PACO AGUADO
Durante la última semana, en España se ha hablado
infinitamente más de la muerte de un toro que de la de un torero. Mientras el
novillero Renato Motta, un chaval que apenas empezaba a rodarse en el toreo,
perdía la vida por los encrespados caminos del Perú profundo sin que casi nadie
le escribiera, la prensa española gastaba cantidades ingentes de videos, bites,
decibelios y tinta en ocuparse del ya famoso Toro de la Vega.
Es tanta la obsesión de los animalistas y de los
antitaurinos infiltrados en los medios por este antiguo torneo que llega a ser
una rutina irritante. "El Toro de la Veerrrga", seguro que, tirando
de albur, le habrían llamado ya en México a un asunto que, siendo anecdótico,
algunos están empeñados en hacer prioritario en esta España plagada de
problemas políticos y económicos. Probablemente, por despistar.
El caso es que la semana pasada la Junta de
Castilla y León decidió, en un tajante "café para todos", eliminar la
muerte pública de reses en todos los festejos populares que se celebren en su
jurisdicción, intentando cínicamente quitarse de en medio el permanente acoso
de los pelmazos antitaurinos cuando llega el mes de septiembre, acompañado de
esa mala imagen que ofrece la sesgada interpretación que los medios hacen del
vapuleado torneo medieval.
El responsable político justificó la medida
alegando, más o menos, que para que las tradiciones continúen deben adaptarse a
los tiempos, lo que no deja de ser una simpleza pero también una clara bajada
de pantalones ante la presión animalista, que ha conseguido así una victoria
muy buscada, por simbólica, en su carrera hacia la abolición absoluta de todo
tipo de festejos taurinos.
No otra cosa fue lo que aseguró el Pacma (el
partido animalista español) en la entusiasta nota de prensa que emitió tras
proclamarse la medida, por si alguno de esos incautos taurinos, a los que no
les importa este primer paso y desdeñan los festejos populares, podía tener
alguna duda de las verdaderas intenciones de los abolicionistas.
Pero, como una cosa es predicar y otra dar trigo,
que se dice en esa misma Castilla, ya veremos lo que sucede cuando llegue la
hora de la verdad, esa en la que, sean cuales sean las normas que se traten de
imponer, salga a las calles y a los campos de Tordesillas el serio toro elegido
por todo un pueblo constantemente agredido y ofendido en su moral por esta ya
larga persecución. Acuérdense de Fuenteovejuna, señores políticos.
La impresión que subyace también tras todo este
asunto es que, de no estar en manos del Partido Socialista el ayuntamiento del
famoso pueblo vallisoletano, los miembros del Partido Popular de la Junta de
Castilla y León, esos que también dicen defender la fiesta de los toros, no se
hubieran atrevido a dejar así a uno de sus alcaldes, a los pies de los caballos
desbocados del antitaurinismo.
Y es que en esto de los toros, a pesar de las
apariencias, la política sigue marcando el paso dependiendo de los más
insospechados intereses y de revanchas sectarias, como ha sucedido durante los
diez años en que los capitostes del Partido Popular madrileño se han negado a
que Gregorio Sánchez tuviera su merecido homenaje en forma de azulejo en ese
"hall of fame" a la talaverana que son los pasillos de Las Ventas.
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