Una
faena notable con un noble toraco de Vellosino de 630 kilos. Tarde de
autoridad, madurez y entrega a pesar del castigo de coros de palmas de tango y
de chuflas de castigo. Discreto estreno de López Simón en la primera de sus
tres tardes de San Isidro.
López Simón |
BARQUERITO
Fotos: EFE
JUSTO ANTES DE abrirse el portón de cuadrilla se
abrió paso un coro de palmas de tango que iba, sin duda, por El Juli. El meollo
del coro, menor pero tan ruidoso que se comió el pasodoble del desfile, estaba
donde el famoso tendido 7, pero no solo. Una rareza no del todo insólita: un
paseíllo protestado –fueron miles los que no sabían por qué- y una bronca antes
de soltarse siquiera el primer toro. La corrida de Jandilla no pasó el
reconocimiento. Entró por ella la misma de Vellosino que vino el 10 de mayo a
sustituir a la de Robert Margé. Aquel día llovió a cántaros y se suspendió de
razón el festejo. Iban a haber matado los seis vellosinos Juan Bautista y los
dos grandes perjudicados de San Isidro, Eugenio de Mora y El Payo. El perjuicio
de no haber podido torear en la feria su único compromiso. El cambio de
ganaderías daba derecho a devolución. La plaza estaba hasta la bandera.
La corrida, más impropia que improvisada, fue de
dispares trazas. Tres toros cinqueños –tercero, quinto y sexto- y tres
cuatreños Cuarto y sexto pasaron de sobra la frontera de los 600 kilos, De aire
jurásico los dos. Los dos del lote de Perera, segundo y quinto, se quedaron en
el límite justo de los 600: muy acaballado el quinto, de alzada acentuada por
no humillar ni una sola vez, y acarnerado y muy justito de cara el segundo. El
primero de los seis tenía las hechuras del llamado toro de Sevilla, el toro
bonito, y se llamaba «Sevillano». El tercero, abierto de cuerna, fue el de
remate más equilibrado, y, en peso -535 kilos- se movió con el tranco propio de
los toros de bonanza. A la disparidad de traza –reatas o líneas distintas- se
sumó la variedad de pintas. Los tres negros –jugados en puestos pares-
abultaban el doble que los tres rubios.
El Juli |
A la cuenta de El Juli cargaron de partida todo:
el cambio de ganadería, las lindas hechuras del toro «Sevillano» que abrió
fiesta, recibido con un coro reiterado de palmas de tango y de chuflas, y, de
paso, su inicial fragilidad y su ligera informalidad. El Juli, bastante más
relajado que en su primera tarde de feria, anduvo con el toro seguro, fácil y
templado. Faena abierta sin pruebas, de notable puntualidad, con variantes en
la elección de distancias, toque de gran suavidad, muletazos muy despaciosos
con la zurda, ligazón y encaje. Todo pasó donde quiso El Juli, que enterró
arriba un pinchazo hondo, casi media. Tres descabellos, Después de arrastrado
el toro, se acalló el coro.
La faena estuvo salpicada de improperios y frases
vejatorias. Hizo oídos sordos Julián. Suya iba a ser la faena de la tarde. A
uno de los dos toros de jurásica estampa. El cuarto, un pavo, algo bizco, bien
armado, alto, largo, ancho, popa imponente. Toro abanto, de soltarse, pero El
Juli lo fijó en los medios y lo lidió sin violencia, picó perfecto Diego Ortiz,
capotazos precisos de brega de Álvaro Montes, banderillearon en los medios
Soler y Fernando Pérez, no hubo pasadas en falso ni un lance de más.
El Juli |
Trabajo de relojería. El Juli vio claro el toro. O
antes que nadie. Con todas sus carnes y hasta aire de toro viejo a pesar de ser
uno de los tres cuatreños, tuvo una virtud: la nobleza. Faena de suave trato,
porque solo al cuarto viaje el toro había rodado en el remate. La caída dio
alas a calvinistas y luteranos de los asientos de sol. La mayoría silenciosa
empezó a sentirse incómoda. No El Juli.
El ambiente en la última de las dos partes de
faena no fue nada nuevo. Se enfrentaron dos sectores de la plaza. Los que
querían reventar a El Juli y los que se echaban encima de los reventadores.
Julián navegó casi plácidamente. Tuvo el toro, tanto toro, en la mano desde la
segunda de las ocho tandas de que se compuso una faena de despacioso ritmo, con
dos tandas con la zurda a cámara lenta, enroscadas, libradas en un palmo de
terreno, temple severo en el toreo en redondo, graciosas soluciones –el cambio de
mano, el desdén ligado con el molinete y el de pecho, y, en fin, la autoridad
del toreo de mano baja encarecido por una doble dificultad cruzada: las
dimensiones tan pequeñas de la muleta de El Juli y el volumen tan particular de un toro de 630
kilos. Final redondo. Un pinchazo al salto, una estocada y un golpe de
descabello. Sacaron a saludar a El Juli a la segunda raya. No procedía
resistirse. Admirable la manera de volcar el ambiente, de poder con él tanto
como con el toro, que acabó entregado.
A Perera, brillante en un quite mixto en el toro
de Sevilla, no lo trataron mucho mejor que a El Juli. Pero sin tanta saña.
Calmoso, elegante, anduvo fino con el toro justo de trapío, que se rajó sin
consuelo ni remedio después de sometido y obligado. En los pasajes brillantes,
un silencio de castigo. Cuando el toro se fue a toriles, silencio de otro
color. Sin celo alguno, el acaballado quinto, noble pero nada más, consintió a
Perera ejercitarse en sus trenzas a toreo cambiado por la espalda, pero sin que
el gesto lo pareciera. Un arrimón para casi nada. Y una estocada en los bajos.
López Simón se encontró, como pasa en Madrid en
carteles de esta clase, con el favor de la inmensa mayoría, y el favor, además,
de encontrarse con dos toros de buena condición: el primeros de los cinqueños
de Vellosino, el del tranquito bueno, y un sobrero grandísimo de Domingo
Hernández que atacó de bravo, descolgó, metió la cara y repitió. Con ninguno de
los dos redondeó faena. El sobrero de Domingo Hernández estuvo a punto de desbordarlo.
Al toro de Vellosino no lo midió con precisión. El empeño del torero de Barajas
por buscar enseguida la distancia corta no es siempre un acierto. Con el toro
parado, tal vez. Con el que ataca, nunca. No fue brillante el estreno como
torero alternativo o emergente en la plaza que lo lanzó hace ahora un año.
POSTDATA
PARA LOS ÍNTIMOS.- La fuerza interior clave en el torero que sea. Es la
fuerza que gobierna al toro, teóricamente más poderoso, o que puede con la
inquina de cien enemigos desde la misma trinchera. Fuego graneado. La fuerza de
El Juli, por ejemplo, que esta tarde me parecía tan fresca como hace quince
años. O más. Y la esgrima mental para sortear las palabras gruesas, las palmas
de tango, la vejación verbal, tan insultante. La esgrima, que parece arte
sutil, es fuerza interior también. Vale!
FICHA DEL FESTEJO
Cinco toros de Vellosino (Manuel Núñez Elvira) y un sobrero -6º bis- de Domingo Hernández. Rechazada la corrida
prevista de Jandilla (Borja Domecq
Solís) y Vegahermosa (Borja Domecq
Nogueras).
El
Juli, silencio y saludos. Miguel Ángel Perera, silencio en los
dos. López Simón, aplausos tras un
aviso y silencio.
Picó perfecto al cuarto Diego Ortiz. Tito Sandoval
se agarró con maestría con el sexto de Vellosino. Brega buena de Álvaro Montes. Pares notables del
propio Montes, y de Curro Javier, Javier Ambel, Fernando Pérez,
Domingo Siro, Vicente Osuna y Jesús
Arruga.
Miércoles, 25 de mayo de 2016. Madrid. 20ª
de San Isidro. 24.000 almas. Nublado, templado. Dos horas y cuarto de función.
En la meseta de toriles, el Rey Juan Carlos, con la infanta Elena y su nieta Victoria Federica, recibió brindis muy aplaudidos de los tres
espadas. El Rey sentó a su izquierda
a Enrique Ponce en gesto de
distinción.
El Rey Juan Carlos con otro Rey, Ponce I |
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