DARÍO
JUÁREZ
@dariojuarezc
Nadie sabe dónde está pero todo el mundo lo busca.
Se ha vuelto omnipresente en las memorias. Aquellas que resultan más que
selectivas cuando la orfandad por un torero es peor que el hambre. Una anemia
inusitada que hace más grande a su persona y al inmenso torero que es y que
lleva interiorizado. Instagram no consuela para saber que sigue vivo, pero sí
para que pueda sentir el cariño de tantos que lo respetan, lo veneran y lo
echan tanto de menos. Porque lo difícil es extrañar a alguien que no sabes con
certeza si volverá. ‘Sólo’ han pasado nueve meses de ausencia y se puede
confirmar, por lo que se lee, ve o escucha, que todo aficionado está hecho de
pedacitos de Alejandro Talavante.
Se fue con la verdad por capa, muleta y espada.
Como triunfador de San Isidro se paseó por España todo el verano hasta volver a
Madrid en Otoño, con una doble apuesta que no resultó triunfal y tras la que
muchos lo criticaron desalmados de sinrazón, con todo lo que les había dado.
Nadie pone en duda que Madrid exige a sus hijos como a nadie porque éstos le
han malacostumbrado anteriormente dando tardes de toros históricas. Pero esa
despedida insospechada –de momento– de Madrid, quizá fue desmesurada. Después,
en El Pilar, el esportón se cerró por tiempo indefinido, pero de él sigue
manando agua bendita de la que beben y beberán muchos por los siglos de los
siglos.
¡Abajo las vestiduras! La verdad queda desnuda
ante el recuerdo. Ese que brota de naturales eternos de una izquierda nada
populista, del yo contemplativo de un samurái que busca reordenar su vida
recogiendo y adosando los añicos de un espejo que, aún roto, podría deslumbrar
a cualquiera. Y del sello Talavante, que desde hace tiempo es valioso material
de coleccionistas. Porque esa es su tauromaquia. Pedacitos de imprevisibilidad
en ritmo sostenido, mezclados con una personalidad muy definida como sólo la
tienen y la tuvieron los grandes de la historia del toreo. Entre ellos su
mentor, Don Antonio Corbacho.
Alejandro no está pero se le espera. Desde la
noche de Zaragoza en la que paró por tiempo indefinido su carrera, las redes
sociales no han parado de mostrar su anhelo por el torero extremeño. Tanto como
con José Tomás. ¿Con la misma repercusión? Ni mucho menos. José Tomás es José
Tomás –«siempre está un escalón por encima que el resto», comentó el propio Alejandro
en el programa de Buenafuente hace unos años–. Sin embargo, la vigilia de
esperanza por el regreso de Talavante se ha puesto al mismo nivel.
No querría imaginar cómo sería su regreso. Me
atrevería a decir que sería capaz de parar las rotativas, de embelesar de nuevo
a una afición que no para de buscar toreros para relevar las partes nobles del
escalafón, y que tan pocos encuentran. Y de volver a mandar en el toreo si su
cabeza se lo permitiera. Porque su cuerpo y el dinamismo pragmático de sus movimientos
derrochan sobriedad por los cuatro costados.
Es posible que el hijo de un dios menor le
otorgara las cualidades tan irreductibles que atesora. Lo que ocurre es que la
brecha de nostalgia es cada vez mayor. La dimensión de su aura de vigilia es
cada vez más incipiente entre los aficionados. Por eso es uno de los deseados.
De los favoritos. El refugio que muchos buscan para dejar a un lado las farsas
y las tragaderas de lo vulgar, simplemente recitando por bulerías tres
naturales de Alejandro. Magno o Talavante; es indiferente porque ya es
emperador.
Posiblemente regrese con más fuerza o quizá no
quiera volverse a encontrar con sus miedos ni con tanto gurú del taurineo que
le ha dado palmaditas toda la vida mientras le acuchillaba por la espalda. Esto
ha abundado siempre entre los grandes toreros... Sin duda alguna, ahora vivirá
más tranquilo, relajado y alejado de la presión mediática que supone ser figura
del toreo y de una década. Pero estoy convencido que Alejandro sin torear no es
feliz. Porque no es que lo diga yo. Desde Galapagar aún resuena aquello de
«vivir sin torear no es vivir». Y eso Talavante lo sabe mejor que ninguno.
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