domingo, 28 de julio de 2019

Con qué cara

JORGE ARTURO DÍAZ REYES
@jadir45

Sigo leyendo a Yuval Harari. Sin la revolución agrícola (y ganadera) no hubiese sido posible la revolución industrial ni la sociedad actual, plantea.

Una sociedad en la cual, por ejemplo, el 2% de la población de los Estados Unidos que se ocupa de la agricultura y la ganadería produce alimentos para mantener el 98% de la población del país y además rendir enormes excedentes que se exportan a otros países. Datos oficiales.

Con ojos de aficionado a los toros, cuestionado moralmente como todos por los “animalistas”, me centro en lo pecuario.  En todo el mundo los animales hoy en día se producen masivamente, de manera industrial, sin consideración alguna por su individualidad, instinto ni sensibilidad.

Miles de millones pasan su vida en cintas de producción mecanizadas y anualmente se matan alrededor de 50.000 millones de ellos. En las granjas avícolas los polluelos imperfectos son extraídos, asfixiados en cámaras de gas, triturados automáticamente o arrojados a la basura. Cientos de millones mueren así cada año.

A las gallinas ponedoras, hechas por la evolución para explorar su entorno, buscar comida y picotear, se las confina  a morir en jaulas no mayores de 25 por 22 centímetros.

Las puercas viven y crían en cajas tan pequeñas en las cuales no pueden siquiera darse la vuelta, durmiendo sobre sus propios orines y excrementos. Recién paridas, les quitan los hijos para engordarlos y sacrificarlos.

Las vacas lecheras pasan casi toda su existencia en recintos minúsculos, recibiendo mecánicamente comida, hormonas, medicinas y siendo ordeñadas por máquinas. Para no hablar de las dedicadas a carne cuya vida en promedio no se permite más allá de los dos años. Ni de las infinitas formas modernas de maltratar a todas las otras especies animales y vegetales.

Cuando se comparan estas vergonzosas realidades con la crianza del toro de lidia, en su hábitat natural, de manera espaciosa y libre, permitiéndole, correr, jugar, desarrollarse, socializar con su manada, recibiendo esmerado cuido y al final, adulto, batirse instintivamente por su vida con código, identidad, ceremonia y respeto. No puede uno menos que preguntarse con qué cara esta sociedad que vive de lo uno pueda cuestionar lo otro. 

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