El
diestro norteamericano –judío, homosexual y neoyorquino- fue una de las figuras
inconfundibles de aquella Sevilla de 1929 que se asomaba a los fastos de la
Exposición Iberoamericana.
ÁLVARO R.
DEL MORAL
@ardelmoral
Diario EL CORREO DE ANDALUCÍA
@ardelmoral
Diario EL CORREO DE ANDALUCÍA
1929 marcó un antes y un después en la ciudad de
Sevilla. La meta demorada de la Exposición Iberoamericana mudó de piel a la
vieja Híspalis y sirvió de motor del impresionante auge de las artes y oficios
artísticos bajo el paraguas común del Regionalismo. El mundo de los toros no
fue ajeno a esa metamorfosis. Hablamos de tres lustros fundamentales que
cambian para siempre los fines del toreo, marcados por dos sucesos luctuosos:
la muerte de Gallito en Talavera en 1920 y el traslado agónico de su cuñado Ignacio
Sánchez Mejías desde Manzanares a Madrid en el atardecer del 11 de agosto de
1934. En medio de esas dos tragedias desfila una impresionante baraja de
matadores que paga un alto precio de sangre por asimilar la revolución taurina
orquestada por Juan y José en los años añorados de la Edad de Oro. En ese
panorama pululan otros colosos, también otros personajes, que pusieron su
particular granito de arena para redondear el paisaje con figuras de ese tiempo
irrepetible.
La temporada taurina de 1929 no fue una más en la
plaza de la Maestranza. La empresa de la época, tal y como ocurriría en 1992,
aprovechó el tirón para organizar una extensa programación de festejos. En
medio de aquella nómina de matadores y novilleros llamaba la atención un nombre
exótico: era el de Sidney Franklin, que había desembarcado en la ciudad de la
muestra iberoamericana precedido de una ancha baraja de aventuras.
Sidney Franklin –su verdadero apellido era
Frumpkin- había nacido en Nueva York el 11 de julio de 1903. Era el quinto hijo
de una familia de nueve hermanos de padres judíos ortodoxos y origen ruso. El
padre, un policía de armas tomar, nunca vio con buenos ojos las inclinaciones artísticas
y escénicas de su hijo, que se ganó la vida como jovencísimo cartelista
comercial antes de coger la puerta tras una fenomenal bronca con su progenitor.
Contaba sólo 19 años y, con lo puesto, aterrizó en México. Allí establecería un
primer acercamiento con el mundo taurino gracias a esa faceta de publicista.
Pero él mismo confesaría en su autobiografía que el contacto con el diestro
azteca Rodolfo Gaona –que había estado casado en España con la famosa actriz
Carmen Ruiz Moragas, amante de Alfonso XIII- sería fundamental para cimentar
esa definitiva vocación taurina que tuvo su origen en una apuesta sobre el
supuesto valor de un norteamericano en la cara de un toro.
Primeras andanzas taurinas
En 1923 ya había debutado como novillero,
presentándose en la plaza de El Toreo de la Condesa el 27 de julio de 1924.
Cinco años después, con una edad más que pasada para la época, empezaría a
hacerse popular en España. Sidney Franklin debutó en la plaza de la Maestranza
estoqueando una novillada de Moreno Santamaría. Fue el 9 de junio de 1929. Le
acompañaban en el cartel Camará II, que resultó herido, y Reina Echevarría, que
tuvo que despachar tres reses por el percance de su compañero. El 30 de aquel
mismo mes volvería a hacer el paseíllo en el coso del Baratillo. Esta vez sería
él mismo el que tuvo que pasar por la enfermería dejando tres novillos de Pérez
de la Concha para Pepe Pineda, que abría una terna que cerraba Juan Luis Ruiz.
La cosa no debió revestir demasiada gravedad ya que el torero yanki volvería a
ser incluido el 7 de julio en un nuevo festejo para lidiar un encierro de
Peñalver. Franklin hizo el paseo entre Cantimplas y Rebujito. Ese mismo año
haría su presentación en la plaza vieja de Madrid, la de la carretera de
Aragón, alternando con Maera II y Manolo Agüero para despenar un encierro de
Eduardo Pagés. Fue el día de Santiago. Pero aún repitió el de la Virgen,
anunciado con Joselito Tomero y Alberto Balderas para lidiar seis de Coquilla. Entre
medias le dio tiempo de verse incluido en una peculiar corrida
“Hispanoamericana” celebrada el 21 de julio de aquel año en el recordado coso
donostiarra de El Chofre. Franklin fue añadido por Eduardo Pagés al cartel
original de matadores –Marcial Lalanda, Gitanillo de Triana, Manolo Bienvenida
y Heriberto García- para lidiar un novillo de Flores que se sumó a los cuatro
toros mexicanos de Piedras Negras y los cuatro salmantinos de Clairac previstos
inicialmente. Ese novillo, curiosamente, fue brindado a un emergente general
llamado Francisco Franco...
1929 también fue el año del inicio de una amistad
que iba a marcar su vida: la del escritor y aventurero norteamericano Ernest
Hemingway, que ya había retratado literariamente su encuentro revelador con
España y los sanfermines en su libro ‘Fiesta’. Pero hubo un acontecimiento
desgraciado que iba a truncar la primera etapa española del novillero de
Brooklyn. En 1930 sufrió una tremenda cornada que le partió la base del coxis,
penetró por el recto destrozándole el esfínter y le afectó gravemente a su
intestino grueso. En 1931 había cruzado el charco de nuevo, tomando una primera
alternativa mexicana que, como veremos, no tuvo demasiada vigencia. Fue en
Nuevo Laredo, con toros de Xajay y de manos de Marcial Lalanda. A partir de ese
momento, su carrera taurina se diluyó sin rebajar un ápice el aura del
personaje...
El cine y la amistad con James Dean
Pero Sidney Franklin siguió sacando rendimiento a
su estampa de torero, participando en la película ‘The kid from Spain’ en 1932.
Fue en esas lides cinematográficas, precisamente, en las que conocería a James
Dean bastantes años después. Compartieron la pasión por la Tauromaquia,
atestiguada en numerosas fotografías en las que el icono cinematográfico ensaya
lances al aire manejando un capote del torero neoyorquino. La escritora y
fotógrafa norteamericana Muriel Feiner narra en su libro ‘¡Torero!: los toros
en el cine’ que Dean conoció a Franklin a través del director Rogers Brackett,
otro apasionado de la Fiesta. Muriel reseña que el exótico lidiador neoyorquino
y el joven actor entrenaban de salón, intercambiándose los papeles de toro y
torero ¿Pudo haber algo más entre ellos? Lo dejaremos para los secretos de la
historia. Llegados a este punto hay que resaltar que la reciente revisión del
personaje ha ponderado su condición homosexual reivindicándole como un icono
del llamado orgullo gay. Pero ahí ni entramos ni salimos. Es mucho más
interesante su presencia en medio de acontecimientos y personajes que marcaron
la historia menuda de España.
De vuelta a España
Franklin, enamorado de nuestro país, retornaría a
la piel de toro atraído por una nueva promesa de sangre: la Guerra Civil. El
torero yanky volvería a compartir aventuras, riesgos y borracheras con su amigo
Hemingway, que ya le había nombrado en otro de sus libros más célebres: ‘Muerte
en la tarde’. Es curioso como el propio Franklin coloca cuidadosamente ese
libro junto a él para posar ante el fotógrafo en la imagen que ilustra este
reportaje, tomada durante el rodaje de ‘The Kid from Spain’. Pero el futuro
premio Nobel norteamericano y el lidiador de Brooklyn estaban distanciados por
su distinta visión del conflicto español: la decidida apuesta por la República
en el caso de Hemingway es más que conocida. Contrastaba por la indisimulada
simpatía por los alzados que abanderaba Franklin.
Alternativa y ocaso taurino
En 1945 lograría tomar la alternativa de matador
de toros en la mismísima plaza de Las Ventas. Repetimos el dato: se trató de
una alternativa, no de una confirmación, renunciando al doctorado mexicano que
había recibido catorce años antes. El padrino de su alternativa madrileña fue
Luis Gómez ‘El Estudiante’, que le cedió un toro de Sánchez Fabrés en presencia
de Morenito de Talavera. El festejo había sido abierto, a caballo, por Álvaro Domecq.
El toro de su doctorado se llamaba ‘Tallealto’, estaba marcado con el número 24
y era colorado de capa. El nuevo matador estaba a punto de cumplir 42 años...
Pero el torero yanky, entre idas y venidas a su país para participar en algunas
películas, aún permanecería algunos años más afincado en España, abriendo una
cafetería en Sevilla y hasta una escuela taurina. En 1957, un incidente sin
aclarar con unas matrículas –en el que algunos quieren imaginar tentáculos de
la represión franquista- acabó dando con sus huesos en la cárcel durante
algunos meses. ¿Tuvo que ver con su condición de homosexual? Puede ser... El
caso es que Franklin haría las maletas definitivamente para marcharse a México
–aún toreó en público en Ciudad Juárez en 1959- y, definitivamente, a Estados
Unidos. Allí pasó sus últimos años, recluido en un asilo de ancianos de Nueva
York en el que falleció, solo y olvidado, en 1976.
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