PACO AGUADO
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Vivimos tiempos contradictorios y confusos. Años difíciles
de realidades paralelas, donde lo vivido no concuerda con lo leído, donde lo
intrascendente oculta lo importante, donde una pendejada de 140 caracteres
sustituye al análisis reposado. Donde lo virtual se impone y relega a los hechos
más patentes para seguir alienando a una comunidad digitalizada.
El toreo padece también de esta enfermedad social que lo
margina, que lo exilia del crecido mundo aparente, forzado por la estúpida
corrección política de la dictadura neo fascista que busca un nuevo modelo de
sociedad.
Por eso las redes electrónicas que nos atrapan ladran, maúllan, rebuznan y cocean a los
taurinos, defendiendo a ese ser "indefenso" que es el toro –que
vejación tan tremenda tenerle lástima a este de siempre temible tótem–,
mientras El Pana yace inerte con la columna quebrada como se parte una barra de
pan francés.
Las noches de bohemia se acabaron para siempre en una UCI de
ventilación asistida, donde se le acabó el aire y el nervio a la historia de
ese gran personaje que se inventó Rodolfo Rodríguez, sin que haya encontrado
talentos que la escriban.
Malos tiempos para la lírica estos que odian la épica y
desconocen la ética, donde el valor del valor pierde peso ante la anónima
cobardía de los resentidos y de dementes que aseguran que, en un país con
cuatro millones de parados, "los animales forman parte de la clase
trabajadora", o que beber leche es "contribuir a la explotación
machista de las vacas".
Así pintan las cosas en una vieja tierra viralizada de
estupidez, que revisa la historia, como hicieron todos los tiranos, para
asegurar sin ruborizarse, ya saben, que Goya era antitaurino, pero para luego
reincidir con que Picasso –ha dicho la histérica Ruth Toledano en "La
Tuerka" que parió a Podemos– sí que era aficionado, pero del mismo modo
que también "era un misógino y un ser despreciable" (sic).
Quizá por eso un delegado del gobierno colaboracionista, o
simplemente inepto, autorizó una manifestación de ciento y pico trastornados a
las mismas puertas de la plaza de toros de Jerez de la Frontera, el mismo día
que toreaba un señor cuyo carisma dejó unos cuantos de millones de euros en la
ciudad en apenas un par de días.
Pero allí estaban ellas y ellos, algunas viejas malencaradas
y grasientas con sus perritos atados al yugo, varios perroflautas con mugre y
rancios progres pasados de moda, rodeados de un puñado de jovencitos alelados y
alienados, insultando a la cara a todos aquellos que entraban a ver, de manera
legal, un espectáculo que, para su desgracia, ellos nunca sabrán apreciar. Dan
pena, como pena da este país que antes fue, como dijo Miguel Hernández, de
toros con el orgullo en el asta pero ahora convertidos en cabestros.
Qué contexto tan gris y triste para un hecho artístico tan
apabullante como ver torear a José Tomás con la mano izquierda y tener la
sensación de que el tiempo se dilata al ritmo de los vuelos de una muleta
entregada a la pureza y a la sinceridad más brutal. Cuánta suerte tenemos aún
de poder llenar los sentidos con ese compromiso absoluto entre el hombre y el
toro que, aun dentro de este ya mínimo reducto, hay quien se empeña en negar,
abducido por la mediocridad que ha creado este mezquino taurinismo que
sufrimos.
Pero esto es lo que todavía nos queda entre la decadencia,
al tiempo que ha comenzado San Isidro entre los malos augurios que generan la
desidia empresarial, la imprevisión y la dejadez; el hastío de sí mismo de un sistema que se
permite el lujo de estrellar, con un desecho bovino, a tres de los novilleros
más esperanzadores de los últimos tiempos en su debut y despedida madrileños.
La moral se resiente, agredida desde dentro y desde fuera.
Porque en mitad del Atlántico otro cobarde, otro "concienciado"
benefactor de la humanidad, como es el presidente de la Liga Contra el Cáncer
de Portugal, aun se permite un brindis al sol del animalismo rechazando, por
taurinos, los beneficios del festival que organizan en apoyo de su causa las
siempre activas gentes de Isla Terceira. Ni la enfermedad escapa a esta ciega
realidad paralela.
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