El
lorquino sale a hombros tras un dramático volapié; la constancia de Ferrera acaba
premiada; guerra y paz de Morante.
Paco Ureña |
ZABALA DE
LA SERNA
@zabaladelaserna
Diario EL MUNDO de Santander
Entre los pitones se quedó Paco Ureña agarrado al
acero hundido hasta los gavilanes. Como colgado de la muerte que su empuñadura
inoculaba. Ni Ureña soltaba el pomo, ni Malastripas a Ureña. Tal había sido la
rectitud del volapié que desembocó en el choque dramático. Cuando se desataron
del clinch, el toro encajó su derrota y rodó sin puntilla. Y la plaza en pie
soltó en una sola bocanada toda la trágica emoción contenida. Paco saltaba
íntegro y victorioso, soltando también la adrenalina acumulada. Malastripas,
que había enamorado por sus finas hechuras y por el modo de embestir, cambió de
pronto. De sus maravillosas embestidas en las hermosas verónicas del lorquino,
de su terciopelo de los primeros compases de obra, no había rastro. El ritmo y
la entrega de la primera serie de templadísimos derechazos se transformaron en
su izquierda en parones y miradas. No volvió a ser igual, y el hombre vencedor
de mil batallas libró una más. Firme en la espera, asentado en el valor,
convencido de su fibra. A ella respondía el domecq a regañadientes. Unas
manoletinas y un circular de doble giro despidieron a Malastripas. Antes de
agarrarse y liberar la emotividad de una estocada a vida o muerte. Que reventó
la puerta grande.
Antonio Ferrera también tragó lo suyo con un toro
de grave seriedad. Que soltaba trallazos como uppercuts por su mano derecha.
Por la izquierda tenía otra humillación y otro trato. Y Ferrera se lo dio,
tanto como le consintió, con una paciencia infinita. Los vuelos, las caricias.
No quiso música. Para cuando regresó a la diestra había corregido al toro. Que
pasaba en los naturales sin ayuda. Un espadazo rinconero desencadenó la oreja.
AF ya había estado con enorme constancia con el toro que partió plaza sin
humillar y agarradote al piso. Que había sido reconstruido con serrín tras el
diluvio. Tal estado inseguro de los ruedos afecta -como la lluvia- también a
los toros. Que sienten los apoyos inciertos. No es por justificar a la corrida
de Jandilla, tan lejos de la extraordinaria de 2018, pero... Además la picaron
horriblemente. Con algún toro masacrado como éste con el que saludó Ferrera por
su inmenso querer.
Natural de Antonio Ferrera, este sábado en el coso
de Cuatro Caminos.EMILIO MÉNDEZ
De desamores y amores fue la historia de Morante
de la Puebla. La gente, aún con el recuerdo fresco del petardo de la pasada
temporada, castigó su inhibición con un basto y alto toro topón de Vegahermosa.
Morante sintió los cabezazos en la esclavina de su capote y le dijo a Carretero
que todo suyo. La bronca después del naufragio sonó tempestuosa. Pero, tocado
en el orgullo por tanto exabrupto, le puso arrebato y calambre al hechurado
quinto, enjundia a su derecha, belleza al embroque. Hasta que el jandilla se
rajó. Duró el tiempo necesario para sellar la paz y abrazar la ovación de
Santander.
También se rajaría el sexto de marcadas
querencias. Su espíritu manejable se centró más de lo esperado en la muleta de
Paco Ureña. Le dio fiesta sin celebración esta vez con la espada. Que ya le
había sacado a hombros.
JANDILLA - Antonio Ferrera, Morante de
la Puebla y Paco Ureña
Plaza de Cuatro Caminos. Sábado, 27 de julio
de 2019. Última de feria. Lleno aparente.
Toros de Jandilla y uno de Vegahermosa
(2); de diferentes hechuras, pobre fondo y escasa clase en general.
Antonio
Ferrera, de azul marino y oro.
Pinchazo y estocada contraria (saludos). En el cuarto, estocada caída (oreja).
Morante
de la Puebla, de verde botella y
oro. Pinchazo y estocada delantera muy atravesada y descabello (gran bronca).
En el quinto, pinchazo y estocada delantera (petición y saludos).
Paco
Ureña, de grana y oro. Gran
estocada (dos orejas). En el sexto, dos pinchazos y estocada desprendida. Aviso
(ovación de despedida). Salió a hombros.
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