jueves, 11 de julio de 2019

FERIA DE SAN FERMÍN – QUINTA CORRIDA: Un salpicón de cosas buenas: del genio de Ferrera al cénit de El Juli

Pablo Aguado libra bien su presentación en Pamplona con una desigual pero buena corrida de Victoriano del Río.
Pablo Aguado
ZABALA DE LA SERNA
@zabaladelaserna
Pamplona

La presentación de Pablo Aguado en San Fermín traía un runrún especial. El torero del silencio en la plaza más atronadora del planeta. La elegancia en la boca del lobo. La fragilidad ante el toro de Pamplona. Que en su toma de contacto no sintió. Ni en su carta de presentación por chicuelinas al toro de El Juli -no convino el quite por su condición feble, por ir por el mismo palo que el de Julián- ni con el suyo propio de cuerpo inane y finas puntas. Sorprendió entonces Aguado por la suma facilidad, por el cambio del toro ante la suavidad. Su nervio arisco, ese calambre, desapareció como por arte de magia. Pablo no lo molestó nunca, en sus líneas y alturas naturales. Ni un tropezón, ni un enganchón, ni un tirón. Como música para amansar las fieras. O el toro no era tal fiera. No sé. Lo toreó a su aire, sin compromisos, y la sutileza surtió efectos. Incluso un par de naturales causaron cierto asombro. Y lo pasaportó de una pasada.

Antonio Ferrera volvió a volar libre. Sin corsés ni ataduras. Como en la daliniana tarde de San Isidro pero sin el efecto sorpresa para quienes vivimos aquel acontecimiento como único. Por único se entiende irrepetible. Y el intento de repetición con toro tan notable como el cuarto tuvo un sonido predecible dentro del inspirado y genial salpicón de momentos, de muletazos buenos a salto de mata, desordenados, hilvanados en caminitos. La faena con la estructura deconstruida alcanzó su cumbre con la ayuda abandonada. Como la figura. La muleta cogida por el cáncamo, el toreo en los vuelos, naturales diestros desmayados. El trazo tal que nunca acabas de ver hasta dónde hubiera dado la profundidad del toro. Como si alguien quisiera verla. Burbujeó la plaza en plena merienda. Y eso era el loco milagro de Ferrera. Que la fastidió con un metisaca en los sótanos; el siguiente pinchazo ya fue con el toro muerto en pie. El acero está robando demasiadas glorias en esta feria, un esportón de orejas: AF paseó feliz la vuelta al ruedo. 

La espada ya le había privado de premio mayor con el toro de la apertura, un toro grande y hondo pero bien hecho de Toros de Cortés. Templado en el son de las verónicas de Antonio Ferrera. Derribó con estrépito y luego fue castigado duro. Le pesaban los adentros como dijo en banderillas. La faena tuvo ritmo de yo-yo. No porque subiera y bajara, sino porque fue un juego de querencias. De sacar al toro hacia los medios y acabar en cada serie basculando hacia los adentros. Y en esa senda pintaba la veteranía de Antonio muletazos de enorme cadencia. Aunque una tercera ronda de derechazos que desembocó en un interminable cambio de mano ya había sido el cénit.

Pero el verdedero cénit de esta tarde variada y rica, como el incatalogable salpicón de Ferrera, fue la faena de El Juli a aquel quinto con hechuras de vaca vieja. Por ceñirse a una lógica estructural ligada, a una ciencia torera, a una sabiduría cierta. Una templanza serena envolvió todo. Dándole un ritmo creciente en su derecha a la espera, ese tempo que embrocaba un tiempo atrás: Juli acompañaba con todo la profundidad buscada. Y con la izquierda también. Encajado pero mecido. Todo lo que se había dejado en el tintero con un toro geniudo, sin poder ni trapío, lo sacaba ahora. Lo gozaba El Juli, que no olvidó dónde estaba: una cadena de circulares invertidos multiplicó el eco y catapultaron la obra. Que en otro circular travestido de cambio de mano sin kilometraje se elevó al cielo navarro. La colocación trasera del espadazo careció de muerte. Y el descabello terminó de cerrar la puerta grande. La oreja tuvo su peso y su festejo.

Aguado acabó de librar con bien suavemente -sin apretar aunque habrá que ir apretando- su presentación con un manejable sexto que se acercó más al toro de Pamplona que otros de la corrida. Otro salpicón también sabroso. Que debió de ser este jueves el día.

Los lances de Pablo a puro pulso, yemas y muñecas a compás, flotaron como bolitas de caviar.

VICTORIANO DEL RÍO - Antonio Ferrera, El Juli y Pablo Aguado

Monumental de Pamplona. Jueves, 11 de julio de 2019. Séptima de feria. Lleno.

Toros de Victoriano del Río y uno de Toros de Cortés (1º), tres cinqueños (3º, 4º y 5º), muy desiguales de hechuras, remates y seriedades; de buen juego en conjunto.

Antonio Ferrera, de sangre de toro y oro. Estocada atravesada y suelta en la suerte de recibir y tres descabellos. Aviso (saludos). En el cuarto, metisaca en los bajos y pinchazo (vuelta).

El Juli, de nazareno y oro. Dos pinchazos y media estocada (silencio). En el quinto, estocada trasera y dos descabellos . Aviso (oreja).

Pablo Aguado, de berenjena y oro. Estocada trasera y descabello (saludos). En el sexto, media estocada (silencio).

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