Tarde
brillantísima del torero de Lorca: valor, talento y calidad en dos faenas
distintas pero de altos vuelos y gran carácter las dos. Un toro extraordinario
de Lola Domecq.
BARQUERITO
Fotos: EFE
DOS
ESPLÉNDIDAS faenas de Paco Ureña. De las que consagran en Madrid a un torero o
lo hacen torero de Madrid, que no son la misma cosa aunque lo parezca. Dos
toros del mismo hierro –el de la T de Salvador Domecq, reserva de casta dentro
de su encaste- pero de condición diferente: de calidad sobresaliente el sexto,
cinqueño, veleto y paso, descarado y casi cornalón, de los que parecen no caber
en los engaños, pero cupo; de pronta pero díscola entrega el tercero, descolgada
embestida por la mano diestra, difíciles viajes por la izquierda a media
altura, toro de mucha pelea. Ese tercero se jugó bajo una monumental manta de
agua. Al asomar el sexto dejó de llover y salió un tibio sol.
Al
tercero lo cuajó Ureña con el capote en el mismo recibo: lances de rotundo
encaje, brazos sueltos. Ya fueron entonces bastante más claros los viajes por
la mano buena. Esa primera aparición del torero de Lorca en escena levantó una
pasión primera que no fue la última. Iba a ser tarde de las de levantar
pasiones y de levantarlas a pulso Paco Ureña, que, con ambiente volcado, no
llegó a estirarse de capa con el sexto, pero sí a adivinar su condición.
Entre
tantas virtudes del sexto toro, Ojibello, número 40, no fue menor la de su
bravura en varas, la manera de recargar y romanear, su fijeza en el caballo.
Toro de mucho corazón. Y de fortuna, porque fortuna fue caer en las manos
templadas de Ureña. Lo más distintivo de una faena de gran rigor fue antes que
nada su firmeza. Sin ella no habría sido posible. La artillería del toro era en
verdad disuasoria. El son del toro no habría consentido dudas ni errores. El
piso de las Ventas, encharcado, podía haber sido una trampa, pero no lo fue.
La
faena de Ureña rompió enseguida, sin probaturas y en el terreno preciso: entre
rayas y en paralelo con las tablas, donde mejor se emplean los toros en Madrid.
Los toros que se emplean. Como este. Después de la firmeza, la armonía y la
pureza a partes iguales. La pureza de torear para adentro –muleta llamativamente
pequeña pero de vuelo ligero- y de ligar sin perder pasos, puesto el torero en
los viajes de repetición, sin trampear, y en tandas de generosa abundancia: no
cuatro, sino cinco y hasta seis muletazos de tanda, y sus limpios remates
cambiados por alto. Cuatro tandas, y de pronto empezó a parecer que el toro, a
pesar de su fantástica arboladura, embestía a resorte. Como si no pesaran
embestidas tan con todo.
La
armonía del toreo despacioso, que es única. La gracia del toreo a pies juntos
en un adorno de última hora. Las pausas precisas, ni una más. La lluvia había
dejado medio vacíos los tendidos, pero gradas y andanadas rugían como en las
grandes ocasiones. Fueron hermosos los cinco muletazos cambiados con que Ureña
dejó cuadrado al toro, ligeramente cerrado. Un pinchazo arriba, una gran
estocada, un clamor. Una oreja, casi dos. La espada dejó sin premio parecido la
primera de las dos faenas de esta tarde mayor. Faena de méritos idénticos:
encajarse con el toro por su mano incierta, la izquierda, fue dificilísimo, y
muy arriesgado aguantar viajes por esa mano. Estampa de toreo antiguo: pasarse
cerquísima el toro incierto. Por la derecha – toro rebrincado de partida, un
punto tempestuoso- la faena fue de mano baja y de dominar, pero no solo de poder,
también de fuerza plástica. Un chaparrón inclemente le dio a ese trabajo
carácter épico.
Iván Fandiño |
Los
aficionados severos castigaron de palabra a Escribano y Fandiño dura y
desmedidamente. Los dos toros primeros, cinqueños, fueron distintos. De buen
son el primero de Escribano; muy protestón –la cara arriba en secos derrotes-
el de Fandiño que acabó rajado, el único agrio de los cinco de Lola Domecq.
Escribano anduvo compuesto y fácil, pero despegado y abusando del toreo a
suerte descargada. Fandiño no estuvo a gusto. Escribano se encontró debajo al
cuarto cuando lo toreaba de salida, pero no se desanimó. Ahora toreó con
asiento y calma, y el toro se avino. Por no se sabe qué razón se encontró la
cosa sin eco ninguno. El toro de Torrealta que completó corrida –un cromo
maravilloso, salpicado y moteado, pinta espléndida- peleó en el caballo pero
sacó en la muleta una violencia intratable.
FICHA DEL FESTEJO
Miércoles, 11 de Mayo de 2016. Madrid.
6ª de feria. 19.000 almas. Lluvia durante la lidia de los cinco primeros toros.
Dos horas de función.
Cinco toros de Toros de El Torero (Lola Domecq) y un sobrero -5º- de Torrealta (Borja Prado).
Manuel
Escribano, silencio en los dos. Iván Fandiño, silencio y pitos. Paco Ureña, saludos tras un aviso y una
oreja.
Brega eficaz de Víctor Hugo y Curro Vivas.
Pares brillantes de Iván García y de
excelente oficio del propio Víctor Hugo.
Paco Ureña |
No hay comentarios:
Publicar un comentario