miércoles, 29 de junio de 2016

¡Qué guay!

CARLOS RUIZ VILLASUZO

Voltaire, al contrario que el Marqués de Sade, afirmó que ‘el exceso de placer no es placer’. Sade quería más sobre más, mucho encima de lo excesivo, pues su finalidad era lograr placer a través del dolor del otro: sadismo. Voltaire pretendía la distinción de lo sublime. La excelencia sobre lo vulgar, la excepcionalidad frente a lo común. El exceso vulgariza, trivializa, ningunea, malforma. Deforma como el exceso de luz, que, como afirmaba Octavio Paz, es como un exceso de sombra. Mucha luz impide ver bien. Mucha información impide informar bien.

Hay una tendencia al exceso de contar y de mostrar. Pareciera que estar informado fuera una especie de directo sin fin, un ‘reality’ continuado de piezas para ser mostradas una y otra vez. Si a este exceso le sumamos una necesidad casi angustiosa de reciente creación, el vértigo o la necesidad de un más y más a gran velocidad, nos da una suma que es exceso más velocidad. Una locura. Mucho y muy rápido convierte al lector o al espectador, en un ser desinformado y pasa a ser un ‘voyeur’, un mirón. Pero uno no se informa mirando, sino viendo.

Más de una vez me he declarado en profundo desacuerdo con las prácticas de comunicación o información de algunos jefes de prensa de los toreros. Estar en desacuerdo, opinar distinto respecto a cómo ha de tratarse una información para que ejerza su mayor y mejor impacto, no significa otra cosa que eso: estar en desacuerdo. Supongo que no habrá linchamiento por ello. No lo estoy porque los excesos y las ansias de vértigo han derivado en la vulgarización de cuestiones tan esenciales como es la sangre de los toreros. Una y otra vez, desde hace años, recién salido un torero de una cornada que causó impacto en los públicos, recibimos, casi en menos de veinticuatro horas, varias fotos del herido en la cama del hospital con fingida o real sonrisa, o rodeado de un grupo de amigos o al lado del doctor con sonrisa a media asta. Y ese exceso y ese vértigo, ha matado la importancia comunicativa de una cornada grave.

Hemos llegado a usar la expresión de ‘no tiene nada’ para alguien a quien le arrancan los testículos de cuajo. En los últimos tiempos, hemos traducido de forma perversa y derrochadora, uno de los escasos magníficos lugares comunes que tenía el toreo: ‘Ellos son de otra pasta’, por un cálculo inhumano y de comunicación devastadora que consiste en calcular el tiempo para el regreso a los ruedos. Y lo considero, como comunicador y periodista, un irracional y peligroso ejercicio de paradoja anti-comunicativa: creyendo que esos contenidos dan más importancia, se la están quitando.

Un tipo en la UCI no puede estar al lado de un móvil. Aunque no fuera un torero, no puede estarlo. Y si lo está, no se enseña, porque no hace falta, no añade nada, no es información sino un exceso que hace ver que lo muy grave no lo es. Una UCI es una capilla post-cornada, la zona en sombra del subsuelo de los coliseos, donde se recuperaba el gladiador, la sombra bajo el árbol alejado de todos para que el escudero limpiara las heridas del héroe tras la batalla. Una UCI es eso. Y la hemos convertido… ¿en qué? En un lugar de fotos de sonrisas con pulgares hacia arriba. Una zona guay.

Esta forma de mucho sobre mucho y a gran velocidad es decirle a la sociedad que el parte que ponía ‘muy grave’ era exagerado. Que una sangría no lo es, que las carnes abiertas producen sonrisas, que el dolor sólo es un tiempo escaso y que sangre vale menos que el devaluado gasoil. Y, además de vulgarizar, estamos mintiendo. Mi experiencia profesional me anima a afirmar que no hay nada más falso que esas fotos (con el pie de foto, ya habla, ya come, ya dice, ya caga o ya mea- con perdón) pues en las cornadas hay un después diseñado para una montaña rusa donde surgen abismos de estados de ánimo pesimistas, de lágrimas, de dudas, de dolor, de ira. Y no me cabe la menor duda de que esa historia humana y nada guay es la que mejor comunicaría a los públicos. Porque son de otra pasta, pero son de carne y hueso.

Esa idea anticomunicativa de mostrar mucho y rápido, se pervierte aún más haciéndonos creer que todo lo que sucede a ese tipo que rozó la muerte por segundos, es guay. Es de otra pasta. Se recupera así, plas. Creen que comunicar es saciar al otro. La saciedad es una precipitación: algo se condensa, echa raíces en mí, me fulmina. Colmo, acumulo, pero no me detengo. No hago pensar. Poner en valor. Reflexionar. Ver. No mirar, ver.

Umberto Eco afirmó que ‘el exceso de información provoca amnesia’. Cierto. A la tercera pieza o foto del pulgar hacia arriba, ya hicimos que se olvide la sangre en el ruedo. Y, eso es malo para la sangre, peor que una infección en la carne partida. Poco a poco, exceso a exceso, lo estamos logrando. Vulgarizar, banalizar, pervertir. Del ‘son de otra pasta’ hemos pasado al son ‘muy guays’.

Este medio ha sido criticado muchas veces por mostrar heridas, imágenes duras de cicatrices, costuras… Lo seguiremos haciendo. Porque es informativamente coherente con el después de un parte técnico que dice ‘muy grave’. Porque no hay photoshop ni nada guay en ese rastro de crueldad que está en el cuerpo, porque es real y es cierto, es humano y es heroico, es lo que los demás jamás seríamos capaces de aguantar porque si, es cierto, ‘son de otra pasta’.

Pero, sobre todo, porque esa imagen que repele a las miradas que buscan lo guay, incitan a detenerse un tiempo. A ver. Tener el valor de verlas, no de mirarlas. Y, estoy convencido que quien las ve unos segundos, sabe que existe y existirá en ese cuerpo y en esa mente un futuro próximo de montaña rusa de sensaciones, risas al pie de cobardías, lágrimas de valentía y todas esas contradicciones humanas de las que se alimentan los héroes desde tiempos remotos.

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