ÁLVARO
RODRÍGUEZ DEL MORAL
Ernest Hemingway se disparó un tiro en la cabeza
en su casa de Idaho (EEUU) en el verano de 1961, y los reportajes de la
competencia entre los toreros españoles Antonio Ordóñez y su cuñado Luis Miguel
Dominguín en 1959, escritos para la revista "Life", se convirtieron
en su libro póstumo.
El escritor norteamericano había descubierto
España en julio de 1923, años después de participar como conductor de ambulancias
en la I Guerra Mundial, y el encuentro con ese país se produjo en plenas
fiestas de San Fermín (Pamplona, norte), flechazo y viaje iniciático que se
vería reflejado en su obra "Fiesta".
Este libro no dejaba de ser un retrato fiel del
periplo pamplonica del periodista veinteañero y su breve tropa, pero también la
radiografía de aquella "generación perdida" de entreguerras de la que
formó parte junto a otros autores como Dos Passos y Scott Fitzgerald.
Las visitas a España y su reencuentro con los Sanfermines
se prodigaron a través de aquella década febril pero hay que reseñar un
encuentro crucial, la compleja amistad iniciada con Cayetano Ordóñez, el Niño
de la Palma, en 1925, torero que también se vería retratado literariamente en
"Muerte en la tarde" con el nombre de Pedro Romero.
Don Ernesto, como le llamaban en Pamplona, no
olvidó España, y el estallido de la Guerra Civil (1936-1939) marcó su retorno
al país como corresponsal bélico comprometido con la causa de la Segunda
República, experiencias vitales que, una vez más, se iban a ver reflejadas en
otro libro, "Por quién doblan las campanas".
Pero tuvieron que pasar casi tres lustros para que
el escritor, en plena decadencia física y personal, volviera a España. Fue en
1953, año de su redescubrimiento de Pamplona y las fiestas de San Fermín.
Antonio Ordóñez, que había tomado la alternativa
sólo dos años antes, propició una cita entre ambos que culminó con una cena en
el célebre restaurante Las Pocholas de la ciudad española.
El recuerdo del Niño de la Palma, padre de
Ordóñez, gravitaba en ese reencuentro personal que suponía el inicio de una
peculiar amistad filial que sólo detendría un cartucho de escopeta. Ordóñez
siempre llamó al escritor Papá Ernesto y lo paseó de plaza en plaza formando
parte de su séquito.
El autor de "El viejo y el mar" volvería
por última vez a Pamplona en 1959 transformado en una auténtica celebridad
gracias al premio Nobel que ganó en 1954 y, sobre todo, a la extraordinaria
difusión de su libro "Fiesta", convertido en el cuaderno de bitácora
de los primeros visitantes extranjeros.
Aquel verano del ´59 marcó el fin de muchas cosas.
Hemingway se comprometió con la revista norteamericana "Life" a
escribir sobre el enfrentamiento en los ruedos de Dominguín y Ordóñez, que el escritor,
de alguna manera, fabuló contribuyendo a la mitificación de aquella competencia
que, en cualquier caso, fue real.
La redacción sobrepasó ampliamente los límites de
espacio marcados por la revista convirtiéndose, finalmente, en "El verano
peligroso".
Para entonces, el viejo escritor ya había rebasado
un punto de no retorno marcado por el alcohol y los delirios. Aún volvió a
España fugazmente en 1960 y, al año siguiente, a punto de cumplir los 62, se
disparó en la cabeza con una escopeta en su casa de Ketchum, en Idaho. / EFE
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