Rafaelillo
cae herido tras matar al estratosférico 'Rabanero', que marcó con su presencia
una mala corrida.
ZABALA DE
LA SERNA
@zabaladelaserna
Pamplona
Su lomo rojizo sobresalía del último madero de los
hermanos Aldaz, entre la marea de camisetas de colores y polos blancos de los
corredores. Como si una ballena saliese a respirar entre las crestas de las
olas. Vi pasar al viejo miura con asombro de niño, con la misma expresión de la
primera vez en el Zoo ante el foso de los elefantes grises. Rabanero asomó por
el tramo de entrada a la plaza solo, descolgado de la manada, como una criatura
totémica. Atrás había dejado un reguero de cornadas, su cabeza golpeaba a los
mozos con desprecio, ni siquiera con furia. Sus 640 kilos de su estratosférica
alzada, sus portentosos cinco años, también se presentaron por la tarde en el
ruedo con un orgullo atávico. La cuadrilla de Rafaelillo decidió echarlo por
delante: una vez asumida la suerte (sic), mejor quitárselo de en medio cuanto
antes, debieron de pensar. Antiguamente no se hacían así las cosas, y el bonito
se ponía como primero del lote. Claro, que «bonito» y Miura es un oxímoron.
La salida Rabanero para partir plaza provocó un entusiasmo
encendido, un «¡ohhh!» de tan inmensa admiración como su brutal porte y su
cabeza de gigante. Rafaelillo observaba al bello monstruo en contrapicado. Y en
un momento lo miró desde el abismo de una larga cambiada de rodillas. Algo así
como alzar la vista desde el fondo de una garganta del Gran Cañón del Colorado.
Librada la larga, Rabanero saludó a todos los habitantes del callejón como
quien pasa revista. Hubo una agitación generalizada sólo con sentir aquellos
ojos. Como cuando el Rex de Jurasic Park contaba presas desde el otro lado de
la jaula.
Por encima de la esclavina y del palillo
radiografiaba a Rafael. Su empleo en el caballo no había generado mayores
violencias, ni sacado un poder proporcional a su envergadura. Sin embargo, las
sacudidas telúricas de su cabeza en la muleta hacían temblar al miedo. El
veterano dudó entre abrir faena por alto o por bajo. Así que secuencialmente
planteó las dos opciones. Desde entonces todo sucedió sobre las piernas. No
pasaba el tremebundo miureño. Rubio esquivaba los testarazos. Y pedía palmas
como reclamando la importancia que tenía y no advertía la gente. Tan absorta
con el ejemplar de Zahariche. Matarlo fue una proeza que Rafaelillo contará a
sus nietos.
La óptica que fijó Rabanero hacían chicos a los demás
sin serlo. A Rafaelillo, el «bonito», el que se había dejado como cuarto, en
realidad no gran cosa, le reventó las costillas con su mala leche. De principio
de faena, de rodillas y contra las tablas. El grito se oyó en Olite. El dolor
se posó en su boca. Que buscaba el aire como pez fuera del agua mientras lo
conducían a la enfermería. Allí le intervinieron de múltiples fracturas
costales; no regresó.
Octavio Chacón pasaportó como pudo al gris
marrajo. Ya había sido cárdeno el fino suyo anterior. Y muy manejable después
de darse con generosidad en el caballo. En su media altura, Chacón lo pasó con
oficio, cada vez más desentendido el miura. De toque y distracción
santacolomeña. A la hora del volapié, OC se atascó quedándose en la cara. Del
primero de los envites rodó como una croqueta. Se escapó de milagro.
Juan Leal volvió a entregarse como siempre tocado
por su temeraria locura. Que se supone es lo que le salva. Desde que se fue a
porta gayola tan lejos: el cuerpo a tierra libró el obús contra su montera. En
el tercio tiró de nuevo otra larga arrebatada. La hermosísima pinta del miura
levantado del piso traía carácter, un calambre que Leal encajó en un quite por
saltilleras. El arranque siguió con el mismo arrebato, idéntico arrojo, igual
maltrato. De rodillas o en pie. Los enganchones ensuciaban su constante, tenaz
y peripatético ataque. Un sablazo en el costillar no le frenó: la vuelta al
ruedo para adornar su debut fue de portátil. No menos decorosa fue la manera de
asaetar al grandón quinto -se había corrido turno-, un toro sin poder. Ni para
desarrollar su instinto. JL le quiso hacer de todo y no consiguió nada.
El último miura de la tarde, último toro de San
Fermín, tendría un metro de pitón a pitón. Sin exageraciones. Tal y como
aparentaba se movió: entre avileño y vaca vieja de medio pelo. Octavio Chacón
lo trajinó. Y lo mató malamente.
Miura adelantó el Pobre de mí.
MIURA - Rafaelillo, Octavio Chacón y Juan Leal
Monumental de Pamplona. Domingo, 14 de julio
de 2019. Última de feria. Lleno.
Toros de Miura, dos cinqueños (1º y 6º); muy serios en sus diferentes
remates; de desigual y mal juego; 2º y 3º tuvieron más trato.
Rafaelillo, de nazareno y oro. Pinchazo y estocada
(saludos).
Octavio
Chacón, de blanco y plata. Tres
pinchazos, estocada pasada y tendida y varios descabellos. Aviso (silencio). En
el cuarto, pinchazo, estocada que hace guardia, estocada y dos descabellos.
Aviso (silencio). En el sexto, tres pinchazos y estocada caída (silencio).
Juan
Leal, de sangre de toro y oro.
Bajonazo en el costillar y dos descabellos. Aviso (vuelta al ruedo). En el
quinto, dos pinchazos y metisaca en los bajos. Aviso (silencio).
PARTE MÉDICO DE RAFAELILLO
Cornada envainada en hemitórax izquierdo con
enfisema subcutáneo, múltiples fracturas costales, hemotórax, e inestabilidad
hemodinámica. Ha sido intervenido en la enfermería de la plaza, procediéndose a
realizar una toracotomía exploradora, realizándose reparación de estructuras
lesionadas y hemostasia. Se ha colocado tubo de tórax. El paciente ha sido
derivado a complejo hospitalario de Navarra. Pronóstico grave.
Firmado: Angel M Hidalgo, Cirujano Jefe de
la Plaza de Toros de Pamplona.
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