viernes, 26 de julio de 2019

FERIA DE SANTANDER – CUARTA CORRIDA: Cayetano está enrachado

Rivera vuelve a aliarse con la suerte y su infalible espada y desoreja a un extraordinario toro de Juan Pedro Domecq; Diego Urdiales recoge ovaciones contra dos moles.
ZABALA DE LA SERNA
@zabaladelaserna
Foto: EFE

Resonaba aún el eco por las redes de la sustitución en Bilbao de Roca Rey por Cayetano cuando pegaba otro aldabonazo. Sí, Cayetano. Que ha recobrado el vuelo con la lanzadera de Pamplona. Y sus cuatro orejas de aquel modo. Y su espada fulminante. Y la baraka encendida. Pues Cayetano sigue en racha. A su suerte y acero infalibles en 2019 súmenle la capacidad comunicativa de su descaro y una limpia y fluida tauromaquia de exteriores... Y hete aquí. Et voilà.

A las 19:48 horas Cayetano se elevaba sobre sus puntillas con Requiebro rodando a sus pies y Cuatro Caminos incendiada. Tres minutos después sacudía las dos orejas de un estupendo toro de Juan Pedro Domecq. De nobleza superior y magnífico ritmo. Por una y otra mano parecía deslizarse, como tan feamente se dice ahora, un metro más allá del final del muletazo. Con su cuerpo grandón pero armonioso y su cara amable, respondió y se entregó absolutamente a todo. Rivera ligaba su despegada derecha. Y el pase de las flores. Y un circular completo. Y muletazos mirando al tendido. Que ni falta hacía ante la seguridad de que el juampedro no descarrilaría de las periféricas vías. Por los naturales sedosos y holgados viajaba infinitamente. Las roblesinas, como los fuegos artificiales de fin de fiesta, surtieron hipnótico efecto. No tanto como el fulgor de su espada y Cayetano volando literalmente tras ella. Alucinante su mortalidad. Sin puntilla el toro, la parroquia y la puerta grande.

La diferencia entre nacer con estrella y nacer estrellado la representaba, en la negatividad, Diego Urdiales. Que escribió un manual: Cómo sobrevivir en el alambre de la pureza, el embroque y el clasicismo contra un lote de camiones. Vaya con el lote y el enlote: 1.192 kilos de carga repartida en torazos que le sacaban la cabeza. Y aún así flotaron sus verónicas enfrontiladas en los albores de la tarde sobre los charcos secos y el serrín claro. Recién parcheado el ruedo tras la lluvia cesante. Las pisadas del toro de Juan Pedro dejaban huellas de tanque: alto y hondo, más cuadrado que redondo. Como un bloque de hormigón embestía. Recto y fuerte. Derribó con poderío al caballo de Burgos. De tú a tú. Y siguió con su briosa entereza. El leve riojano osó dibujar un quite de gráciles y ceñidísimas chicuelinas en un choque de escalas y propuestas. La fina sutileza frente a la potencia bruta. Que además se revolvía antes de hora. Un cóctel de ayes y oles sonó en los tendidos. Una media arrebujaba los acalló.

Urdiales abrió la faena por alto primero y a su altura después. Que venía a ser lo mismo. Por donde embestía. Y lo hilvanó con torera inteligencia diestra, imposible en su izquierda: el animalazo rebañaba sin salirse. El epílogo de ayudados por alto desprendió sabor. Como el broche sobre las piernas ante la mole parada que fue el cuarto. Al que tanto consintió. De la efectividad y la pañolada de aquél al naufragio de pinchazos y los avisos de éste. Saludó en ambos agradecidas ovaciones.

A la corrida de JP, tan triunfante en San Isidro, le faltó mucho. Raza y clase. Lo que no quita para escribir que José María Manzanares ni está ni se le espera. Su nublado planteamiento para matar al hechurado segundo fue reflejo de su ida lucidez. Pretendió estoquear recibiendo, una y otra vez, con los toriles en la culata del toro negado. Hasta que le cambió los terrenos. Y en la suerte contraria se llevó la espada puesta. Todo lo demás es evitable de contar. Desde la descoordinación robótica de movimientos a la forma física perdida. Acabó el juampedro trémulo, sin ser ninguna maravilla, con más asiento que el torero. Que se tapó por la desfondada parálisis del quinto.

Ahora mismo, Cayetano es Belmonte al lado de Manzanares. Se presentía una nueva apoteosis por el modo de estirarse del colorado sexto en los lances rodilla en tierra, en el galleo por chicuelinas. Pero cambió y se resistió al embrujo de la fortuna cayetanista. Pivotaba sobre las manos y se colaba por los amplios huecos y ventanas abiertos. Que cuando un toro no es San José se le cuela hasta la cocina. Volvió a usar su afiladísima hoja con asombroso tino.

Cayetano se despidió felizmente a hombros. Y ahora di tú que no.

JUAN PEDRO DOMECQ - Diego Urdiales, José María Manzanares y Cayetano

Plaza de Cuatro Caminos. Viernes, 26 de julio de 2019. Sexta de feria. Casi lleno.

Toros de Juan Pedro Domecq, de diferentes hechuras, corpulentos en conjunto; extraordinario el 3º; fuerte y bruto el 1º sin terminar de viajar ni humillar; sin poder el manejable 2º; deslucido el resto.

Diego Urdiales, de verde hoja y oro. Estocada corta (petición y saludos). En el cuarto, pinchazo hondo, cuatro pinchazos y estocada. Dos avisos (saludos).

José María Manzanares, de corinto y oro. Dos pinchazos y estocada. Aviso (silencio). En el quinto, pinchazo y estocada (silencio).

Cayetano, de tabaco y oro. Gran estocada (dos orejas). En el sexto, estocada algo tendida y dos descabellos (ovación de despedida). Salió a hombros.

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