Discreta
presentación del torero sevillano de moda entre tristes músicas de Semana
Santa; Perera renueva su eterno idilio con Cuatro Caminos y sale a hombros.
@zabaladelaserna
Diario EL MUNDO de Santander
Foto: EFE
«¡Vamos, Pablo, como en Sevilla!», le gritaron
cuando armaba los avíos en su faena de presentación. Pero Aguado no anduvo como
en Sevilla. Ni como en Madrid. El carácter encastado del toro de Domingo
Hernández exigía gobierno, sentir la muleta en el hocico y por abajo, con su
punto de arranque tardo. Y la elegante torería de natural encaje se quedaba
tímida y vaporosa del sevillano. Desde el bonito prólogo que alumbró el cambio
de mano a muleta girada que es ya sello. Los derechazos etéreos no traspasaban
la gruesa piel del toro. Que pedía mando y un paso adelante. La banda tocó una
triste marcha sevillana -O Caridad del Guadalquivir- que no invocaba
precisamente al espíritu de Millán Astray. Ni a la alegría. Y, cuando Pablo se
atrevió muy al final, la tensa embestida ganó en entrega; y el pulso, en fibra
e intensidad. O viceversa. Y así el público bramó por todo el silencio
contenido por ver al Pablo de Sevilla. Luego el silencio siguió. Habría que
esperar...
Un toro muy notable había sido el anterior. De
notas de calidad más elevadas. Por tranco, ritmo y entrega. Versión Garcigrande
y pronto definido, Terrateniente prometía el nirvana. Miguel Ángel Perera
planteó versiones remasterizadas de su repertorio. Como un quite por
saltilleras -variación de las gastadas gaoneras- o el principio de cambiados de
rodillas -que reduce la verticalidad y aumenta el riesgo-. El toro era para
torearlo muy bien. Algo que Perera consiguió en su derecha, la mano excelente
del toro. Acinturado y atalonado el extremeño, templado e inacabable el trazo.
La embestida de Terrateniente alcanzaba la perfección hasta rebosarse. O
precisamente por eso. Tres series frondosas -de cinco y seis redondos ligados-
pusieron a hervir Cuatro Caminos. Que aminoró la pasión con la zurda.
Desafinaba tanto que generó dudas sobre el toro. A partir de entonces se
desdibujó todo mucho. Aunque el garcigrande volvió a darse por la derecha y el
torero recuperó el tacto, ya nada fue igual. Y el paraíso prometido por
Terrateniente se quedó en una oreja jugosa.
Otra diferente se embolsó Miguel Ángel Perera con
el mulote quinto. Lo consintió mucho y lo enredó no menos. Faena trabajosa de
constancia, alentada e inflada por el amor de Santander con Perera. Ese idilio
sempiterno ya.
A la pintura calcetera y bociblanca que abrió
plaza siempre le faltó un punto de celo. Nunca la docilidad y la humillación.
Las bases para que El Juli leyese, en la bola de cristal que sabe todo de la
casa de Justo, las líneas de su fondo y le diese poco a poco el ritmo. La
escasez celosa traía una mirada perdida más cómoda que la baja mar. La música
sonó muy avanzada la suavona y sobona faena. Más o menos cuando Juli le dejó la
muleta en la cara y no soltó al lindo toro de Domingo Hernández. Que en sus
manos se hacía un pasiego. De tan bizcochón. A últimas, cuando le apretó en la
coda, le tiró una coz. En plan que me dejes. La estocada fulminante al estilo
ya asumido le entregó su el premio al entendimiento.
Los registros de la privilegiada cabeza julista
también los pidió de otro modo el negro cuarto de mayor porte. Pero no
agradeció nada con su falta de voluntad, su cosa distraída, su mansa desgana.
Todo fue pasarlo con más mérito que brillo y voluntad de agrado. Como la estocada
-pelín tendida- contenía la muerte, hubo un conato de petición. La ovación
recogida por El Juli recompensó justamente su actuación.
...la espera de Aguado se recompensó ante el
último, un zapato que en algún momento se dejó por ahí la punta del pitón
izquierdo. A contraestilo con una larga cambiada, Pablo quiso arrear. Pero lo
suyo es el parón extraño que produce su capote, ese instante de verónica
presentida, mezclada con chicuelinas aladas. Aderezo embestía blandito y
chochón. Como una pava. Y Pablo sí fue el de Sevilla en un puñado de trazos. De
nuevo los músicos interpretaron una marcha (fúnebre): Callejuela de la O. La
pava fue pavesa apagada, y las chispas de Aguado no avivaron el tenúe fuego. Se
la va a hacer larga la procesión de 2019. Y con estas bandas sonoras...
A Perera lo sacaron a hombros una vez más en esta
plaza tan suya.
GARCIGRANDE - El Juli, Miguel Ángel
Perera y Pablo Aguado
Plaza de Cuatro Caminos. Jueves, 25 de julio
de 2019. Quinta de feria. Lleno.
Toros de Garcigrande y dos de Domingo
Hernández (1º y 3º); bien presentados; notable el 2º; encastado el 3º;
dócil de escaso celo el 1º; deslucido el 4º; un mulote el 5º; una pava el
blandito 6º.
El
Juli, de negro y oro. Estocada
pasada (oreja). En el cuarto, estocada algo tendida (petición y saludos).
Miguel
Ángel Perera, de blanco y plata.
Estocada rinconera. Aviso (oreja). En el quinto, estocada rinconera. Aviso
(oreja). Salió a hombros.
Pablo
Aguado, de nazareno y oro.
Estocada rinconera (saludos). En el sexto, pinchazo y estocada tendida. Aviso
(ovación de despedida).
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