Solo
un toro de buen trato y Alberto Aguilar firma los momentos más felices de la
tarde. Un cuarto pregonado y Sánchez Vara acreditan su oficio. Al corral tras
los tres avisos un tercero fiero.
Sánchez Vara |
BARQUERITO
Fotos: EFE
LOS SEIS SALTILLOS del hierro de Moreno de Silva
eran cárdenos. La pinta, en las tres gamas de lo cárdeno, fue, sin contar las
cuernas astifinas, la dureza de manos y la correa general, nota común de una
corrida abierta de sementales y líneas, según todas las apariencias. El
primero, degollado, hocico de rata y sacudido, cumplió con la estampa del toro
de Saltillo que más se ha perpetuado. El clásico. Toro distraído, de los que
salen de engaño con la cara alta y suelta; mirón, de los que no se entregan sin
tampoco resistirse; nada sencillo, ni siquiera en los viajes humillados, que
los hubo. Muy entero Sánchez Vara, que acertó con manejo, terrenos, distancia y
sentido de la medida.
El segundo, terciado, justo de trapío, menguada
cabeza, las borlas o flecos del rabo barriendo la arena, sacó el aire felino
tan propio del encaste y, con ese aire, la elasticidad para humillar al
emplearse. Pese a escupirse del caballo, fue el toro de la corrida. Alberto
Aguilar lo fijó con lances de brega de mano baja, consintió que se pegaran al
toro dos puyazos traseros muy dañinos y se animó con una faena corta, de
emoción, resuelta, de despegado pero limpio trazo. No siempre gobernado ni
metido en la muleta el toro, que fue pronto y de largo viaje, repetidor,
guerrero y de fiar. Por lo que sea, el toro de Saltillo es muy fino de oído.
A este lo distrajo más una vez algún sonido
conocido o tentador. Con ambiente a favor, tres pinchazos, una estocada, muchas
demoras, sonó un segundo aviso.
Muy ofensivo –más astifino que ninguna, abiertas
las palas, cresta corta e hirsuta, ojos saltones-, largo y bajo, el tercero era
de estirpe que dentro de Saltillo ya empieza a rarear. En La Quinta sobrevive
una rama, pero sin el fondo tan agresivo e incierto que saco ese tercero de
corrida, que se acabó yendo vivo al corral después de sonar un tercer aviso. El
único toro que tardó en sucumbir, solo lo justo, a la irresistible seducción de los bueyes de Florito, el
magistral mayoral de las Ventas. Llevaba cobrados cinco picotazos tal vez
ligeros, los seis arpones de otras tantas banderillas, media estocada que acabó
escupiendo, la herida de un pinchazo y una estocada desprendida. Desde el
callejón Rafael González, banderillero de gran experiencia, acertó a sacarle la
espada antes de que los bueyes fueran en su busca para envolverlo. La
estrategia de la devolución, cumplida al tercer intento, fue un prodigio.
Florito llegó a alinear los ochos bueyes de la parada en los medios, de raya a
raya, como en formación de tiradores, y luego se puso a traerlos con la voz. Se
distrajo el toro en plena maniobra. Al tercer intento, casi suelto, el toro
tomó la ruta de corrales. Al trote vivo y casi galope.
Alberto Aguilar |
Las galopadas del toro en algunos de sus arreones
fueron escalofriantes. No se había visto nada parecido en toda la feria. No
tuvo el toro trato por la mano derecha –siempre levantado, sería vicio de
manejo-, pero sí una velocidad de galope extraordinaria, como de purasangre, y
la agilidad y la viveza tan propia de los saltillos. Por la mano izquierda pasó
sin queja pero sin repetir. A esos viajes sueltos se avino José Carlos Venegas
con muletazos a pies juntos y de perfil, ayudados o no, de buen dibujo. Hasta
la hora de pasar con la espada. Un trago amargo.
El cuarto, un galán de solo 500 kilos, cornipaso,
cabezudo, pechugón y muy corto de cuello hizo desde salida cosas de toro
pregonado. Frenarse, venirse al bulto y no a engaño, soltarse del caballo tan
solo sentir el hierro de la puya, huir de un caballo a otro para pegar solo
topetazos de blandearse. La plaza, tomada, porque parecía misión imposible
pegarle al toro un pase. Pañuelo rojo, banderillas negras. El eje en las manos
en gesto defensivo, esperó el toro. Arrojo mayúsculo y sabio del tercero de
cuadrilla de Sánchez Vara, Raúl Ramírez, para prender dos pares de sobaquillo y
hasta hacerle al toro un regate. Todos los toros tiene su lidia, reza un viejo
dicho. Pero este no. Ni Domingo Ortega. Ni el padre de Domingo Ortega, rezaba
otro dicho no tan viejo pero casi. Muy listo Sánchez Vara, curtido en tantas
batallas, para torear por delante tapando la cara al toro con la muleta como
anzuelo. Y, metiendo el brazo, un espadazo que no todos habrían sabido
cobrar.
José Carlos Venegas |
Arrastrado el toro pregonado y fogueado,
Cazarratas de nombre, tomó la corrida de Moreno de Silva la recta final. Con
dos toros muy distintos. Un quinto cornipaso, que se emplazó de salida, fue
bien sangrado en dos duras varas y banderilleado con pares de recurso. Toro de
embestidas trepidantes pero no inciertas. Escarbador por agresivo. De agresivo
los arreones antes de ser domado en el caballo. Otra faena de decisión y ánimo
resuelto de Alberto Aguilar. Oficio, carácter, serenidad para correr la mano.
Perseguido tras un pinchazo. Una estocada muy hábil. Y entonces pareció que la
inmensa mayoría de la gente recobraba el aliento y respiraba.
El sexto, el más alto de todos, cabezón y
badanudo, fue en el caballo de un genio terrible, desmontó y derribó en una
primera vara, zurció a cornadas el peto en la segunda. La fiereza. Aunque
apalancado de partida, y enterado por sistema al tercer viaje seguido, resultó
menos problemático de lo presumido. Alguna salida suelta, más de un trallazo.
Se hizo de ánimo Venegas, firme, mucho más seguro ahora que antes, segunda
versión mejorada del muletazo de perfil a pies juntos con la zurda –el toreo de
Frasquito- y, al fin, acierto con la espada.
FICHA DE LA CORRIDA
Seis toros de Saltillo-Moreno de Silva (José Joaquín Moreno de Silva).
Sánchez
Vara, silencio y aplausos. Alberto
Aguilar, silencio tras dos avisos
y saludos. José
Carlos Venegas, palmas tras tres
avisos y silencio.
Juan
Carlos Sánchez se agarró en dos
varas buenas con el quinto. César del
Puerto fijó de salida a ese quinto con categoría. Pares muy celebrados de David Adalid a tercero y sexto. Buen
trabajo como terceros de Raúl Ramírez
y Juan Carlos Tirado.
Madrid. 26ª de San Isidro. 17.000 almas.
Primaveral. Dos horas y veinte minutos de función.
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