martes, 31 de mayo de 2016

DESDE EL BARRIO: ...Y ahora el pliego

PACO AGUADO

Agoniza ya San Isidro, a falta de los últimos cinco estertores de una feria paupérrima en casta y emociones. Puede que haya sido la última de Taurodelta, o no, en tanto que la plaza, el epicentro taurino del mundo pese a todo, saldrá a concurso el próximo otoño. Esperemos, al menos, que los redactores del pliego de condiciones hayan tomado buena nota de todo lo sucedido.

Porque, pese a los rebuscados y escasos clavos ardiendo a que la prensa complaciente se ha agarrado de tarde en tarde para vender la moto publicitaria, este último abono madrileño ha sido de los peores de cuantos a uno le alcanza la memoria. 

Básicamente, porque en esta feria del 600, que son los kilos que han rondado y sobrepasado en la tablilla una mayoría de ejemplares, ha fallado el toro estrepitosamente. Desfasados y mal hechos, casi todos han dado el juego nulo que anunciaba su propia conformación física. Esa misma que debía ser evidente desde que la propia empresa los eligió en el campo.

Sólo algunos animales, entre los de hechuras más armónicas y peso lógico, han dado un mínimo juego. Pero, aun así, bastaría con los dedos de una mano y la mitad de los de la otra para señalar a los verdaderamente bravos y encastados de entre más de una centena.

Es decir que, después de tantas décadas con un problema ya encallecido, urge de una vez, por el bien del espectáculo y de la propia Fiesta, unificar criterios entre empresa y veterinarios si queremos frenar esta acelerada deriva hacia la nada que es hoy por hoy la plaza de toros de Madrid.

Claro que otro de los graves males del toreo, como también se ha manifestado en esta feria, está precisamente en el otro elemento del espectáculo. Y es que el actual escalafón, con honrosas excepciones y con el debido respeto a todos cuantos se ponen delante del toro, pasa por uno de los peores momentos de las últimas décadas. Arriba y abajo. Figuras y no figuras.

Puede que nos hallemos, efectivamente, en una fase de transición y relevo generacional, pero, aunque la generalización siempre sea injusta, durante todo este mes se ha palpado, con esa mayoría de toros descastados pero también, ay, con los buenos, una extendida falta de fibra y de sentimiento, cuando no una preocupante falta de capacidad resolutiva en esas faenas salpicadas de efectismos y tan dilatadas como anodinas, guiadas únicamente por los criterios de una técnica ultradefensiva.

Por mucho que, hasta ahora, haya que computar dos salidas a hombros entre los de a pie –más achacables al sentimentalismo y a la sugestión colectiva que a la auténtica intensidad del toreo–, casi todos los contados momentos destacables del abono, seamos realistas, no han pasado de ser hitos puntuales y menores, sin apenas impacto ni repercusión. Y que no se quedarán en la memoria.

Pero es evidente que los redactores del pliego de condiciones de Las Ventas que ya prepara el Centro de Asuntos Taurinos de la Comunidad de Madrid no tienen en su mano la solución de esta palpable crisis del espectáculo en un momento político, además, tan crispado y amenazador.

Y, del mismo modo, los criterios de puntuación de las ofertas, que obligatoriamente han de ceñirse a aspectos objetivos para respetar las leyes de contratación pública, no son suficientes para atajar sobre el papel un problema sólo subsanable con la subjetividad del buen gusto y de una sensata, desinteresada y menos mezquina visión a medio plazo por parte del poder taurino.

Lo que sí puede hacer, al menos, la Comunidad de Madrid, como propietaria y responsable en última instancia de una plaza tan determinante para el toreo, es frenar el ciego y egoísta cortoplacismo de las grandes empresas taurinas de nuestros días fijando en el concurso algunas imposiciones innegociables y perfectamente "objetivas".

Por ejemplo, pese a los cantos de sirena que ya se escuchan por boca de ganso, manteniendo férreamente el concepto de plaza de temporada, ese que los "interesados" ya califican de "irrentable" y que pretenden eliminar para que el año de toros de Madrid se reduzca a dos o tres abonos de pingües beneficios sin una mayor inversión de futuro.

De lo que se trata, en cambio, es de hacer también rentable el resto de la temporada, los otros treinta y tantos festejos que llenan los domingos y fiestas de guardar desde marzo a octubre, pero no limitándose a llevar a mil y pico de turistas engañados a las entradas más caras, sino volviendo a atraer a la afición con precios módicos y en horarios adaptados al ocio y a la comodidad del común de las gentes.

Y se trata, sobre todo, en mitad de esta crisis económica y política que ha arrasado con las corridas y las novilladas en plazas de tercera, de ofrecer a los aspirantes y a la clase media y baja del escalafón de matadores una verdadera oportunidad y una mínima posibilidad de proyección y subsistencia. Y no hacerlo en San Isidro, como pasa últimamente en algunos carteles de manera tan barata para la empresa como aberrante para el propio toreo. 

El sistema taurino, como el de todas las épocas pero especialmente ahora, necesita de una plaza de Madrid sana y bien administrada, que sirva de escaparate para la siempre necesaria renovación en los carteles. Y eso exige trabajar con una mentalidad abierta y favorable al sondear el campo y los escalafones, no las posibles comisiones de novilleros desfasados y sin opciones, de tal manera que se ofrezca un espectáculo con un mínimo de garantías de éxito para participantes y espectadores. 

Es así como, visto lo visto, y quizá compensando administrativamente con una reducción del canon en el único inmueble que da beneficios al gobierno madrileño, el capítulo de promoción y mejoras debería ser el más puntuado y valorado de un concurso de arrendamiento en el que el toreo, y no sólo Las Ventas, se juega más de lo que parece.

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