martes, 31 de mayo de 2016

FERIA DE SAN ISIDRO – VIGESIMOCUARTA CORRIDA: Una faena épica de Rafaelillo

Alta tensión, pelea memorable con un toro singular de Adolfo Martín y una vuelta al ruedo clamorosa. *** Variada corrida de albaserradas. *** Castella, castigado por un ambiente raro, torea muy despacio.
Rafael Rubio “Rafaelillo”
BARQUERITO
Fotos: EFE

Los tres primeros toros de la corrida de Adolfo Martín eran cinqueños. Cuatreños los demás. El cuarto, hondo y vuelto de cuerna, superó a todos en trapío. Uno de los toros con más plaza de toda la feria. 530 kilos. Una joya. Fue, contra costumbre del ganadero, corrida muy surtida. No solo por la diferencia de edades, que vino a confirmar una vieja noticia: la de que el toro de Albaserrada suele ganar con la edad en calidad, asiento y sentido. El son de los dos cinqueños primeros fue bastante más regular y constante que el de cualquiera de los cuatreños.

El quinto de corrida, alto, casi zancudo y flaco, cornipaso y cornialto a la vez, se acabó resolviendo en una embestida muy pastueña. En el aire común del saltillo mexicano. Muchas cosas hubo que ver en esta fiesta. Se daban por descontado unas cuantas, pero no que el quinto toro, de la reata de los Aviadores, la más pródiga de la casa, embistiera tan a cámara lenta y con tanta bondad.

Castella, blanco de agrias censuras sueltas en la tercera de sus cuatro apariciones de San Isidro, pareció el primer sorprendido por el son tan imprevisto de ese toro. Probablemente porque lo había visto acudir solo y a su aire al caballo, salir quebrado de dos varas pellizcaditas sin siquiera emplearse, tambalearse en banderillas y, sí, descolgar pronto, pero flaquear tanto que amenazaba con claudicar o acostarse. Un grito suelto intemperante le mandó un recado al ganadero antes de que el toro virara de rumbo.
Sebastián Castella
No es común ver embestir a un toro tan despacito. Tampoco ver torear tan al ralentí como lo hizo Castella con la mano izquierda. Ayudándose de la espada, y eso le daba al muletazo un rancio acento. El trazo fue soberbio; el pulso y la colocación también. Firmeza y encaje, los de siempre. El ambiente de plaza estaba muy revuelto y más en contra que a favor del torero de Beziers. El segundo de corrida fue con diferencia el más propicio y sencillo de los seis. Fibroso y musculado, remangado de cuerna, bajo de cruz, serio, aire felino. Galope de vibrante alegría, remate en dos burladeros, fijeza, ganas. Castella, fino con la capa en todas las bazas, abrió faena entonces, en tablas, con una tanda de sentida torería, intercalando el toreo cambiado y ayudado con lacios pases diestros. Se abrió al tercio. Promesa de faena mayor. Dos tandas en redondo –más lograda, ligada y reunida la primera que la segunda, las dos bien abrochadas-, una con la zurda de toreo en línea enganchado por delante, y el remate de dos trincheras, y de pronto se abrieron paso las censuras.

Castella pareció desconcertado. Decidió acortar distancias, el toro se apagó y, cuando rompía un corito de palmas de tango, sufrió un desarme. Al segundo intento, una gran estocada sin puntilla. Al rodar, el toro pareció querer volar. Antes de estrellarse contra las tablas de un portón y dejar teñido de sangre el estribo. Por todo eso –también porque la tarde de la corrida de Alcurrucén se había indispuesto en público con un censor y eso sale siempre caro- se encontró Castella a tanta gente tan del revés cuando más despacio estuvo toreando, y tan dejado de sí. A ese quinto toro tan etéreo lo tumbó de otra estocada impecable.

Los protagonistas de la tarde no fueron ni Castella ni los dos toros tan peculiares de su buen lote, sino Rafaelillo y el cuarto de Adolfo, el del trapío tan sobresaliente. Un toro disparado de salida en embestidas de colosal pujanza y algo celosas, y Rafaelillo se estiró en lances de dibujo y poder espléndidos. Un exceso de capotazos antes de varas, porque el toro parecía no ver el caballo y solo tenía ojos para los de infantería. Un puyazo trasero muy peleado; un segundo de fastidiosos preparativos pero que hizo mucha sangre, hasta la pezuña el reguero, Y una desafortunada idea: la de hacer al toro tomar una tercera vara que lo habría dejado roto sin su fondo de toro encastado. El precio del castigo en varas fue que el toro, tardo, se revolviera con un giro de peonza siempre que tomaba engaño. Medias embestidas, ni zapatilleras ni arteras, pero defendiendo al cabo terreno propio.

Al tardear, parecía medir. Rafaelillo decidió plantar cara y apostó por ganar la pelea. Las dos cosas. El cara a cara fue de una tensión tremenda. Secas las gargantas de la inmensa mayoría, la del propio torero y tal vez la del toro también, la mirada fija en Rafaelillo y la muleta a la vez. No hubo dos embestidas seguidas, pero Rafaelillo estaba puesto en el sitio en cuanto se resolvía la primera. Angustioso el ten con ten, aunque pareciera que Rafaelillo, firme de verdad, metidos los riñones, cites con el medio pecho, tenía en la mano el toro y que era dueño. Se pasó miedo. Se daba por acabado el combate cuando Rafael decidió tirar del toro con la izquierda en muletazos ayudados y enroscados, obedeció el toro. Los dos desplantes, frontales y rodilla en tierra, que sellaron las dos tandas más logradas se celebraron como momentos épicos y singulares. Lo fueron. Un pinchazo –encogido el toro- y una estocada sin puntilla. La vuelta al ruedo fue clamorosa. Se caía la plaza. Parecerá increíble pero no hubo petición mayoritaria de oreja.

También el primero de corrida, muy noble fue triturado en tres puyazos, no tan severos como los del cuarto, pero tres fueron. Noble toro, que oliscó y escarbó, y quiso, raro en albaserradas, mejor por arriba que por abajo. Cuando se paró, Rafaelillo tragó sin miedo. Una estocada a capón al tercer viaje. Escribano, que cumplía su tercera tarde de San Isidro, acabó con el tercero de infame bajonazo –un toro de mutante condición que no le dejó pensar ni terminar de ponerse- y pecó de machacón con el único toro de Adolfo que no tuvo el menor interés. El último.

POSTDATA PARA LOS ÍNTIMOS.- En uno de los miniprogramas de Radio 5 Todonoticias escuché no sé si ayer o esta mañana o el pasado fin de semana una fascinante historia sobre la voracidad insaciable de los cefalópodos .los pulpos en especial-, voracidad que ha ido creciendo a medida que el cambio climático ha empezado a dejarse sentir en las aguas superficiales. El panorama es trágico. Cuando no encuentran bocado que llevarse, los pulpos se devoran entre sí. El pulpo es una fiera. Ahora entiendo los desmanes de esa atracción mecánica tan de las feria que consiste en una máquina cabeza de pulpo y unos tentáculos al final de los cuales un cochecito sube y baja y ira sobre su eje. Me mareo. El pulpo al estilo feria, el pulpo a feira tan de Galicia, es un majar suculento. Y el rabo de toro. Y la oreja de cerdo. Y la lechuga de becada o tórtola. Y el tomate de Tudela. El tomate feo.

FICHA DEL FESTEJO
Seis toros de Adolfo Martín.
Rafael Rubio “Rafaelillo”, silencio tras un aviso y vuelta tras un aviso. Sebastián Castella, división tras un aviso y saludos. Manuel Escribano, silencio tras un aviso en los dos.
Brega buena de José Chacón y Álvaro Oliver. Pares de mérito del propio Chacón, Pepe Mora y Pascual Mellinas.
Lunes, 30 de mayo de 2016. Madrid. 25ª de San Isidro. Lleno. 24.000 almas. Primaveral, templado, casi a plomo las banderas. Dos horas y veinticinco minutos de función.
Manuel Escribano

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