Pablo
Aguado libra bien su presentación en Pamplona con una desigual pero buena
corrida de Victoriano del Río.
ZABALA DE
LA SERNA
@zabaladelaserna
Pamplona
La presentación de Pablo Aguado en San Fermín
traía un runrún especial. El torero del silencio en la plaza más atronadora del
planeta. La elegancia en la boca del lobo. La fragilidad ante el toro de
Pamplona. Que en su toma de contacto no sintió. Ni en su carta de presentación
por chicuelinas al toro de El Juli -no convino el quite por su condición feble,
por ir por el mismo palo que el de Julián- ni con el suyo propio de cuerpo
inane y finas puntas. Sorprendió entonces Aguado por la suma facilidad, por el
cambio del toro ante la suavidad. Su nervio arisco, ese calambre, desapareció
como por arte de magia. Pablo no lo molestó nunca, en sus líneas y alturas
naturales. Ni un tropezón, ni un enganchón, ni un tirón. Como música para
amansar las fieras. O el toro no era tal fiera. No sé. Lo toreó a su aire, sin
compromisos, y la sutileza surtió efectos. Incluso un par de naturales causaron
cierto asombro. Y lo pasaportó de una pasada.
Antonio Ferrera volvió a volar libre. Sin corsés
ni ataduras. Como en la daliniana tarde de San Isidro pero sin el efecto
sorpresa para quienes vivimos aquel acontecimiento como único. Por único se
entiende irrepetible. Y el intento de repetición con toro tan notable como el
cuarto tuvo un sonido predecible dentro del inspirado y genial salpicón de
momentos, de muletazos buenos a salto de mata, desordenados, hilvanados en
caminitos. La faena con la estructura deconstruida alcanzó su cumbre con la
ayuda abandonada. Como la figura. La muleta cogida por el cáncamo, el toreo en
los vuelos, naturales diestros desmayados. El trazo tal que nunca acabas de ver
hasta dónde hubiera dado la profundidad del toro. Como si alguien quisiera
verla. Burbujeó la plaza en plena merienda. Y eso era el loco milagro de
Ferrera. Que la fastidió con un metisaca en los sótanos; el siguiente pinchazo
ya fue con el toro muerto en pie. El acero está robando demasiadas glorias en
esta feria, un esportón de orejas: AF paseó feliz la vuelta al ruedo.
La espada ya le había privado de premio mayor con el toro de la apertura, un toro grande y hondo pero bien hecho de Toros de Cortés. Templado en el son de las verónicas de Antonio Ferrera. Derribó con estrépito y luego fue castigado duro. Le pesaban los adentros como dijo en banderillas. La faena tuvo ritmo de yo-yo. No porque subiera y bajara, sino porque fue un juego de querencias. De sacar al toro hacia los medios y acabar en cada serie basculando hacia los adentros. Y en esa senda pintaba la veteranía de Antonio muletazos de enorme cadencia. Aunque una tercera ronda de derechazos que desembocó en un interminable cambio de mano ya había sido el cénit.
La espada ya le había privado de premio mayor con el toro de la apertura, un toro grande y hondo pero bien hecho de Toros de Cortés. Templado en el son de las verónicas de Antonio Ferrera. Derribó con estrépito y luego fue castigado duro. Le pesaban los adentros como dijo en banderillas. La faena tuvo ritmo de yo-yo. No porque subiera y bajara, sino porque fue un juego de querencias. De sacar al toro hacia los medios y acabar en cada serie basculando hacia los adentros. Y en esa senda pintaba la veteranía de Antonio muletazos de enorme cadencia. Aunque una tercera ronda de derechazos que desembocó en un interminable cambio de mano ya había sido el cénit.
Pero el verdedero cénit de esta tarde variada y
rica, como el incatalogable salpicón de Ferrera, fue la faena de El Juli a
aquel quinto con hechuras de vaca vieja. Por ceñirse a una lógica estructural
ligada, a una ciencia torera, a una sabiduría cierta. Una templanza serena
envolvió todo. Dándole un ritmo creciente en su derecha a la espera, ese tempo
que embrocaba un tiempo atrás: Juli acompañaba con todo la profundidad buscada.
Y con la izquierda también. Encajado pero mecido. Todo lo que se había dejado
en el tintero con un toro geniudo, sin poder ni trapío, lo sacaba ahora. Lo
gozaba El Juli, que no olvidó dónde estaba: una cadena de circulares invertidos
multiplicó el eco y catapultaron la obra. Que en otro circular travestido de
cambio de mano sin kilometraje se elevó al cielo navarro. La colocación trasera
del espadazo careció de muerte. Y el descabello terminó de cerrar la puerta
grande. La oreja tuvo su peso y su festejo.
Aguado acabó de librar con bien suavemente -sin
apretar aunque habrá que ir apretando- su presentación con un manejable sexto
que se acercó más al toro de Pamplona que otros de la corrida. Otro salpicón
también sabroso. Que debió de ser este jueves el día.
Los lances de Pablo a puro pulso, yemas y muñecas
a compás, flotaron como bolitas de caviar.
VICTORIANO DEL RÍO - Antonio Ferrera, El
Juli y Pablo Aguado
Monumental de Pamplona. Jueves, 11 de julio
de 2019. Séptima de feria. Lleno.
Toros de Victoriano del Río y uno de Toros
de Cortés (1º), tres cinqueños (3º, 4º y 5º), muy desiguales de hechuras,
remates y seriedades; de buen juego en conjunto.
Antonio
Ferrera, de sangre de toro y oro.
Estocada atravesada y suelta en la suerte de recibir y tres descabellos. Aviso
(saludos). En el cuarto, metisaca en los bajos y pinchazo (vuelta).
El
Juli, de nazareno y oro. Dos
pinchazos y media estocada (silencio). En el quinto, estocada trasera y dos
descabellos . Aviso (oreja).
Pablo
Aguado, de berenjena y oro.
Estocada trasera y descabello (saludos). En el sexto, media estocada
(silencio).
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