Deslucida novillada de El
Parralejo. El torero toledano firma dos faenas de rigor, valor y temple, muy
meritorias. Soberbias verónicas de Ginés Marín. Entrega de Pablo Aguado.
BARQUERITO
ERA LA PRESENTACIÓN EN Sevilla de Álvaro Lorenzo y la
despedida de Ginés Marín. La alternativa de uno y otro, dentro de dos semanas
en Nimes. Álvaro, el día 14; al día siguiente Ginés. Y un tercer hombre en el
cartel: Pablo Aguado, torero del país, tardío, valiente, algo de diamante en
bruto, capaz y atrevido. Puede ser.
Son y han sido dentro de su escalafón Lorenzo y Marín.
Ginés, con su sello inconfundible de virtuoso. Lorenzo, con la etiqueta del
temple, el seco garbo. La primera novillada de las seis del abono de Sevilla.
El mejor cartel de las seis. El puente del Primero de Mayo había dejado Sevilla
casi desierta. Y, en fin, novillos de El Parralejo, procedencia directa
Jandilla vía Fuente Ymbro. Un chasco.
Dos primeros de muy lindas hechuras que, sin ser de tocar
campanas, acabaron siendo los mejores del envío; un tercero rajadito e inocuo;
un cuarto mansito, apagado, desganado, perezoso empuje; un quinto sin fijeza,
renegado, huido, a la defensiva y hasta en arreones por manso y no por pérfido;
y un sexto sin aristas, entrega ni relieve. Poca fuerza, sinónimo de poca gana.
Con eso no se contaba. La sorpresa ingrata de esta que se anunciaba como fiesta
mayor.
Hubo cosas de interés, mérito y carácter. Las dos faenas de
Álvaro Lorenzo, de firmeza y ciencia la primera de ellas, de torero largo,
paciente y templado la segunda, de valor de verdad las dos; una estocada
extraordinaria del propio Álvaro para rematar a lo grande la primera faena,
encarecida por el aire incierto del toro; toreo de capa clásico de altos vuelos,
la verónica encajada, embraguetada, de manos bajas y despaciosa de Ginés Marín
en el recibo espléndido del segundo de la tarde, la verónica a compás de Álvaro
para fijar al cuarto en el saludo, y las dos series fueron de hasta siete
lances cosidos el uno con el otro, de ir ganado terreno y de rematar bien fuera
de las rayas con sendas medias; la maravillosa temeridad de Pablo Aguado para
dejar su firma en la corrida con seis faroles de rodillas en los medios nada
más soltarse el sexto toro.
La aparición de los tres de terna en quites de vario color,
logradísimas dos verónicas de Lorenzo al tercero, las dos en la media altura y
a suerte cargada; un punto convencional el quite por chicuelinas despatarradas
y frontales de Ginés al cuarto; otro quite precioso del propio Ginés por esas
tafalleras revoladas y onduladas que Morante acaba de rescatar del baúl de los
recuerdos y el túnel del tiempo.
Hubo, además, la versión de novilleros enrabietados, presa
de ataques de amor propio: la tenacidad de Ginés para buscar la manera de
pegarle al manso quinto tres muletazos seguidos, y no fue posible; la entrega
de Aguado en dos faenas de firmeza y verticalidad conmovedoras, y apuntes de
toreo en semicírculo y a cámara lenta, ajustadísimo.
Y hubo aciertos y errores. Ginés pecó de precipitación al
abrir faena con el segundo de largo y de rodillas, una tanda que violentó al
novillo, pero supo dibujar segundas mitades de muletazo por todo excelentes,
ligar en el sitio y dibujar a pulso. Hasta que se vino abajo el toro. Y, en
cambio, la lúcida sabiduría y el valor de ley del toledano Lorenzo para tragar
en los dos turnos de muleta los parones, las miradas, los reniegos y hasta las
pruebas de los dos novillos. Los dos se fueron al desolladero bien toreados.
Lo que pasó es que la fiesta se fue a las dos horas y media,
los avisos no fueron gratuitos y la gente acabó cansada.
FICHA DEL FESTEJO
Seis novillos de El Parralejo
(José Moya).
Álvaro Lorenzo, oreja y saludos tras un aviso.
Ginés Marín, vuelta y saludos tras un aviso.
Pablo Aguado, palmas y ovación.
Buena brega Puchi y Rafael González con cuarto y tercero
respectivamente. Pares notables de Candela
hijo y Jesús Fini.
Sevilla. 17ª de abono. 5.500 almas. Primaveral, soleado, bastante
ventoso. Dos horas y media de función.
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