La
cabal actuación del extremeño pasa silenciada con el toro más duro y el más
agradecido de una corrida sin lucimiento, fondo ni maldad de Puerto de San
Lorenzo.
ZABALA DE
LA SERNA
@zabaladelaserna
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Pamplona
Foto: EFE
Foto: EFE
Quizá por ser el primer toro de San Fermín se
hacía Joyito tremebundo, un gigante de piedra, un bloque de hormigón. Como tal
embestía. Con una dureza monolítica. Que se clavaba en la arena con pies de
plomo, escondiendo balas. Y se asomaba por encima de la esclavina del capote a
visitar a Emilio de Justo. La mirada clavada en su corbatín le hacía tragar
saliva. González Barrera cargó la mano desde el caballo. Los puyazos, como el
toro, de Pamplona. Fue un paquete envenenado la bestia del Puerto de San
Lorenzo. De Justo no volvió la cara. Y le propuso la izquierda con una
honestidad admirable y serena. Imposible de abordar el buque salmantino. Que no
sólo no navegaba, sino que amagaba siempre con embarrancar en mitad de la
suerte y hacer explotar la carga de su bodega. Sordo esfuerzo torero entre
tanto ruido.
Para compensar y aliviar su lote se emparejó al
mastodonte con un toro más fino y ligero, zancudo y agalgado. De otro hierro
-La Ventana del Puerto, el segundo de la casa- y otra estirpe
-Aldeanueva/Jandilla-. Antes de alocarse en varas y palos, apuntó cierta
humillación en el capote a la verónica de Emilio de Justo. La revolera voló
alegre. La madura lucidez del veterano extremeño volvió a aparecer desde el
principio a media altura para centrar la embestida. Y luego para perderle pasos
y darle el sitio necesario: la ausencia de final de muletazo necesitaba esa
inercia y la ligazón no ayudaba a aquel noble ser mejorado por las manos. Se
encajó De Justo para aprovechar el momento del embroque. Y moldear el más suave
pitón derecho. Y bordar inmensos pases de pecho. Y hacer las cosas por su
camino. El empaque no calaba entre bocadillos y botas de vino. Las ajustadas
manoletinas de despedida precedieron a una estocada contraria y perpendicular.
Que careció de muerte y necesitó varias veces del verduguillo. La lenta agonía
despertó de su festín la ira etílica de las peñas. No respondió el balance
silencioso a la tarde cabal de tan buen y sensato torero.
En las antípodas de la sensatez, López Simón
valoró su faena al imponente quinto, también de La Ventana, con una vuelta al
ruedo a su libre albedrío. La vara de Alventus vació, entre la defensa de la
cabalgadura y la carga de la caballería, la fuerte fachada del colorado y
armado toro de los Fraile. Que acusó enormemente el desproporcionado castigo.
Tanto como para echarse avanzada la faena que LS inició de rodillas. Como la
anterior. Esos momentos fueron la gloria de Simón. Que en pie se desentendía
del toreo. Como sus oponentes: uno perdía el celo y la fijeza y el otro, la
vida a chorros. A aquel la espada le asomó por el costillar y a éste le
certificó la defunción.
Sin maldad pero sin fondo, la corrida de José Juan
Fraile se alejaba de Cuba, el toro por el que había recogido por la mañana el
premio Carriquiri al más bravo ejemplar de San Fermín 2018. Ni Pitinesco por su
buena reata la aproximó después de quedarse descolgado en el encierro. Aunque
hubo instantes en los que en la mano izquierda de Ginés Marín pareció agradecer
el trato. Esas dos rondas de estimables naturales fue lo que duró su esperanza.
Que, una vez perdida, empujó a Ginés a tirarse al monte de los molinetes de
rodillas. Como adiós a Pamplona, el sexteto de Puerto de San Lorenzo lo abrochó
el único cinqueño, no tan alto como otros, pero con una apertura de palas como
el fondo norte del Sadar. Su interior contaba con una amable inocuidad. Ni
molestaba, ni decía nada. Simplemente pasaba. Marín volvió a enseñar los brillos
caros de su izquierda en una extensísima faena al por mayor. Un muestrario de
bisuteria.
PUERTO DE SAN LORENZO - LA VENTANA DEL
PUERTO - Emilio de Justo, López Simón y Ginés Marín
Monumental de Pamplona. Domingo, 7 de julio
de 2019. Tercera de feria. Lleno.
Toros de Puerto de San Lorenzo y dos de La
Ventana del Puerto (4º y 5º), un cinqueño (6º), muy serios y grandes en sus
diferentes hechuras; el más complicado fue el 1º en un conjunto sin lucimiento,
fondo ni maldad.
Emilio
de Justo, de grana y oro. Estocada
corta atravesada (silencio). En el cuarto, estocada contraria y perpendicular y
varios descabellos. Aviso (silencio).
López
Simón, de gris perla y oro.
Estocada que hace guardia y descabello. Aviso (silencio). En el quinto,
estocada (vuelta al ruedo por su cuenta).
Ginés
Marín, de caldero y plata.
Pinchazo y estocada (silencio). En el sexto, pinchazo hondo y varios
descabellos. Aviso (silencio).
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