El
torero Manolo Vanegas, tras abandonar el hospital de Parapléjicos de Toledo,
sigue su recuperación en Salamanca | Hace 14 meses sufrió una gravísima lesión
de vértebras.
JAVIER
LORENZO
@JavierLorenzomv
@JavierLorenzomv
Diario GACETA
DE SALAMANCA
Está dispuesto en seguir poniéndole una sonrisa la
vida. Los médicos le dijeron hace poco más de un año que iba a quedarse en
silla de ruedas para siempre y él se empeñó en demostrar que los toreros son
héroes más allá del traje de luces. La personalidad y la fuerza de voluntad
junto a los valores, casi innatos, forjados en el esfuerzo, el sacrificio, la
superación, la constancia, que le acompañan le invitan a no doblar jamás. A no
rendirse ante el dolor. A no conocer nada imposible. Fuera de los focos, en el
silencio de un entrenamiento en la intimidad a Manolo Vanegas un toro le dejó
tetrapléjico cuando soñaba con el inicio de una nueva temporada. El mundo se le
vino encima de repente.
Tras aquella brutal voltereta, segundos después de
caer en el suelo, Vanegas dejó de sentir los brazos y las piernas. Y llegó la
inmovilización que se resistió a que fuera eterna, el traslado en helicóptero
de urgencia de Ledesma a Salamanca, las delicadas intervenciones quirúrgicas,
la incertidumbre, el traslado al Hospital de Parapléjicos de Toledo, las sesiones
de rehabilitación en busca de una nueva vida que afronta con los mismos
argumentos que le invitaron a soñar ante el toro. De repente el mundo se
congeló. Y, a la vez, ese mundo se paró a pensar en un momento en Manolo
Vanegas. El toreo se rindió, no se si tanto como merece, ante el dolor por el
torero caído. La efervescencia de los mensajes, las llamadas, las entrevistas
que todos querían... se fueron diluyendo mientras este bravo y duro torero
venezolano (Táchira, 18 de mayo de 1994) seguía adelante en su lucha, pero
también inmerso en su silencio. Catorce meses después, Vanegas ya está en pie,
para sorpresa y admiración de todos, pero no ha acabado aún la pesadilla. Ha
abandonado el Hospital de Parapléjicos de Toledo en el que estuvo desde junio
hasta enero. Y desde febrero está en Salamanca buscando el más imposible
todavía. Sigue la lucha incansable.
Ya alejado de los focos, muchos de los que antes
se consideraban sus amigos, en busca de no se sabe qué, se fueron quedando por
el camino. Sólo han quedado los fieles. El abandono del silencio. Tal vez
ninguno mereciera tener ni sentir cerca a un héroe como el más grande de los
héroes. Sin traje de luces, sin capa, sin máscara ni disfraz. Es Manolo Vanegas
al descubierto, catorce meses después del drama que puso fin a los sueños no
escritos que marcan el inicio de una temporada que ni siquiera llegó a
comenzar. Aquel 17 de mayo arrancó la lucha por la vida a la que le hace un
guiño de complicidad. Se resiste a perder la sonrisa. Cada frase es una lección
de vida. Cada respuesta impacta más que la anterior: “Soy un privilegiado, no
me puedo quejar, los médicos al principio que pensaban que nunca más iba a ser
independiente, que iba a estar en una silla de ruedas. Hoy gracias a Dios ya
camino”.
Esa es la carta de presentación de este nuevo
encuentro con Manolo Vanegas. Una charla con él es una lección de vida. Una
inyección de ánimo. Un impulso. Una invitación a no quejarse por las cosas más
absurdas. El torero argumenta su agradecimiento con la vida: “No es que de mil
personas que sufran un percance así una pueda volver a andar, es que de 200.000
sólo una logra estar de pie. Gracias a Dios me tocó a mí”. Esa situación no ha
sido un regalo divino. Solo él sabe de su sacrificio, de las lágrimas que, en
silencio y a escondidas, está derramando, para llegar donde está: “Detrás hay
mucho sacrificio, lucha, sudor... pero lo importante es tener la recompensa. La
mía es ir viendo una nueva mejoría”.
Ahora trabaja en potenciar la movilidad de la
parte derecha, que es la más afectada. “A la mano le falta movilidad, el brazo
no lo domino y la pierna tiene más dificultades. El lado derecho ha ido con dos
o tres meses más de retraso que el izquierdo”. Con una voz pausada y un
testimonio esclarecedor, realista y a la vez escalofriante, Vanegas hace una
radiografía de su estado: “Trabajamos, entre otras cosas, con neuromodulación,
es una terapia muy importante con agujas que van con una corriente a la raíz
del nervio, lo estimula y hace que vaya despertando. La mejoría la noto mucho
en esa parte derecha”. Sin pretensión de nada, porque nada tiene que demostrar
—bastante tiene con el calvario que afronta con una entereza brutal—, Vanegas
tampoco quiere esconder el realismo de su día a día: “Muchos se imaginan que
estoy de pie y hago vida normal, pero tengo muchas dificultades que no
demuestro, no quiero dar pena. En mi caso el problema es que me canso, no me
duele, pero se me duermen las extremidades y pierdo la movilidad. A lo mejor
camino cien metros y me tengo que sentar para descansar”.
Vanegas le busca un aspecto positivo al drama que
le envuelve. No lo ve como tal. Ni se resigna. No se quiere dar por vencido.
¿Dónde encuentra la motivación? “No me veo como el tetrapléjico que soy, pienso
que estoy preparando algo grande para el año que viene”. Se levanta sobre las
ocho y media de la mañana, y la dedica por entero a la rehabilitación. Tras la
comida se da un pequeño descanso; por la tarde, va a la piscina, hace
ejercicios, acude a caminar al parque: “Busco siempre estar activo, es lo que
necesito para que cuerpo y músculos se vayan despertando”. Y ahí se refugia en
sí mismo. Esta bofetada de la vida le ha ayudado para descubrir a los amigos de
verdad. ¿Quién le acompaña diariamente? Surge la absurda pregunta en una
conversación que rondó las dos horas: “Mi compañero diario soy yo. Es ley de
vida. Cuando estás fuera del circuito se olvidan de uno. Los que pensabas que
eran amigos, no lo son. Es bonito que las personas pasen. Yo estoy superfeliz,
pero es verdad que he conocido personas que las tenía en un altar y me
demostraron que no era para tanto. También me ha regalado otras maravillosas.
Las que siguen son el pilar en el que me apoyo”. Hay una sentencia que dice que
por más que contemos nuestras historias solo las van a entender quienes
calzaron nuestros zapatos. Vanegas echa la vista atrás. Hace unos días estuvo
en la playa en busca de una desconexión que en el laberinto de cualquier vida
se plantea necesaria. “Allí me acordé del verano pasado cuando estaba en una
silla de ruedas sin saber si me iba a poder levantar. Y sentir la arena de la
playa en la planta de mis pies fue una sensación increíble. Es bonito pensar
que algún día hemos estado peor”. No hace tanto Vanegas no podía hacer el
simple gesto de mover un brazo para poder rascarse la cabeza si aparecía un
ligero picor.
El motor que le mueve sigue siendo torear. Afirma
que se siente como esos toreros antiguos que sueñan con torear por el mero
placer de hacerlo, sin la presión ni la necesidad de conseguir el triunfo con
el que seguir contando. Y sueña con una tarde, aunque fuera la de la despedida
y nada más: “Estaría dispuesto a reaparecer una sola tarde aunque fuera la de
mi despedida. Mi sueño es volver a vestirme de torero una sola vez más para
decirme a mí mismo que tantas lágrimas, tantas horas de sacrificio, sudor, han
merecido la pena. Mi meta es torear aunque sea una tarde para una despedida”. Y
vuelve a aparecer el silencio que me acompaña en cada una de sus respuestas
antes de la nueva cuestión. No hay más, aunque apostilla a modo de rúbrica: “No
se si será el año que viene o dentro de dos cuando vuelva a torear”, concluye.
No me atrevo a preguntar más. Vanegas sigue despertando una admiración incuestionable. El ejemplo de la verdad más cruda del toreo. Y de la propia vida.
No me atrevo a preguntar más. Vanegas sigue despertando una admiración incuestionable. El ejemplo de la verdad más cruda del toreo. Y de la propia vida.
No hay comentarios:
Publicar un comentario