PACO AGUADO
El resultado de las elecciones generales del pasado domingo
en España va a suponer, entre otras muchas cosas, una prórroga de supervivencia
para la fiesta de los toros. Las urnas le han dado un respiro a la tauromaquia,
en tanto que la patente y gran amenaza que suponía la llegada de una mayoría de
abolicionistas al Congreso de los Diputados parece haberse aplazado hasta peor
ocasión.
Quién sabe si la caída electoral de más de un millón de
votos de Podemos y sus "confluencias" se haya podido deber, en
algunas zonas y aunque sea en una mínima parte, también a su declarada
intención política de acabar con las corridas y los festejos populares, pero el
caso es que ese frenazo en seco de su asalto al poder le quita de encima al
toreo, momentáneamente, tal espada de Damocles.
Pero que nadie se engañe: no sería bueno por eso lanzar las
campanas al vuelo, ni siquiera confiarse, porque la guerra declarada contra los
toros no ha terminado. El abolicionismo, aunque derrotado en las urnas, sigue
expandiéndose entre esta desnortada sociedad en la que los activistas mantienen
su gran influencia mediática y su presencia en algunos centros locales de
poder.
La victoria insuficiente del Partido Popular -el único que
mantiene, más de palabra que de obra, su apoyo a la tauromaquia- este 26-J ha
servido únicamente para evitar el primer ataque organizado en la cámara con
mayor poder de decisión legislativa, pero la guerra de guerrillas se mantiene
en la calle y en los ayuntamientos donde Podemos y el indefinido PSOE han
puesto en duda la legitimidad del espectáculo.
Taurinamente, lo mejor del resultado electoral del domingo
es sólo que ha abierto un nuevo periodo de tranquilidad, breve pero suficiente,
para que el sector acometa de una puñetera vez, y sin esperar la ayuda de los
políticos, una buena estrategia de defensa que se antoja ya inaplazable para
garantizar el futuro del espectáculo siquiera a corto plazo.
Con este nuevo margen de tiempo y de maniobra, quién sabe si
de otros cuatro años, el toreo debe hacer una lectura realista de la situación
y del contexto en el que sobrevive, más allá de los intereses particulares,
para después hacerse respetar con contundencia y buenos argumentos en los foros
de decisión, sin temor y sin complejos.
Para contraatacar la agresión antitaurina no bastan ya los
manidos y tópicos argumentos de la tradición y el arte, que también cuentan,
sino que, en el confuso escenario político actual, donde tanto ruido hace la
demagogia populista, hay que apoyarse en el respaldo popular y en la
contundencia de los números, de la economía, de la ecología y de los puestos de
trabajo.
Y precisamente por eso mismo, porque hay que saber con qué
armas cuenta el enemigo, también sería necesario replantearse qué tipo de
reivindicaciones hay que presentarles a los políticos. Sobre todo desde el
momento en que el animalismo ha conseguido ya una primera victoria, como es
haber conseguido estigmatizar a la tauromaquia como un espectáculo altamente
subvencionado de cara a la opinión pública.
Tan burda mentira, de tantas veces repetida, se ha acabado
convirtiendo en una verdad indiscutible en el credo populista, por lo que
habría que irse olvidando ya de esas ayudas, imprescindibles en el ámbito de
los festejos menores y las plazas de pueblo, porque suponen una auténtica
patata caliente para los políticos, siempre temerosos de ser señalados en los
aspectos más controvertidos.
Por tanto, más que seguir solicitando ayudas económicas, ya
descalificadas socialmente y que, en realidad, no llegan a solucionar la
precariedad del toreo de base, al sector taurino le interesaría mucho más
negociar ante las administraciones una notable reducción de los desmesurados e
inasumibles costes sociales y legales que se imponen al espectáculo en esos
cosos menores, que es justo allí donde se fragua un futuro ahora a todas luces
asfixiado.
Aunque aún queda tiempo para saber cómo se formará el
próximo gobierno de la nación, las mentes pensantes del toreo -si es que queda
alguna- no deberían esperar mucho más para ponerse a trabajar en esta prórroga
que nos han dado las urnas y la suerte. Como diría un tenista, hemos salvado un
match-point pero aún no hemos ganado el partido. Y lo malo es que lo vamos
perdiendo.
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