jueves, 18 de julio de 2019

La milagrosa recuperación en Salamanca del torero que no iba a volver a caminar

El torero Manolo Vanegas, tras abandonar el hospital de Parapléjicos de Toledo, sigue su recuperación en Salamanca | Hace 14 meses sufrió una gravísima lesión de vértebras.
JAVIER LORENZO
@JavierLorenzomv 
Diario GACETA DE SALAMANCA

Está dispuesto en seguir poniéndole una sonrisa la vida. Los médicos le dijeron hace poco más de un año que iba a quedarse en silla de ruedas para siempre y él se empeñó en demostrar que los toreros son héroes más allá del traje de luces. La personalidad y la fuerza de voluntad junto a los valores, casi innatos, forjados en el esfuerzo, el sacrificio, la superación, la constancia, que le acompañan le invitan a no doblar jamás. A no rendirse ante el dolor. A no conocer nada imposible. Fuera de los focos, en el silencio de un entrenamiento en la intimidad a Manolo Vanegas un toro le dejó tetrapléjico cuando soñaba con el inicio de una nueva temporada. El mundo se le vino encima de repente.

Tras aquella brutal voltereta, segundos después de caer en el suelo, Vanegas dejó de sentir los brazos y las piernas. Y llegó la inmovilización que se resistió a que fuera eterna, el traslado en helicóptero de urgencia de Ledesma a Salamanca, las delicadas intervenciones quirúrgicas, la incertidumbre, el traslado al Hospital de Parapléjicos de Toledo, las sesiones de rehabilitación en busca de una nueva vida que afronta con los mismos argumentos que le invitaron a soñar ante el toro. De repente el mundo se congeló. Y, a la vez, ese mundo se paró a pensar en un momento en Manolo Vanegas. El toreo se rindió, no se si tanto como merece, ante el dolor por el torero caído. La efervescencia de los mensajes, las llamadas, las entrevistas que todos querían... se fueron diluyendo mientras este bravo y duro torero venezolano (Táchira, 18 de mayo de 1994) seguía adelante en su lucha, pero también inmerso en su silencio. Catorce meses después, Vanegas ya está en pie, para sorpresa y admiración de todos, pero no ha acabado aún la pesadilla. Ha abandonado el Hospital de Parapléjicos de Toledo en el que estuvo desde junio hasta enero. Y desde febrero está en Salamanca buscando el más imposible todavía. Sigue la lucha incansable.

Ya alejado de los focos, muchos de los que antes se consideraban sus amigos, en busca de no se sabe qué, se fueron quedando por el camino. Sólo han quedado los fieles. El abandono del silencio. Tal vez ninguno mereciera tener ni sentir cerca a un héroe como el más grande de los héroes. Sin traje de luces, sin capa, sin máscara ni disfraz. Es Manolo Vanegas al descubierto, catorce meses después del drama que puso fin a los sueños no escritos que marcan el inicio de una temporada que ni siquiera llegó a comenzar. Aquel 17 de mayo arrancó la lucha por la vida a la que le hace un guiño de complicidad. Se resiste a perder la sonrisa. Cada frase es una lección de vida. Cada respuesta impacta más que la anterior: “Soy un privilegiado, no me puedo quejar, los médicos al principio que pensaban que nunca más iba a ser independiente, que iba a estar en una silla de ruedas. Hoy gracias a Dios ya camino”.

Esa es la carta de presentación de este nuevo encuentro con Manolo Vanegas. Una charla con él es una lección de vida. Una inyección de ánimo. Un impulso. Una invitación a no quejarse por las cosas más absurdas. El torero argumenta su agradecimiento con la vida: “No es que de mil personas que sufran un percance así una pueda volver a andar, es que de 200.000 sólo una logra estar de pie. Gracias a Dios me tocó a mí”. Esa situación no ha sido un regalo divino. Solo él sabe de su sacrificio, de las lágrimas que, en silencio y a escondidas, está derramando, para llegar donde está: “Detrás hay mucho sacrificio, lucha, sudor... pero lo importante es tener la recompensa. La mía es ir viendo una nueva mejoría”.

Ahora trabaja en potenciar la movilidad de la parte derecha, que es la más afectada. “A la mano le falta movilidad, el brazo no lo domino y la pierna tiene más dificultades. El lado derecho ha ido con dos o tres meses más de retraso que el izquierdo”. Con una voz pausada y un testimonio esclarecedor, realista y a la vez escalofriante, Vanegas hace una radiografía de su estado: “Trabajamos, entre otras cosas, con neuromodulación, es una terapia muy importante con agujas que van con una corriente a la raíz del nervio, lo estimula y hace que vaya despertando. La mejoría la noto mucho en esa parte derecha”. Sin pretensión de nada, porque nada tiene que demostrar —bastante tiene con el calvario que afronta con una entereza brutal—, Vanegas tampoco quiere esconder el realismo de su día a día: “Muchos se imaginan que estoy de pie y hago vida normal, pero tengo muchas dificultades que no demuestro, no quiero dar pena. En mi caso el problema es que me canso, no me duele, pero se me duermen las extremidades y pierdo la movilidad. A lo mejor camino cien metros y me tengo que sentar para descansar”.

Vanegas le busca un aspecto positivo al drama que le envuelve. No lo ve como tal. Ni se resigna. No se quiere dar por vencido. ¿Dónde encuentra la motivación? “No me veo como el tetrapléjico que soy, pienso que estoy preparando algo grande para el año que viene”. Se levanta sobre las ocho y media de la mañana, y la dedica por entero a la rehabilitación. Tras la comida se da un pequeño descanso; por la tarde, va a la piscina, hace ejercicios, acude a caminar al parque: “Busco siempre estar activo, es lo que necesito para que cuerpo y músculos se vayan despertando”. Y ahí se refugia en sí mismo. Esta bofetada de la vida le ha ayudado para descubrir a los amigos de verdad. ¿Quién le acompaña diariamente? Surge la absurda pregunta en una conversación que rondó las dos horas: “Mi compañero diario soy yo. Es ley de vida. Cuando estás fuera del circuito se olvidan de uno. Los que pensabas que eran amigos, no lo son. Es bonito que las personas pasen. Yo estoy superfeliz, pero es verdad que he conocido personas que las tenía en un altar y me demostraron que no era para tanto. También me ha regalado otras maravillosas. Las que siguen son el pilar en el que me apoyo”. Hay una sentencia que dice que por más que contemos nuestras historias solo las van a entender quienes calzaron nuestros zapatos. Vanegas echa la vista atrás. Hace unos días estuvo en la playa en busca de una desconexión que en el laberinto de cualquier vida se plantea necesaria. “Allí me acordé del verano pasado cuando estaba en una silla de ruedas sin saber si me iba a poder levantar. Y sentir la arena de la playa en la planta de mis pies fue una sensación increíble. Es bonito pensar que algún día hemos estado peor”. No hace tanto Vanegas no podía hacer el simple gesto de mover un brazo para poder rascarse la cabeza si aparecía un ligero picor.
 
El motor que le mueve sigue siendo torear. Afirma que se siente como esos toreros antiguos que sueñan con torear por el mero placer de hacerlo, sin la presión ni la necesidad de conseguir el triunfo con el que seguir contando. Y sueña con una tarde, aunque fuera la de la despedida y nada más: “Estaría dispuesto a reaparecer una sola tarde aunque fuera la de mi despedida. Mi sueño es volver a vestirme de torero una sola vez más para decirme a mí mismo que tantas lágrimas, tantas horas de sacrificio, sudor, han merecido la pena. Mi meta es torear aunque sea una tarde para una despedida”. Y vuelve a aparecer el silencio que me acompaña en cada una de sus respuestas antes de la nueva cuestión. No hay más, aunque apostilla a modo de rúbrica: “No se si será el año que viene o dentro de dos cuando vuelva a torear”, concluye. 

No me atrevo a preguntar más. Vanegas sigue despertando una admiración incuestionable. El ejemplo de la verdad más cruda del toreo. Y de la propia vida.

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