Alta
tensión, pelea memorable con un toro singular de Adolfo Martín y una vuelta al
ruedo clamorosa. *** Variada corrida de albaserradas. *** Castella, castigado por un
ambiente raro, torea muy despacio.
BARQUERITO
Fotos: EFE
Los tres primeros toros de la corrida de Adolfo
Martín eran cinqueños. Cuatreños los demás. El cuarto, hondo y vuelto de
cuerna, superó a todos en trapío. Uno de los toros con más plaza de toda la
feria. 530 kilos. Una joya. Fue, contra costumbre del ganadero, corrida muy
surtida. No solo por la diferencia de edades, que vino a confirmar una vieja
noticia: la de que el toro de Albaserrada suele ganar con la edad en calidad,
asiento y sentido. El son de los dos cinqueños primeros fue bastante más
regular y constante que el de cualquiera de los cuatreños.
El quinto de corrida, alto, casi zancudo y flaco,
cornipaso y cornialto a la vez, se acabó resolviendo en una embestida muy
pastueña. En el aire común del saltillo mexicano. Muchas cosas hubo que ver en
esta fiesta. Se daban por descontado unas cuantas, pero no que el quinto toro,
de la reata de los Aviadores, la más pródiga de la casa, embistiera tan a
cámara lenta y con tanta bondad.
Castella, blanco de agrias censuras sueltas en la
tercera de sus cuatro apariciones de San Isidro, pareció el primer sorprendido
por el son tan imprevisto de ese toro. Probablemente porque lo había visto
acudir solo y a su aire al caballo, salir quebrado de dos varas pellizcaditas
sin siquiera emplearse, tambalearse en banderillas y, sí, descolgar pronto,
pero flaquear tanto que amenazaba con claudicar o acostarse. Un grito suelto
intemperante le mandó un recado al ganadero antes de que el toro virara de
rumbo.
Sebastián Castella |
No es común ver embestir a un toro tan despacito.
Tampoco ver torear tan al ralentí como lo hizo Castella con la mano izquierda.
Ayudándose de la espada, y eso le daba al muletazo un rancio acento. El trazo
fue soberbio; el pulso y la colocación también. Firmeza y encaje, los de
siempre. El ambiente de plaza estaba muy revuelto y más en contra que a favor
del torero de Beziers. El segundo de corrida fue con diferencia el más propicio
y sencillo de los seis. Fibroso y musculado, remangado de cuerna, bajo de cruz,
serio, aire felino. Galope de vibrante alegría, remate en dos burladeros,
fijeza, ganas. Castella, fino con la capa en todas las bazas, abrió faena
entonces, en tablas, con una tanda de sentida torería, intercalando el toreo
cambiado y ayudado con lacios pases diestros. Se abrió al tercio. Promesa de
faena mayor. Dos tandas en redondo –más lograda, ligada y reunida la primera
que la segunda, las dos bien abrochadas-, una con la zurda de toreo en línea
enganchado por delante, y el remate de dos trincheras, y de pronto se abrieron
paso las censuras.
Castella pareció desconcertado. Decidió acortar
distancias, el toro se apagó y, cuando rompía un corito de palmas de tango,
sufrió un desarme. Al segundo intento, una gran estocada sin puntilla. Al
rodar, el toro pareció querer volar. Antes de estrellarse contra las tablas de
un portón y dejar teñido de sangre el estribo. Por todo eso –también porque la
tarde de la corrida de Alcurrucén se había indispuesto en público con un censor
y eso sale siempre caro- se encontró Castella a tanta gente tan del revés
cuando más despacio estuvo toreando, y tan dejado de sí. A ese quinto toro tan
etéreo lo tumbó de otra estocada impecable.
Los protagonistas de la tarde no fueron ni
Castella ni los dos toros tan peculiares de su buen lote, sino Rafaelillo y el
cuarto de Adolfo, el del trapío tan sobresaliente. Un toro disparado de salida
en embestidas de colosal pujanza y algo celosas, y Rafaelillo se estiró en
lances de dibujo y poder espléndidos. Un exceso de capotazos antes de varas,
porque el toro parecía no ver el caballo y solo tenía ojos para los de infantería.
Un puyazo trasero muy peleado; un segundo de fastidiosos preparativos pero que
hizo mucha sangre, hasta la pezuña el reguero, Y una desafortunada idea: la de
hacer al toro tomar una tercera vara que lo habría dejado roto sin su fondo de
toro encastado. El precio del castigo en varas fue que el toro, tardo, se
revolviera con un giro de peonza siempre que tomaba engaño. Medias embestidas,
ni zapatilleras ni arteras, pero defendiendo al cabo terreno propio.
Al tardear, parecía medir. Rafaelillo decidió
plantar cara y apostó por ganar la pelea. Las dos cosas. El cara a cara fue de
una tensión tremenda. Secas las gargantas de la inmensa mayoría, la del propio
torero y tal vez la del toro también, la mirada fija en Rafaelillo y la muleta
a la vez. No hubo dos embestidas seguidas, pero Rafaelillo estaba puesto en el
sitio en cuanto se resolvía la primera. Angustioso el ten con ten, aunque
pareciera que Rafaelillo, firme de verdad, metidos los riñones, cites con el
medio pecho, tenía en la mano el toro y que era dueño. Se pasó miedo. Se daba
por acabado el combate cuando Rafael decidió tirar del toro con la izquierda en
muletazos ayudados y enroscados, obedeció el toro. Los dos desplantes,
frontales y rodilla en tierra, que sellaron las dos tandas más logradas se
celebraron como momentos épicos y singulares. Lo fueron. Un pinchazo –encogido
el toro- y una estocada sin puntilla. La vuelta al ruedo fue clamorosa. Se caía
la plaza. Parecerá increíble pero no hubo petición mayoritaria de oreja.
También el primero de corrida, muy noble fue
triturado en tres puyazos, no tan severos como los del cuarto, pero tres
fueron. Noble toro, que oliscó y escarbó, y quiso, raro en albaserradas, mejor
por arriba que por abajo. Cuando se paró, Rafaelillo tragó sin miedo. Una estocada
a capón al tercer viaje. Escribano, que cumplía su tercera tarde de San Isidro,
acabó con el tercero de infame bajonazo –un toro de mutante condición que no le
dejó pensar ni terminar de ponerse- y pecó de machacón con el único toro de
Adolfo que no tuvo el menor interés. El último.
POSTDATA
PARA LOS ÍNTIMOS.- En uno de los miniprogramas de Radio 5 Todonoticias
escuché no sé si ayer o esta mañana o el pasado fin de semana una fascinante
historia sobre la voracidad insaciable de los cefalópodos .los pulpos en
especial-, voracidad que ha ido creciendo a medida que el cambio climático ha
empezado a dejarse sentir en las aguas superficiales. El panorama es trágico.
Cuando no encuentran bocado que llevarse, los pulpos se devoran entre sí. El
pulpo es una fiera. Ahora entiendo los desmanes de esa atracción mecánica tan
de las feria que consiste en una máquina cabeza de pulpo y unos tentáculos al
final de los cuales un cochecito sube y baja y ira sobre su eje. Me mareo. El
pulpo al estilo feria, el pulpo a feira tan de Galicia, es un majar suculento.
Y el rabo de toro. Y la oreja de cerdo. Y la lechuga de becada o tórtola. Y el
tomate de Tudela. El tomate feo.
FICHA DEL FESTEJO
Seis toros de Adolfo Martín.
Rafael
Rubio “Rafaelillo”, silencio tras
un aviso y vuelta tras un aviso. Sebastián
Castella, división tras un aviso y saludos. Manuel Escribano, silencio tras un aviso en los dos.
Brega buena de José Chacón y Álvaro Oliver.
Pares de mérito del propio Chacón, Pepe Mora y Pascual Mellinas.
Lunes, 30 de mayo de 2016. Madrid. 25ª de
San Isidro. Lleno. 24.000 almas. Primaveral, templado, casi a plomo las
banderas. Dos horas y veinticinco minutos de función.
Manuel Escribano |
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