El
torero extremeño remata su tercer compromiso de San Isidro con dos faenas de
sobresaliente autoridad, temple privilegiado, sitio, valor y tanta ciencia como
fantasía.
Alejandro Talavante |
Fotos: EFE
LA ÚLTIMA DE LAS TRES tardes de Talavante en San
Isidro fue la más completa de las tres. Dos faenas de un rigor y una capacidad
sobresalientes. La del toro jabonero de Cuvillo del 13 de mayo contaba y tal
vez siga contando como la faena de más categoría de cuanto va de feria. Faena
encarecida por el temperamento tan agresivo de aquel toro de Cuvillo que
Talavante rindió con apenas una docena de muletazos magistrales.
Ninguno de los dos toros de esta tarde de rematar
feria tuvo ni de lejos la agresividad del jabonero, pero ninguno de ellos fue
fácil de rendir. Un tercero castaño cortito pero cuajado, apenas 500 kilos de
tablilla, serio de cara, de embestidas prontas pero informales –rebrincadas,
rebotadas, algo inciertas-, que hirió a un caballo de pica en un geniudo y
certero derrote, y que, casi crudo de varas, estuvo a punto de desencuadernarse
enseguida. Toro más nervioso que brioso.
Y un sexto negro, armado por delante, montadito,
ligeramente tocado de pitones, de bello porte, la estampa tipo del toro de
Jandilla. Muy armoniosas las hechuras. No tanto el estilo, porque fue de
partida toro de frenarse y, además, corretón, de soltarse enseguida; bravucón
en dos varas –y más caída que derribo de un caballo resabiado-, alegre en
banderillas y de meter la cara en viajes sueltos. Se convirtió en una odisea levantar el caballo. Mientras se
empeñaba la cuadrilla de monosabios, el toro atacaba y atendía con buen son.
Talavante cargó tranquilo con la brega. Ningún tirón. Las galopadas del toro
debieron de darle confianza.
Sin la agitación del tercer toro, este otro salió
bastante más formal. Curro Javier prendió dos pares excelentes, Javier Ambel
bregó con acierto. Solo que al quinto viaje entre tablas y rayas, donde
Talavante abrió faena con cinco muletazos de calibre y mando, el toro hizo
amague de rajarse. Talavante se abrió a los medios de inmediato. La idea sería
la de sujetar al toro lejos de tablas. Dos naturales poderosos, pero del
tercero salió huido el toro. No había hecho más que empezar la faena, que iba a
ser de las buenas y tuvo tres tandas en terrenos de toriles un final memorable,
apoteósico, de poner a la gente de pie.
No fue solo faena en toriles, siempre emocionantes
porque no hay toro que no se defienda en ese terreno propio, sino que vino
precedida de una poderosa, paciente e inteligente ración de toreo en tablas,
las tablas del sol, donde el toro se defendió y huyó menos. Fijar al toro fue
empresa mayor. Lo logró Talavante sin forzarse, encajado, como si tal cosa. La
muleta como solo reclamo. Ni una carrera de perseguir, ni voces. Talavante a
solas.
Cuando el toro llegó a su querencia, llegaron
también las tandas cumbre. Muletazos a pulso cuanto el toro reculó, suave el
trato, el engaño por abajo, un temple carísimo, excepcional firmeza, juego de
brazos, golpes de muñeca. La inmensa osadía de intercalar un cambiado por la
espalda cuando el toro se quedó sin espacio, y de ligar con el cambiado un
natural larguísimo y rematar con un desplante. Formidable. Y una estocada de
jugarse la piel, hasta la empuñadura, una pizca trasera, el engaño perdido y la
muerte lenta propia del toro encastado. Éste lo fue. Se vino la plaza abajo
cuando, apuntillado el toro, alzó los brazos Talavante al cielo en señal de
triunfo.
Un triunfo redondo, porque, sin el fulgor de la
del sexto toro, la faena del tercero, marcada por la profusión del toreo a pies
juntos siempre retemplado y en cualquiera altura, fue de grandes méritos:
exhibición generosa de valor, autoridad notable para templarse con un toro de
instinto defensivo que por todo protestaba y hasta descompuesto. La fantasía de
Talavante quedó retratada en un natural enroscadísimo para abrochar una tanda
de redondos cobrada de frente y resuelta con ese cambio de mano inesperado. Una
cogida –penúltima protesta del toro, escarbador- pero Talavante salió ileso. Y
entonces un clamor. De largo por la mano derecha y a pies juntos, una tanda
soberbia, la más redonda de la faena. Y a espada cambiada, tres mondeñinas, un
recorte y el último cambio de mano. Una gran estocada. Las rareas de Madrid: no
cundió la petición de oreja. Faena mal valorada.
Una tarde tan completa de Talavante hizo
necesariamente sombra a todo lo demás. A la faena académica y bien compuesta de
Diego Urdiales con un sobrero de Buenavista de mucha codicia y fijeza,
humillador y repetidor, ganoso de verdad, y solo que, apenas picado, pesó por
crudo. En la sombra un segundo y un cuarto de Fuente Ymbro que mansearon sin
disimulo, y se aburrieron Perera y el propio Urdiales. Y un quinto peleón con
el que Perera no se sintió a gusto porque el viento lo descubría y no acabó de
verlo claro.
POSTDATA
PARA LOS ÍNTIMOS.- Que pase el siguiente!
FICHA DEL FESTEJO
Cinco toros de Fuente Ymbro (Ricardo Gallardo) y un sobrero -1º bis- de Buenavista (Clotilde Calvo).
Diego
Urdiales, saludos tras dos avisos
y silencio. Miguel Ángel Perera,
silencio y silencio tras un aviso. Alejandro
Talavante, saludos y una oreja tras un aviso.
Excelentes pares de Juan José Trujillo y Curro
Javier, que bregó con primor.
Miércoles, 18 de mayo de 2016, Madrid. 13ª
de San Isidro. Lleno. 24.000 almas. Primaveral, ventoso. Dos horas y veinte
minutos de función.
Alejandro Talavante |
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