martes, 14 de junio de 2016

DESDE EL BARRIO: La sonrisa del régimen

PACO AGUADO

A doce días de las nuevas elecciones generales en España, el mundo del toro contempla con un justificado pero callado temor el ascenso en las encuestas de intención de voto del partido Podemos y sus filiales, lo que representa un serio riesgo para el sector.

Revestidos ahora con pieles de cordero "constitucional" para ganar más votos, los muchachos de Pablo Iglesias se postulan en su propaganda como "La sonrisa de un país", que no es otra que esa mueca falsa y de colmillo afilado con que, para disimular, le asestarán al toreo una mortal puñalada por la espalda en caso de que los resultados del próximo día 26 les acerquen al poder central.

Hubo un tiempo en España, no tan reciente pero parece que olvidado, que estuvo dominado por otro tipo de dictadura que, en sus últimos años, también se quiso disfrazar, entonces con los ropajes de una tecnocracia "opusina", para "modernizar" cínicamente un país a la cola del crecimiento económico de su entorno.

Uno de los representantes más conocidos de aquella astracanada fue José Solís, un falangista de hueso colorado al que también conocieron como "la sonrisa del régimen". Tan dictatorial en su fondo y tan amable en sus formas, tal que el tirano de Podemos, el sonriente señor Solís se pasaba por el forro la cultura y la apertura de miras en su empeño de imponer un modelo de sociedad para el que, como medida de su brillantez, propugnaba "más gimnasia y menos latín".

En su afán de salvapatrias, el cazurro Secretario General del Movimiento de sonrisa permanente intentó eliminar las Humanidades de los planes de estudio, alegando que las lenguas muertas "no sirven para nada". Pero tuvo que ser un hombre de la cultura, el catedrático Muñoz Alonso, quien le aclarara que el latín, por ejemplo, servía para que el mismo señor Solís, nacido en la localidad cordobesa de Cabra, pudiera tener el gentilicio de "egabrense y  no otro…"

La sonrisa de este nuevo régimen que Iglesias y sus soviets quieren imponer en España, ante la cómplice inoperancia de los que en otro tiempo fueron verdaderos partidos de izquierda, esconde en realidad una ignorancia y una amenaza de similares proporciones a las del inculto egabrense del franquismo. Y no sólo para el toreo, sino también para otras modalidades de la cultura que estos "jipipijos" totalitarios quieren manejar, controlar y adaptar al modelo chavista con que pretenden dirigir el país.

Son muchas las voces que desde distintos ámbitos están advirtiendo de esta invasión de moral fascista, a tenor de los ejemplos que se producen cada día en los gobiernos locales que los podemitas ya ocupan por la necedad de los socialistas y la estulticia de otros nuevos partidos sin criterio definido, como Ciudadanos.  Por ejemplo, el hecho de vetar a ciertos compositores, al más claro estilo estalinista o nacional-sindicalista, en algunas representaciones musicales como dicen que sucede en Aragón.

En los toros ya hace tiempo que estamos "viendo de venir" esas embestidas cruzadas, dirigidas al pecho, con un afán vengativo y revanchista difícil de entender en personajes salidos de la más absoluta comodidad familiar, como son estos hijos de la burguesía progresista que ahora quieren jugar a proletarios.

Inoperantes en las verdaderas cuestiones de estado, como el paro, la precariedad laboral, la economía y demás asuntos trascendentales, recurren ahora a la sonrisa de ese estúpido "buenismo", que sirve lo mismo para sufragar perroflautas que para cerrar plazas de toros, con el objetivo de extender la tristeza y su único pensamiento por un país que ya se había hecho a la tolerancia y a la más alegre de las libertades.

Porque lo que ellos llaman democracia, la que propugnan como alternativa a la ya existente y al parecer inválida, tampoco lo es, en tanto que esas consultas populares convocadas en los pueblos para eliminar los festejos taurinos son sólo una forma, si no ilegal, al menos no vinculante, de imponer la dictadura de una minoría, haciendo valer únicamente la opinión y los gustos de un diez o doce por ciento de la población.

En el toreo les estamos viendo venir, sí, pero seguimos haciendo el Tancredo. Y como aquel señor López de primeros del siglo XX, mantenemos nuestra postura inmóvil y hierática, subidos al endeble pedestal de la tradición con los brazos cruzados y blancos de pánico, confiados en que, si hay suerte, ya pasarán de largo las embestidas de ese Pablo Iglesias que esboza las más sardónica de sus sonrisas cada vez que en su delirio megalómano piensa en un país sin corridas de toros.

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