Intermitente faena del murciano
por el gran pitón izquierdo del primer toro del hierro de Zahariche, que luce
como cierre un alegre y tremendo ejemplar en el tercio de varas; entre uno y
otro, la corrida se desfondó.
Rafaelillo |
ZABALA DE LA SERNA
@zabaladelaserna
Diario ELMUNDO de
Madrid
Foto: EFE
Madrid se ha copiado de Sevilla y Pamplona y, de unos años a
hoy, Miura cierra San Isidro como la Feria de Abril y San Fermín. Cambian los
miuras míticos los colores de su divisa en Las Ventas desde tiempo inmemorial:
el verde y grana se torna en verde y negro. Cuenta la leyenda que la muerte del
Espartero por el toro «Perdigón» varió el estandarte de la casa de Zahariche.
Otra teoría menos desarrollada dice que cuando el viejo Miura se presentó en el
Foro ya lo había hecho su rival Anastasio Martín -origen Vistahermosa/Cabrera-
con divisa verde y grana... Verde fue también el precipitado pañuelo de la
presidencia con «Tablillero», miura cárdeno, alto, largo, estrecho como las
raíces de su nombre y fuerza trémula. Pero no había blandeado, ni se había
caído, al extremo de devolverlo. Corrió turno Rafaelillo y saltó a la arena «Tabernero»,
uno de los tres miuras por encima de los 600 kilos, abiertos uno por lote.
De pitón a pitón tendría un metro, y en el izquierdo un
cortijo. Una armonía de líneas parecía anunciarlo. Bajo si se quiere para su
linaje, generoso el cuello, negro y lustroso de piel. Humilló en el capote de
Rafael en posición de brega, cambiados los terrenos. Pasó por el caballo con
discreción y en banderillas José Mora lo bordó. O por el azoramiento de la
ovación o por simple despiste, Mora quiso recoger el capote en la barrera
cuando estaba a tiro: el miureño le perdonó la vida contra las tablas. Un
brindis bello de Rafaelillo al Rey emérito precedió la faena: "Majestad,
le brindo la muerte de este mi primer toro por su afición, por la Monarquía,
por España y por la Fiesta Nacional". Y se fue a doblarse con el miura,
que de un hachazo por el derecho le avisó de que por ahí ni bromas. Así que el
aguerrido torero murciano atendió las señales y al natural se puso en el camino
del cortijo.
Los naturales primeros, uno de especial ejecución con la
figura erguida, siguieron la estela de la humillada embestida hacia la tierra
prometida. Pero, tanto entonces como luego, las series no cuajaron con
igualdad. Uno o dos muletazos por ronda se ajustaban -nunca mejor dicho- a lo
exigible. Rafaelillo no se acababa de encontrar. Entre acelerado y nervioso. El
chaleco desabrochado como en las batallas épicas pero sin batalla que librar.
La intermitencia fue la constante entre lo bueno y lo regular. Finalmente
enfrontilado y con más gusto al unipase. Por desgracia la espada lo terminó de
igualar todo a la baja. Y aun así se le reconoció con una ovación.
Después el cinqueño sobrero de Valdefresno, acarnerado,
acochinado, un zambombo impresentable por feo, provocó voces y gritos: «¡Al
Rocío con él!» Los bueyes del Rocío merecen un respeto. Rafaelillo no pudo
hacer nada con aquellas arrancadas por el palillo. Ahora sí que mató a ley.
Madrid recibió a Javier Castaño con un sentido abrazo:
Javier ya ha matado el miura de su vida. La cabeza se va reforestando poco a
poco tras el napalm de la quimio. Todo llega. Lo que no llegó fue el miureño de
posibilidades. Ni el huesudo cárdeno salpicado de 622 kilos, de contadísimo
poder e impotentes movimientos defensivos, ni el quinto, tan levantado del piso
como de corto aliento. Fernando Sánchez protagonizó con las banderillas uno de
los escasos momentos brillantes de la tarde: un segundo par -lo que en un
tercero de cuadrilla es absolutamente inusual- de fábula. Puso la dormida plaza
en pie. Castaño dio la cara con ahínco y fe, se tragó los cabezazos de
principio de faena y aguantó asentado con el miura desfondado. El ligero uso de
la espada y el cariño del personal le obligaron de nuevo al saludo.
El último Miura era un miura pamplonica. Una bestia
ensillada de 647 kilos y testa de museo de ciencias naturales que de un solo
remate reventó la barrera. Grande su juego en el caballo en tres varas de
Francisco Vallejo. La tercera tan en largo que el acierto cobró la importancia
del galope miureño; su cuadrilla siguió el ritmo con los palos (Raúl Ruiz y
Alfredo Jiménez). Pérez Mota, que no había tenido opción con el tercero de
guasa y deslucimiento, brindó al público. Pero el miura sin maldad ya lo había
dicho y dado todo en el caballo. Mota quiso sacarle lo que ya no tenían sus
altivas y defensivas embestidas. Una pena. Triste the end de la isidrada. Y un «Tabernero»
de lujo en el recuerdo.
MIURA | Rafaelillo, Javier Castaño y Pérez Mota
Toros de Miura, de diferentes
remates y seriedades en las hechuras de la casa; de extraordinario pitón
izquierdo el 1 bis; bravo y alegre en el caballo el 6; de pobre fondo y escaso
poder el resto; y un sobrero de Valdefresno,
cinqueño, acochinado y feo, que no humilló nunca.
Rafaelillo, de nazareno y oro. Tres pinchazos y
estocada. Aviso (saludos). En el cuarto, estocada y descabello. Aviso
(silencio).
Javier Castaño, de nazareno y oro. Dos pinchazos, media
estocada tendida y cinco descabellos. Aviso (silencio). En el quinto, estocada
(saludos).
Pérez Mota, de grana y oro. Estocada baja y descabello
(silencio). En el sexto, estocada honda (silencio).
Monumental de las Ventas. Domingo, 5 de junio de 2016. Última de feria.
Lleno.
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