovación tras un aviso y silencio.
Posada de Maravillas, que confirmó la alternativa, silencio tras
un aviso y silencio.
Madrid. 10ª de San Isidro. Lleno. 24.000 almas. Primaveral. Dos horas y
tres cuartos de función. El Rey Juan
Carlos, con la infanta Elena y
su hija Victoria Federica, en la
meseta de toriles. Los tres espadas brindaron al Rey. Muy aplaudidos los tres
brindis.
Alejandro Talavante |
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