Un
festín de cuatro orejas y dos toros de ensueño para el menor de los Rivera,
inapelable con la espada; un trofeo de otro gran toro para Perera.
ZABALA DE
LA SERNA
@zabaladelaserna
Pamplona
No devolvieron un boleto por la sustitución de
Roca Rey. O si entró alguna entrada por taquilla volvió a salir. Sólo en
Pamplona suceden milagros de tal naturaleza. Como de milagro puede calificarse
la apoteosis de Cayetano y sus cuatro orejas, cuatro. Cortadas a dos toros de
ensueño de Núñez del Cuvillo por una espada inapelable, eso sí, y sin armar una
faena que argumentase mínimamente el festín, la gloria esparcida como si
sacudiesen a palos la piñata de los premios. Un dispendio.
Sucedería a las 19.32 horas de la tarde la primera
aparición: a Cayetano el alguacilillo le entregaba las dos orejas de Aguaclara.
Que menudo toro fue. De infalible reata en Cuvillo. No paró de crecer
Aguaclara, como una fina marea. Desde que se centró, y a eso puede que ayudaran
los severos puyazos, brotó un manantial de humilladas embestidas. Una
humillación cara. De categoría por el pitón izquierdo. Como si quisiera labrar
el ruedo, planeando la arena.
Cayetano alcanzó inédito la muleta. Y cuando
brindó al público la celebración ya fue mayúscula. Como si de pronto cayese la
solanera en la cuenta de su fama extramuros. Esa algarabía fan, tan poco
taurina: «¡Mira, Cayetano!». Cuando
se puso a torear, efectivamente, era Cayetano: el sello periférico lo definía
todo, ni siquiera en línea, sino hacia fuera el trazo. De expulsión. Los
muletazos leves, las series breves. La de toma de contacto de la izquierda
contó, para ser exactos, con dos naturales, una afarolado y el de pecho. El
coro no paró de alentar y jalear desde un molinete de rodillas de la muy
abierta apertura en el tercio. Y así se fue fraguando el éxito para quien ya
debutó hace tres temporadas en Pamplona bajo el palio del buen bajío. Rivera
voló, literalmente, con su peculiar pero imbatible estilo estoqueador. La casi
inapreciable trayectoria tendida demoró un poco el delirio. La presidenta
Silvia Rosa Velásquez también sucumbió a la seducción de Cayetano. Y así se
obró el milagro sanferminero de las dos orejas que tintineaban bajo la
excelencia de «Aguaclara».
A la categoría de Aguaclara le echó un pulso
Pregonero. Una pintura de jabonero de talla sevillana, cincelado en molde
recortado por el alfarero de la bravura. Su ordenada y profunda embestida ya se
sintió -sorprendentemente después de las querencias marcadas durante el tercio
de varas- en el capote de Javier Ambel. Que es un termómetro exacto. Qué modo
de viajar. Miguel Ángel Perera se relamía. De inicio el ataque fue en tromba:
de rodillas y sobre la misma boca de riego, los cambiados por la espalda y los
redondos ya exigentísimos. Esa exigencia pererista y demoledora por abajo la
aguantó Pregonero como un solo hombre. O una sola mujer. Que son más duras. Por
las dos manos dándose hasta el final de tan ligado y rotundísimo poder. A
últimas, muy a últimas, ya pasado el epílogo de trenzas y ochos ojedistas, el
cuvillo amagó con irse por el único resquicio de luz que entró al levantarse el
telón. Un pinchazo redujo a una oreja seria el premio.
Subrayar la seriedad del trofeo no venía de más.
No sólo por Cayetano: a Antonio Ferrera, sustituto de Rey Roca, le habían
regalado también una oreja del muy flojito y castaño cuarto. Que confirmaba la
sevillanía del trapío de la corrida y que en Pamplona la espada es ley.
No le falló la suya a Cayetano con el fino sexto
de calidades y cualidades infinitas. El brillo del acero y el de su mirada -una
serie mirando al tendido fue éxtasis mayor- enloqueció Pamplona hasta el punto
de entregarle otras dos orejas. Y pedirle el máximo trofeo. Una desvergonzada y
cachonda pancarta de una/uno o varias/varios jóvenes -por curarnos en salud
LGTBI- lo profetizaba: «Cayetano, yo pongo las orejas y tú el
rabo». No hubo caso porque la presidenta se resisitió. Pero también
querían poner el rabo. Encaramado al podio de máximo triunfador de San Fermín,
ya hubiera sido rizar el rizo hasta el tirabuzón. A Rosito, tan bueno y fácil
que se abría solo, le sacó Silvia Rosa el pañuelo azul, obviando su amago de
fuga final, como colofón de la gran cumbre -primero y segundo no contaron por
su escaso fondo- de Núñez del Cuvillo. Que le puso el pedestal al milagro de
Cayetano.
Pamplona es así.
NÚÑEZ DEL CUVILLO - Antonio Ferrera,
Miguel Ángel Perera y Cayetano
Monumental de Pamplona. Viernes, 12 de julio
de 2019. Octava de feria. Lleno.
Toros de Núñez del Cuvillo, dos cinqueños (1º y 4º), terciados y entipados;
el 6º premiado con la vuelta en el arrastre; extraordinarios 3º y 5º; sin poder
ni fuerza el bondadoso 4º.
Antonio
Ferrera, de tabaco y oro. Tres
pinchazos, estocada caída atravesada y tres descabellos (silencio). En el
cuarto, estocada fulminante (oreja).
Miguel
Ángel Perera, de blanco y plata.
Bajonazo en el número (silencio). En el quinto, pinchazo y estocada rinconera
(oreja).
Cayetano, de azul marino y oro. Estocada tendida
(dos orejas). En el sexto, gran estocada (dos orejas y petición de rabo). Salió
a hombros.
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