domingo, 28 de julio de 2019

Grama y arena

JORGE ARTURO DÍAZ REYES
@jadir45

Antes que los deportes congregaran masas la corrida ya lo hacía. Las plazas antes que los estadios. Las ferias antes que los torneos. Las figuras del toreo antes que los campeones de las canchas y las pistas.

Dos fenómenos culturales diferentes con una misma paternidad, el instinto. El siglo XVIII, llamado de las luces y la ilustración, que trajo la revolución científica, industrial, democrática, económica, hizo crecer ciudades y cambió la manera de vivir a millones.

El trabajo repetitivo en las fábricas, las oficinas, los mercados alejaron cada vez más a las personas de la naturaleza y la libre actividad física, en las cuales millones de años evolutivos moldearon el organismo, la mente y fraguaron los comportamientos.

De pronto, atrapados en la rutina laboral urbana, una válvula de tal enajenación era pagar de vez en cuando para ver a otros hacer lo que no podían hacer. Volver a moverse, jugar (incluso a muerte) con los animales, correr tras ellos o tras una pelota, saltar, esquivar, lograr, vencer, perder. Ver el toro de cerca. Sentir su poder. Evocar la pradera. Aplacar la nostalgia de campo y libertad, perdidos tan recientemente.

La corrida moderna, heredera de ritos milenarios, surgió entonces como rentable negocio-espectáculo. La estructuraron entre otros los Romero, Costillares y Pepe Illo, quien dictó las tablas de la Ley en su “Tauromaquia o arte de torear” 1796.

Y se iniciaron la selección del bravo y las ganaderías. Los empresarios levantaron cosos en grandes poblaciones, cobraron las entradas y anunciaron con carteles (modalidad propia) a los ídolos que todos querían ver. También aparecieron el arte, la música, la literatura y el periodismo taurino especializado (1793).

Todo, una centuria más o menos antes de la adaptación definitiva como primer estadio de fútbol en el mundo, del campo de cricket “Bramall Lane” por el club Sheffield FC (1889) en Inglaterra, y de que se fundara la FIFA en 1904.

Aún después, por 1920, no había una estrella deportiva que pudiera imaginarse competiendo popularidad con Joselito, Belmonte o Gaona. Hoy eso puede haber cambiado, pero el instinto no, hay mucha biología detrás.

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