domingo, 1 de mayo de 2016

20 años de la goyesca que cambió el toreo

El momento cumbre de José Miguel Arroyo "Joselito"
Fue el 2 de mayo de 1996, ahora se cumplirán 20 años. José Miguel Arroyo "Joselito", vestido de goyesco con un terno verde botella con pasamanería de oro, lidió en solitario seis toros en la monumental de Las Ventas. A pesar de todo el tiempo transcurrido desde entonces, sigue siendo un auténtico modelo de cómo un torero resuelve una papeleta siempre tan difícil. Fue aquello una auténtica lección magistral, de las que no se olvidan. Como escribe Carmen de la Mata, el torero madrileño "había aportado una renovada concepción de la Tauromaquia, marcando un antes y un después en la evolución de la misma". Incluimos el video íntegro de aquella tarde, tomado de Youtube.

Carmen de la Mata Arcos
Redacción TAUROLOGIA.COM

Sin ninguna duda uno de los principales hitos de la historia contemporánea del toreo aconteció en la plaza de toros de Las Ventas el 2 de mayo de 1996. Aquella lluviosa tarde de primavera, un torero de Madrid, José Miguel Arroyo “Joselito”, sentó las bases de una nueva tauromaquia. La trascendencia de la corrida va mucho más allá del mero resultado numérico, pues aún siendo un dato destacado lo verdaderamente importante fue la clase magistral impartida en coso tan relevante y la dimensión alcanzada.

A pesar de que el tiempo no era muy propicio, el público madrileño respondió al reto lanzado por José Miguel Arroyo y ocupó totalmente los escaños de la monumental. No era la primera vez que el diestro capitalino afrontaba en solitario la lidia y muerte de seis animales. En los diez años que llevaba como matador de toros había repetido dicha acción hasta en siete ocasiones. Cinco de ellas estaba anunciado como tal en el cartel, sumándose a éstas las dos restantes en las que hubo de hacerlo tras percances de los compañeros. Una de esas oportunidades tuvo por escenario el recinto taurino de la calle Alcalá, cuando “Joselito” trenzó el paseíllo de esta guisa en la Corrida de Beneficencia de 1993.

Con anterioridad a la corrida goyesca del 2 de mayo, la temporada marchaba para José Miguel Arroyo por la senda del éxito. Cabe mencionar a este respecto, el cosechado el 25 de febrero en la Monumental de México, cuando le cortó el rabo al toro “Valeroso” del hierro de De Santiago, así como también las salidas a hombros en Castellón y Arles y las orejas paseadas en Valencia y Sevilla. Con estos credenciales, se presentaba el espada de Madrid en la puerta de cuadrillas de Las Ventas vestido con un traje verde botella y pasamanería en oro.

En los corrales aguardaban su salida al ruedo ejemplares de El Torreón, Las Ramblas y Antonio Ordóñez, si bien finalmente un astado del hierro albaceteño y otro del maestro de Ronda fueron devueltos por su flojedad, ocupando su lugar sendos cornúpetas de Cortijoliva.

El toro que rompió plaza pertenecía a la primera de las ganaderías citadas, y desarrolló nobleza y clase desde el primer instante que pisó el redondel, aunque adolecía de poca fuerza. “Joselito” lo saludó con un ramillete de buenas verónicas, comenzando seguidamente el recital de quites que iba a ofrecer aquella histórica tarde con uno por navarras, que tuvo su continuidad en otro por delantales. Inició la faena de muleta con estatuarios, sacando con rapidez al de El Torreón a los medios. Allí fueron surgiendo series de redondos y naturales con la virtud esencial del temple y la despaciosidad, “metiendo los riñones”, como asevera Javier Villán en El Mundo. El burel, siempre manifestó mejor comportamiento por el pitón derecho que por el izquierdo, de ahí pudieron nacer los altibajos de los que habla en su crónica de ABC Vicente Zabala de la Serna. Con todo, se trató de una labor de alto nivel que contó además con el atractivo añadido de la variedad, cualidad que se repetiría a lo largo de la función. Mató de estocada ligeramente desprendida y conquistó su primera oreja.

En segundo lugar se anunciaba un animal de Las Ramblas que, finalmente, regresó a las dependencias interiores del coso madrileño dada su invalidez. El sobrero de Cortijoliva no hizo albergar demasiadas esperanzas a los toreros en los primeros tercios, pues manseó claramente. Tras el paso por el caballo, ejecutó “Joselito” otro quite por navarras rematado con una larga cordobesa. El nudo del trasteo, brindado a Alberto Ruiz Gallardón, se planteó en el platillo de la plaza, terreno donde el astado se decantaría para bien ó para mal. Si acabó entregado a la franela fue gracias al sitio que pisó el diestro y a su firmeza. Citándolo desde lejos y aguantando una enormidad fue apoderándose de su voluntad, haciendo que terminara embistiendo con calidad. Una vez que a base de valor sometió al cornúpeta, le extrajo naturales espléndidos por lo templado y reunido que toreó. Fue éste uno de los momentos culminantes del festejo, con el público en pie ovacionando unánimemente a José Miguel Arroyo. El inapelable estoconazo, puso en su mano el doble trofeo.

El tercer ejemplar de la corrida llevaba la divisa celeste y rosa de Antonio Ordóñez. El matador se fue acoplando progresivamente a las condiciones de la res y le ayudó a romper hacia delante. Cuando ya lo metió en el engaño, los muletazos fluyeron templados, limpios, ligados. Nuevamente, la mano izquierda de “Joselito” brilló con luz propia durante la faena, sobresaliendo los naturales instrumentados de frente y a pies juntos en la parte final de la misma. El diestro de Madrid prosiguió ejerciendo con magisterio la suerte suprema, logrando su cuarto apéndice de la tarde.

Se escucharon algunas protestas al aparecer el cornúpeta con el hierro de Las Ramblas que abría la segunda parte de la función. Éstas desaparecieron llegado el tercio de quites, que fue otro de los instantes para el recuerdo que tuvo la goyesca. En primer término, realizó uno ceñido por chicuelinas y a continuación uno más por crinolinas. En los tendidos de Las Ventas estalló una atronadora ovación que hubo de corresponder el torero montera en mano. El animal se vino arriba en banderillas y se presentó ante la muleta de José con una cualidad muy importante, la repetición. El matador le dio la distancia y el tiempo justo, contribuyendo con ello a acrecentar las virtudes que poseía el astado. “Joselito” empezó su soberbia obra con unos ayudados plenos de torería, para después torear relajado y con desmayo sobre la mano diestra. La naturalidad y la pureza siempre fueron signos de distinción en la tauromaquia joselitista y así quedó más que demostrado, una vez más, en este trasteo. La entrega absoluta se produjo al lanzar la ayuda al suelo y ejecutar así varias series por ambos pitones, perfectas de colocación, con el espada asentado firmemente sobre la arena y con una verdad inmensa. El coso madrileño estaba rendido por completo a quehacer tan sublime. La tizona viajó, nuevamente, con acierto y el esportón de “Joselito” sumó dos orejas más.

La quinta res de la corrida fue, al igual que la primera, de El Torreón. El ejemplar, que no estaba sobrado de facultades, se partió el asta derecha en un lance fortuito de la lidia, circunstancia ésta que fue decisiva posteriormente ya que el toro protestó mucho y terminó parado. José Miguel Arroyo abrevió con la franela y lo pasaportó de estocada entera. En el segundo tercio de este cornúpeta se produjo una imagen nada habitual, el salto de la garrocha, protagonizado por Manuel Ignacio Ruiz.

El último astado del festejo fue un sobrero de Cortijoliva que suplió al burel titular de Antonio Ordóñez que fue devuelto al blandear en demasía. “Joselito” lo recibió con una larga cambiada de rodillas, prueba fehaciente de su disposición y mentalización. El animal de la vacada toledana fue un manso de libro, negándose a tomar las telas y huyendo de los picadores. Ante la imposibilidad de suministrarle puyazo alguno, fue condenado por el palco presidencial a banderillas negras. Tanto Antonio Romero como Juan Cubero e incluso el propio matador bregaron gallardamente con el de Cortijoliva, tratando de que mejorara su comportamiento. La actuación con los rehiletes de José Antonio Carretero fue memorable, pues se la jugó de manera casi heroica al prender los dos pares. El toro, que no admitía para nada la dominación del diestro, se marchó con descaro a las tablas, defendiéndose agresivamente cada vez que se le obligaba a tomar el engaño. Comprobado esto, el torero lo cuadró y le entró a matar, dejando una estocada algo desprendida. La afición valoró justamente la labor de José Miguel Arroyo, sacándolo a saludar.

Así concluyó esta extraordinaria corrida, con la apoteósica salida por la Puerta Grande de Las Ventas de un espada nacido en la Villa y Corte que había aportado una renovada concepción de la Tauromaquia, marcando un antes y un después en la evolución de la misma. “Joselito” no terminó aquí su glorioso mes de mayo en la plaza capitalina, puesto que el día 15 volvió a salir a hombros tras pasear las dos orejas de un ejemplar de José Luis Marca y el 23 rivalizó con Enrique Ponce en un tercio de quites histórico.

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