Podría haber sido mejor torero
que muchos de su generación
Este jueves se ha detectado una
neumonía que complica aún más la muy grave situación clínica de "El
Pana", por más que las lesiones originarias no tengan marcha atrás
posible. No ya porque su vida penda en estos momentos un fino hilo, con
abstracción de esta situación dramática Rodolfo Rodríguez ha personificado a un
torero digno de ser estudiado, por su singularidad, por ese misterio que
siempre llevó dentro. A ello se ha aproximado, con gran acierto, John Gordón,
del Club Taurino de Londres, con artículo muy documentado que fue publicado
inicialmente en su versión en lengua inglesa de la revista de los Bibliófilos
Taurinos de América. Hoy el autor nos ofrece aquí su versión en lengua
española.
John Gordon, Club Taurino de Londres
www.taurologia.com
Ya sabemos de sobra la triste historia de Rodolfo Rodríguez,
El Pana. Ha sufrido un cuadro de tetraplejia irreversible a consecuencia de una
voltereta violentísima en Ciudad Lerdo (Durango, México) el 1 Mayo de este 2016
por el toro Pan Francés de Guanamé. El diestro veterano ha sido trasladado a
Guadalajara y tras muchos días en estado crítico en la unidad de cuidados
intensivos del Hospital Civil de Guadalajara, ahora se encuentra ya en planta,
aunque la gravedad persiste.
El Pana siempre ha dicho que nació en Apizaco el 2 febrero
1952, aunque también se ha comentado que cuenta con algunos años más. Empezó en
el sótano del toreo. Empujado hacia la fiesta como una forma para escapar de la
miseria, El Pana se forjo como torero entre las capeas caóticas de las
provincias mexicanas y unas escapadas clandestinas a las ganaderías del campo
de Apizaco. Estuvo nadando contracorriente para diez años, peleándose por
abrirse paso en unas condiciones durísimas, y con pocas esperanzas de llegar a
buen puerto. Hasta que un buen día, en el 1977 para ser exactos, se tiró de
espontáneo en una novillada en La Plaza México.
El alarde funcionó. La empresa de la capital le dio una
serie de oportunidades en las novilladas del 1978 y El Pana lleno la plaza con
aficionados expectantes, curiosos por ver la magia del Brujo de Apizaco. Sus
actuaciones culminaron en mano a mano con César Pastor frente a una novillada
de Begoña. Fue el 10 diciembre 1978 y El Pana encandiló a la afición indultando
a su tercer toro de la tarde. El Pana había llegado. Tomó la alternativa el 18
marzo 1979 (oficiando Mariano Ramos de padrino) con gran ambiente – la afición
mexicana intuía que aquí había un torero que podía romper la hegemonía
destructiva de Manolo Martínez y Eloy Cavazos sobre la fiesta en México.
Esta esperanza no contaba con el control brutal que ejercían
estos dos toreros. Así pues, a El Pana lo dejaron en el banquillo. Se pasó los
años ochenta y noventa apenas toreando, se anunciaba en una veintena de
espectáculos cada temporada en los ochenta, que tornó en menos de cinco cada
año en los noventa, y casi nada después del año 2000.
Pero todo cambió el 7 enero 2007: a El Pana le habían dado
la oportunidad de una retirada digna en La México. Sin embargo, lejos de
retirarse, El Pana triunfó con tal fuerza que ese día resucitó como torero. La
corrida se retransmitió por televisión y el mundo taurino entero por fin pudo
disfrutar y conocer a El Pana. Su faena al toro Rey Mago será recordadas como
una de las más inspiradas y mágicas de la historia del toreo mexicano. Una
generación nueva de aficionados había descubierto a El Pana, y la fiesta
mexicana, en unas horas bajas, ya no podía ignorar a un torero tan genial.
Se puede decir que la carrera de El Pana se ha definido por
los últimos diez años. Con más de cincuenta y cinco años a sus espaldas, El
Pana se ha consagrado como la figura que su toreo siempre había merecido.
Además, pudo hacer unas campañas europeas, cortitas, medidas, pero bien
ganadas. Aunque las principales plaza, quizá injustamente, le cerraron sus
puertas (nihil novi sub sole para El Pana) ha podido cuajar algunas actuaciones
memorables en plazas provinciales de España y Francia. Y en todo esto, llega El
Pana a Ciudad Lerdo el primer día de mayo de este 2016 – esta vez, por
desgracia, sí sería el último paseíllo de su vida. Tendido, inconsciente sobre
el albero Rodolfo no pudo invocar su espíritu de ave fénix que le había ayudado
resucitar tantas veces de las cornadas de la vida. Pan Francés le había roto
las vértebras, y rota también estaba el alma de esos aficionados románticos que
El Pana había seducido con su toreo mágico y bohemio.
Romanticismo y bohemia siempre han sido dos piezas claves en
el concepto torero de El Pana. Rodolfo ha sido un alma irreverente, con una
gran facilidad para llegar al público. Esta facilidad le había permitido
conectar de una manera muy especial con la afición de La México en el ya lejano
1978, y le permitió conectar otra vez con la afición capitalina en el 2007, y
también en cada corrida y en cada tarde hasta este fatídico uno de mayo.
A veces los aficionados pecamos de fríos, nos gusta analizar
cada matiz técnico de una faena. Sin embargo, hay algunos toreros imposibles de
analizar de esta forma – su toreo es más de emoción y comunión con el público
de que de técnica. El toreo es un arte, y una parte imprescindible del arte es
que artista transmita su obra al público. Toreros populistas como Manuel Díaz
El Cordobés, Juan José Padilla y El Fandi han basado gran parte de su
tauromaquia en su simpatía hacía su público. El Pana ha tenido más torería que
estos últimos (quizá, la comparación ideal sería Luís Francisco Esplá, otro
torero que llenaba el escenario con su torería añeja y espectáculo) pero su
torero también se basaba en cautivar a su público.
Así pues, el espectáculo empezaba con el paseíllo, con El
Pana fumándose un puro como un espectador de barrera. Además, su forma
dramática de entrar y salir de la cara del toro le servía para resaltar los
momentos álgidos de una faena. Y para terminar, El Pana solía torear en una
especie de trance, de la misma forma que en los años veinte lo hacía Victoriano
de la Serna. El concepto de toreo de El Pana era, sobre todo, cautivar al
público con su interpretación particular del espectáculo.
Sería injusto no resaltar el lado más serio del toreo de El
Pana. Seguía la gran tradición y variedad del toreo clásico mexicano. Rodolfo
era variado con el capote, y un rehiletero creativo – ahí tenemos su creación
particular, el para a la calafia. Un tipo de quiebro al violín en el tercio
(parecido al quiebro que practica Manuel Escribano), pero en el cual el par se
coloca detrás del mismo hombro y no por el pecho hacia el hombro contrario,
como en el violín. Su concepto de toreo se encuentra en la línea del gallismo
creativo, es decir, siguiendo el ejemplo de gallito de dominar todas las
suertes, pero sin el dominio sobre el toro que caracteriza al gallista completo
o poderoso.
El Pana nunca fue un gran dominador de los toros, los
siete toros que se dejó vivo en La
México son prueba fehaciente de esto. No, su toreo de muleta era más de caricia
y delicadeza, con una clase y calidad netamente mexicana. Su toreo fundamental
era de lo más templado, sabía acompañar la embestida del toro mexicano con una
despaciosidad privilegiada. Mejor con la diestra que la zurda, Rodolfo le podía
bajar la mano a sus saltillos mexicanos, dando unos muletazos en redondo muy
bajos, largos y profundos. Además, El Pana manejaba la variedad con la muleta.
El más artista hubiera firmado sus trincherazos, llenos de empaque, y el toreo
por alto recordaba a Procuna. En El Pana se encuentra el toreo clásico
mexicano, aquel toreo mexicano variado y alegre que existía antes que los
diestros de allende conocieran a Camino y todos lo imitaron.
No me gusta pensarlo, pero tengo la impresión que el toreo
de El Pana siempre estaba destinado a ser una obra incompleta. En comparación
con otras figuras, Rodolfo toreó muy poco –así pues, su toreo queda
ensombrecido por su historia de bohemio. Ha quedado la idea la imagen
folclórica del personaje El Pana, y se le presta menos atención a su toreo. Es
triste porque su toreo, en sus momentos mágicos, fue de una belleza irreal. Si
hubiera toreado las corridas que su toreo merecía, los años ochenta hubieran
estado llenos de faenas como la de Rey Mago. Y, porque soñar es gratis, hubiera
crecido una generación de toreros mexicanos con el afán de mantener viva la
llama del toreo mexicano de siempre.
Analizado el toreo de El Pana, ahora queda ubicarlo en el
contexto histórico del toreo mexicano. Su carrera no tuvo la trayectoria de sus
grandes rivales, Martínez y Cavazos. Además, le falto el sitio en la fiesta de
la siguiente generación de figuras: David Silveti, Jorge Gutiérrez, Miguel
Armillita Chico y Curro Rivera. En cualquier historia del toreo en México,
todos estos toreros aparecen antes que El Pana.
Sin embargo, creo que esta ubicación minusvalora el impacto
de El Pana; claro teniendo en cuenta el número limitado de sus actuaciones, es
difícil argumentar que su dimensión histórica está por encima de la de las
figuras mexicanas de los ochenta. Pero, y he aquí el quid de la cuestión: El
Pana bien podría haber sido mejor torero que todos ellos. Esto puede sonar
atrevido, pero ha sido de los pocos mexicanos que ha competido de tú a tú con
las figuras españolas en los últimos sesenta años – ha competido a base de su
toreo sui generis, pero ha competido con ellos. De los pocos escritores que
pudieron intuir la dimensión de El Pana es Domingo Delgado de la Cámara, él ha
propuesto que, por encima de las figuras que he nombrado, El Pana ha sido el
último torero de la edad de oro del toreo mexicano.
Esta semblanza carece de la gracia y facilidad de palabras
que es una de las características de El Pana – solo es mi humilde brindis a un
torero con una personalidad acusadísima que aportó un toque de encanto a la
variada historia del toreo.
Una última consideración me lleva a pensar de Hemingway, que
fue un crítico mediocre pero tuvo algún que otra observación perceptiva sobre
la fiesta. Hemingway no vivió para ver a El Pana, pero sí escribió sobre un
torero con tanta gracia como él: Rafael El Gallo. En Muerte al Atardecer, Don
Ernesto escribió que la tragedia más triste hubiera sido que un toro destruyera
a El Gallo, un torero tan grácil como él no merecía tal suerte. Lo mismo pasa
con El Pana. El destino de Rodolfo era regalarnos un puñado más de actuaciones
inspiradas de su toreo irreverente y, en su retirada, tomar la palabra en cualquier
tertulia taurina con sus políticamente incorrectas (pero acertadísimos) ideas
sobre el toreo. Desgraciadamente no pudo ser. La última lección de El Pana fue
que el toro, en su cuello y en sus pitones, lleva la gloria y la tragedia por
partes iguales.
Hasta siempre torero.
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