Rivera
vuelve a aliarse con la suerte y su infalible espada y desoreja a un
extraordinario toro de Juan Pedro Domecq; Diego Urdiales recoge ovaciones
contra dos moles.
ZABALA DE
LA SERNA
@zabaladelaserna
Foto: EFE
Resonaba aún el eco por las redes de la
sustitución en Bilbao de Roca Rey por Cayetano cuando pegaba otro aldabonazo.
Sí, Cayetano. Que ha recobrado el vuelo con la lanzadera de Pamplona. Y sus
cuatro orejas de aquel modo. Y su espada fulminante. Y la baraka encendida.
Pues Cayetano sigue en racha. A su suerte y acero infalibles en 2019 súmenle la
capacidad comunicativa de su descaro y una limpia y fluida tauromaquia de
exteriores... Y hete aquí. Et voilà.
A las 19:48 horas Cayetano se elevaba sobre sus
puntillas con Requiebro rodando a sus pies y Cuatro Caminos incendiada. Tres
minutos después sacudía las dos orejas de un estupendo toro de Juan Pedro
Domecq. De nobleza superior y magnífico ritmo. Por una y otra mano parecía
deslizarse, como tan feamente se dice ahora, un metro más allá del final del
muletazo. Con su cuerpo grandón pero armonioso y su cara amable, respondió y se
entregó absolutamente a todo. Rivera ligaba su despegada derecha. Y el pase de
las flores. Y un circular completo. Y muletazos mirando al tendido. Que ni
falta hacía ante la seguridad de que el juampedro no descarrilaría de las
periféricas vías. Por los naturales sedosos y holgados viajaba infinitamente.
Las roblesinas, como los fuegos artificiales de fin de fiesta, surtieron
hipnótico efecto. No tanto como el fulgor de su espada y Cayetano volando
literalmente tras ella. Alucinante su mortalidad. Sin puntilla el toro, la
parroquia y la puerta grande.
La diferencia entre nacer con estrella y nacer
estrellado la representaba, en la negatividad, Diego Urdiales. Que escribió un
manual: Cómo sobrevivir en el alambre de la pureza, el embroque y el clasicismo
contra un lote de camiones. Vaya con el lote y el enlote: 1.192 kilos de carga
repartida en torazos que le sacaban la cabeza. Y aún así flotaron sus verónicas
enfrontiladas en los albores de la tarde sobre los charcos secos y el serrín
claro. Recién parcheado el ruedo tras la lluvia cesante. Las pisadas del toro
de Juan Pedro dejaban huellas de tanque: alto y hondo, más cuadrado que
redondo. Como un bloque de hormigón embestía. Recto y fuerte. Derribó con
poderío al caballo de Burgos. De tú a tú. Y siguió con su briosa entereza. El
leve riojano osó dibujar un quite de gráciles y ceñidísimas chicuelinas en un
choque de escalas y propuestas. La fina sutileza frente a la potencia bruta.
Que además se revolvía antes de hora. Un cóctel de ayes y oles sonó en los
tendidos. Una media arrebujaba los acalló.
Urdiales abrió la faena por alto primero y a su
altura después. Que venía a ser lo mismo. Por donde embestía. Y lo hilvanó con
torera inteligencia diestra, imposible en su izquierda: el animalazo rebañaba
sin salirse. El epílogo de ayudados por alto desprendió sabor. Como el broche sobre
las piernas ante la mole parada que fue el cuarto. Al que tanto consintió. De
la efectividad y la pañolada de aquél al naufragio de pinchazos y los avisos de
éste. Saludó en ambos agradecidas ovaciones.
A la corrida de JP, tan triunfante en San Isidro,
le faltó mucho. Raza y clase. Lo que no quita para escribir que José María
Manzanares ni está ni se le espera. Su nublado planteamiento para matar al
hechurado segundo fue reflejo de su ida lucidez. Pretendió estoquear
recibiendo, una y otra vez, con los toriles en la culata del toro negado. Hasta
que le cambió los terrenos. Y en la suerte contraria se llevó la espada puesta.
Todo lo demás es evitable de contar. Desde la descoordinación robótica de
movimientos a la forma física perdida. Acabó el juampedro trémulo, sin ser
ninguna maravilla, con más asiento que el torero. Que se tapó por la desfondada
parálisis del quinto.
Ahora mismo, Cayetano es Belmonte al lado de
Manzanares. Se presentía una nueva apoteosis por el modo de estirarse del
colorado sexto en los lances rodilla en tierra, en el galleo por chicuelinas.
Pero cambió y se resistió al embrujo de la fortuna cayetanista. Pivotaba sobre
las manos y se colaba por los amplios huecos y ventanas abiertos. Que cuando un
toro no es San José se le cuela hasta la cocina. Volvió a usar su afiladísima
hoja con asombroso tino.
Cayetano se despidió felizmente a hombros. Y ahora
di tú que no.
JUAN PEDRO DOMECQ - Diego Urdiales, José
María Manzanares y Cayetano
Plaza de Cuatro Caminos. Viernes, 26 de
julio de 2019. Sexta de feria. Casi lleno.
Toros de Juan Pedro Domecq, de diferentes hechuras, corpulentos en conjunto;
extraordinario el 3º; fuerte y bruto el 1º sin terminar de viajar ni humillar;
sin poder el manejable 2º; deslucido el resto.
Diego
Urdiales, de verde hoja y oro.
Estocada corta (petición y saludos). En el cuarto, pinchazo hondo, cuatro
pinchazos y estocada. Dos avisos (saludos).
José
María Manzanares, de corinto y
oro. Dos pinchazos y estocada. Aviso (silencio). En el quinto, pinchazo y
estocada (silencio).
Cayetano, de tabaco y oro. Gran estocada (dos
orejas). En el sexto, estocada algo tendida y dos descabellos (ovación de
despedida). Salió a hombros.
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