viernes, 12 de julio de 2019

FERIA DE SAN FERMÍN – SEXTA CORRIDA: Pamplona corona a Cayetano en la apoteosis de Cuvillo

Un festín de cuatro orejas y dos toros de ensueño para el menor de los Rivera, inapelable con la espada; un trofeo de otro gran toro para Perera.
ZABALA DE LA SERNA
@zabaladelaserna
Pamplona

No devolvieron un boleto por la sustitución de Roca Rey. O si entró alguna entrada por taquilla volvió a salir. Sólo en Pamplona suceden milagros de tal naturaleza. Como de milagro puede calificarse la apoteosis de Cayetano y sus cuatro orejas, cuatro. Cortadas a dos toros de ensueño de Núñez del Cuvillo por una espada inapelable, eso sí, y sin armar una faena que argumentase mínimamente el festín, la gloria esparcida como si sacudiesen a palos la piñata de los premios. Un dispendio.

Sucedería a las 19.32 horas de la tarde la primera aparición: a Cayetano el alguacilillo le entregaba las dos orejas de Aguaclara. Que menudo toro fue. De infalible reata en Cuvillo. No paró de crecer Aguaclara, como una fina marea. Desde que se centró, y a eso puede que ayudaran los severos puyazos, brotó un manantial de humilladas embestidas. Una humillación cara. De categoría por el pitón izquierdo. Como si quisiera labrar el ruedo, planeando la arena.

Cayetano alcanzó inédito la muleta. Y cuando brindó al público la celebración ya fue mayúscula. Como si de pronto cayese la solanera en la cuenta de su fama extramuros. Esa algarabía fan, tan poco taurina: «¡Mira, Cayetano!». Cuando se puso a torear, efectivamente, era Cayetano: el sello periférico lo definía todo, ni siquiera en línea, sino hacia fuera el trazo. De expulsión. Los muletazos leves, las series breves. La de toma de contacto de la izquierda contó, para ser exactos, con dos naturales, una afarolado y el de pecho. El coro no paró de alentar y jalear desde un molinete de rodillas de la muy abierta apertura en el tercio. Y así se fue fraguando el éxito para quien ya debutó hace tres temporadas en Pamplona bajo el palio del buen bajío. Rivera voló, literalmente, con su peculiar pero imbatible estilo estoqueador. La casi inapreciable trayectoria tendida demoró un poco el delirio. La presidenta Silvia Rosa Velásquez también sucumbió a la seducción de Cayetano. Y así se obró el milagro sanferminero de las dos orejas que tintineaban bajo la excelencia de «Aguaclara».

A la categoría de Aguaclara le echó un pulso Pregonero. Una pintura de jabonero de talla sevillana, cincelado en molde recortado por el alfarero de la bravura. Su ordenada y profunda embestida ya se sintió -sorprendentemente después de las querencias marcadas durante el tercio de varas- en el capote de Javier Ambel. Que es un termómetro exacto. Qué modo de viajar. Miguel Ángel Perera se relamía. De inicio el ataque fue en tromba: de rodillas y sobre la misma boca de riego, los cambiados por la espalda y los redondos ya exigentísimos. Esa exigencia pererista y demoledora por abajo la aguantó Pregonero como un solo hombre. O una sola mujer. Que son más duras. Por las dos manos dándose hasta el final de tan ligado y rotundísimo poder. A últimas, muy a últimas, ya pasado el epílogo de trenzas y ochos ojedistas, el cuvillo amagó con irse por el único resquicio de luz que entró al levantarse el telón. Un pinchazo redujo a una oreja seria el premio.

Subrayar la seriedad del trofeo no venía de más. No sólo por Cayetano: a Antonio Ferrera, sustituto de Rey Roca, le habían regalado también una oreja del muy flojito y castaño cuarto. Que confirmaba la sevillanía del trapío de la corrida y que en Pamplona la espada es ley.

No le falló la suya a Cayetano con el fino sexto de calidades y cualidades infinitas. El brillo del acero y el de su mirada -una serie mirando al tendido fue éxtasis mayor- enloqueció Pamplona hasta el punto de entregarle otras dos orejas. Y pedirle el máximo trofeo. Una desvergonzada y cachonda pancarta de una/uno o varias/varios jóvenes -por curarnos en salud LGTBI- lo profetizaba: «Cayetano, yo pongo las orejas y tú el rabo». No hubo caso porque la presidenta se resisitió. Pero también querían poner el rabo. Encaramado al podio de máximo triunfador de San Fermín, ya hubiera sido rizar el rizo hasta el tirabuzón. A Rosito, tan bueno y fácil que se abría solo, le sacó Silvia Rosa el pañuelo azul, obviando su amago de fuga final, como colofón de la gran cumbre -primero y segundo no contaron por su escaso fondo- de Núñez del Cuvillo. Que le puso el pedestal al milagro de Cayetano.

Pamplona es así.

NÚÑEZ DEL CUVILLO - Antonio Ferrera, Miguel Ángel Perera y Cayetano

Monumental de Pamplona. Viernes, 12 de julio de 2019. Octava de feria. Lleno.

Toros de Núñez del Cuvillo, dos cinqueños (1º y 4º), terciados y entipados; el 6º premiado con la vuelta en el arrastre; extraordinarios 3º y 5º; sin poder ni fuerza el bondadoso 4º.

Antonio Ferrera, de tabaco y oro. Tres pinchazos, estocada caída atravesada y tres descabellos (silencio). En el cuarto, estocada fulminante (oreja).

Miguel Ángel Perera, de blanco y plata. Bajonazo en el número (silencio). En el quinto, pinchazo y estocada rinconera (oreja).

Cayetano, de azul marino y oro. Estocada tendida (dos orejas). En el sexto, gran estocada (dos orejas y petición de rabo). Salió a hombros.

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