domingo, 15 de mayo de 2016

"Gallito" sigue vivo en la memoria, sigue siendo un ejemplo

Un caso único en los Anales de la Tauromaquia, 96 años después de su muerte
"Lo mató un toro, pero lo afligió ninguno". Puede ser el mejor epitafio entre los que se dedicaron a José Gómez "Gallito", a su muerte en Talavera el 16 de mayo de 1920. Cuando se lee la prensa de la época, la dimensión noticiosa de aquella cornada fue enorme, como correspondía al impacto social que tuvo la desaparición del menor de los Gallo. Pero más llamativo resulta que, cuando faltan tan sólo cuatro años para que se cumpla el siglo, la memoria de Joselito siga tan vida entre los aficionados, que cada año se le guarda un minuto de respeto. Este si que es un caso único en toda la historia de la Tauromaquia, el caso de "un hombre cabal", como le gustaba definirlo "Camará", que ha dejado una huella que aún pervive. Como memoria y como ejemplo.

Redacción www.taurologia.com

Constituye un caso irrepetible, como la propia singularidad de su protagonista. Y es que se trata de un hecho único que, cada vez que en el calendario llega el 16 de mayo, el mundo del toro tenga memoria para Joselito el Gallo, cuando estamos a cuatros años de que se cumpla el siglo de aquella triste tarde de Talavera. En los riquísimos Anales de la Tauromaquia no se loca liza nada que al menos se le aproxime. Aquel del que se había dicho, con la autoridad de Rafael Guerra, que “para que a Gallito le coja un toro, tendrá que tirarle un cuerno”, yacía muerto en la enfermería.

El “sordao romano” del que hablan sus detractores pasó aquel 16 de mayo a la Historia y de ahí no se ha apeado. Pero para dar ese paso, el hijo de la “señá Grabiela” no necesitaba ni de “Bailaor” ni de Talavera para traspasar las fronteras del mito; se lo había ganado como fruto de su esfuerzo personal y torero:  a lo largo de 681 festejos mayores, repartidos por todas las plazas relevantes de la geografía.

Hasta 1917 había venido manteniendo una competencia real con su mejor amigo, Juan Belmonte, para escribir unas páginas gloriosas de lo que con verdad se ha conocido como la Edad de Oro de la Tauromaquia. Tras el año voluntariamente en blanco del trianero, Juan y José volvieron  a coincidir en la temporada de 1919. Belmonte reapareció con una destreza y una seguridad nueva en él. Joselito continuó siendo el lidiador consumado, que incluso había asimilado buena parte de la concepción belmontista del toreo. Un año que discurrió con la sencilla normalidad que imprimen los genios a su tarea. Así nos plantamos en el definitivo año de 1920, el año de Talavera.

Comenzaron la rivalidad el 5 de abril en Madrid, para coincidir más tarde en Córdoba, Játiva, Murcia, Andujar, Jerez y Sevilla. Precisamente el 29 de abril fue la última tarde de Gallito en la Maestranza, toreando mano a mano con Belmonte, en corrida a beneficio de la Cruz Roja, que presidió la Reina Victoria Eugenia.

El mes de mayo lo iniciaron en Bilbao, el día 3, toreando mano a mano. Con algunas corridas entre medias, el 13 actuó Joselito en Valencia y de allí se fue a Madrid, para matar con Juan toros de Murubes y Salas  la tarde tan polémica del día 15, una tarde de escándalos, en la que la Guardia de Seguridad tuvo que llegar a intervenir en los tendidos, ante el monumental escándalo, al injusto grito de "!qué se vaya!, !que se vaya!”, dirigido a Gallito.

Como se sabe, allí surgió el que luego sería el último diálogo entre Juan y José.

-- Juan, hay que irse de Madrid. El público se ha cansado de nosotros. Que vengan otros toreros. Esto se está poniendo imposible y es necesario marcharse.

-- Sí, José, si esto continúa de esta manera, tendremos que marcharnos.

Pero ésta no era solo la impresión de los toreros. El cronista de El Liberal escribía de esta corrida: "El público se ha puesto imposible".

Contaron sus íntimos que aquella noche José no se encontraba bien. Cenó tan solo una manzanilla. Algunos admiradores le insistían para que no fuera al día siguiente a Talavera. Conocido es que Joselito no estaba contratado inicialmente para esta corrida; fue el propio Gallito el que se ofreció a torear, para echarle una mano al que hacía de empresario ocasional, Leandro Villar. Luego supo que esta plaza la había inaugurado su padre y le ilusionó más la idea. Sebastián Miranda escribió en el ABC que a Joselito le animó también a aceptar esta corrida un hecho significativo: tener ocupada la fecha, para evitar así un nuevo compromiso en Madrid.

Hay quien opina que “Bailaor”, el toro de la tragedia, era burriciego. El toro era corto de pitones y escurrido de carnes; de hecho, a la canal no dio más que 260 kilos. En cualquier caso, era un toro que acusó desde el comienzo problemas. Cuando José se disponía a montar la muleta, “Bailaor” se le arrancó de improviso, cogiéndole por el muslo derecho. Cuando estaba en el aire, hundió su pitón en el bajo vientre. Cuando le conducían a la enfermería, José pidió a su banderillero El Cuco que avisaran al Doctor Mascarell. Debieron ser sus últimas palabras, porque de inmediato le sobrevino un colapso, del que ya no se recuperó.

El parte médico decía escuetamente: "El diestro José Gómez Ortega "Joselito" presenta herida por asta de toro en la región inguinal derecha, con salida de intestinos y vejiga y hemorragia interna. Pronóstico, gravísimo. Otra herida leve en el muslo derecho".

El conde de Heredia Spínola, en nombre del Rey, y el Presidente del Gobierno, don Eduardo Dato, fueron de los primeros en manifestar su pesar a la familia. El traslado de los restos mortales de Joselito a Sevilla fue un clamor de luto: en todas las estaciones del trayecto hubo de parar el tren, ante el número de aficionados que se había congregado en cada una de ellas.

Sevilla le recibió como no podía ser de otra manera: con crespones negros en las columnas de la Alameda de Hércules y su Virgen Macarena vestida de luto, mientras las campanas de la Catedral tañían su llanto. A las 2,35 de la tarde del 19 de mayo, los restos de Gallito recibieron sepultura, con la presencia tan solo de su familia, en el nicho número 6 de la calle Virgen María, sobre el que años más tarde Mariano Benlliure levantaría su colosal grupo escultórico.

A las 10 y media de la mañana del día 21 se celebraron los funerales solemnes en la Catedral de Sevilla, rompiendo así una tradición, dado que el templo catedralicio tan solo se había abierto a funerales de quienes eran canónigos, grandes de España, ministros de la Corona, Príncipes o Reyes. Pero se abrió para José, y se usaron a mayor solemnidad los ornamentos guardados para el Viernes Santo, mientras se cantaba la gran Misa de Eslava. Fue una decisión catedralicia que provocó mucho malestar y suspicacia en la aristocracia sevillana, que llegó a ser tensa.

En respuesta a estas reacciones el escritor y canónigo Juan Francisco Muñoz y Pavón publicó dos extraordinarios artículos en El Correo de Andalucía, en los que se pronuncia rotundo acerca del por qué había que romper esta tradición. El eco de estos artículos motivó que se le tributara un homenaje a su autor. Fruto de aquel homenaje fue el regalo que se le hizo de una pluma de oro, que desde 1921 luce cada Madrugada la Esperanza Macarena prendida a su saya cuando sale a encontrarse con el pueblo de Sevilla.

Precisamente en el dia de San Isidro, Nicolás Salas, un periodista muy buen conocedor de la historia de Sevilla, ha escrito un artículo interesantísimo en “El Correo de Andalucía”, donde narra con todo detalle este episodio, incluidos los textos magistrales de Muñoz y Pabón. En unos de sus párrafos escribía: ”sin esas prodigalidades chocarreras ni esos rumbos chabacanos de los toreros del antiguo Régimen, Joselito contribuyó como un Príncipe a todo lo noble, a todo lo grande, a todo lo santo que se proyectó en Sevilla”.

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