sábado, 6 de julio de 2019

El quite: ¿es "quite" o no?

La verdadera acepción de este término taurino
 
"El "quite" ocurre, como se ha pretendido aclarar, en esa acción donde se minimiza el riesgo y surge el momento de la inspiración. Lo que venga más adelante, cuando el torero ya está solo en el ruedo, y pretende lucirse con la capa, ya no es ni por casualidad un quite. Conviene rectificar y poner las cosas en su justa dimensión". Esta viene a ser la conclusión a la que llega el historiador mexicano José Francisco Coello Ugalde en este interesante artículo, en el que puntualiza la verdadera acepción del término taurino "quite".

JOSÉ F. COELLO UGALE
Redacción TAUROLOGIA.COM     

“Quite”, en opinión de Luis Nieto Manjón, autor del Diccionario ilustrado de términos taurinos, es una “Suerte que ejecuta un torero, generalmente con el capote, para librar a otro del peligro en que se halla por la acometida del toro.

“Se conoce como suerte e impropiamente tercio de quites a la suerte que los diestros realizan por turno con el capote entre puyazo y puyazo”. (Diccionario…, p. 356).

En esta necesaria explicación va el asunto de la presente entrega.

Entrar al quite o hacer el quite es una acción en la que, necesariamente se presenta el hecho de intervenir en un momento de riesgo. Este pretende resolverse para evitar un percance o circunstancia peligrosa habida en el ruedo de una plaza de toros… o quizá hasta en la vida misma.

No solo se trata de usar el capote y retirar al toro lo más pronto y lejos posible del terreno donde ha ocurrido un tumbo, mientras el peligro es inminente. También es válido colear al toro, o intervenir a cuerpo limpio o imponerse a gritos. En esos momentos todo intento por salvar una vida es permitido.

Las tauromaquias contemplaron esa forma de intervenir cuando la suerte de varas se desarrollaba sin la presencia de un peto protector, elemento de defensa que se incorporó desde 1928 en España, y luego dos años más tarde en México. Aquel comienzo se logró con petos muy ligeros y por esos años, los toreros en su conjunto, aplicaban el acostumbrado recurso, prodigándose en quites, sumando a ello el toque estético.
 
Conforme pasó el tiempo, y hasta llegar a nuestros días, la suerte de varas sigue practicándose de acuerdo a lo establecido por la costumbre, aunque esa protección ha llegado a convertirse en una auténtica muralla, con lo que los del castoreño suelen cometer –no todos-, un exceso y con ello convertir la suerte en un incordio, del que muchas veces salen mal librados.

Seguramente, queda en el fondo del imaginario colectivo el hecho de que este segmento de participantes, ahora en un segundo plano, perdieron desde el momento en que los cambios estructurales en el orden de lidia, pero sobre todo por el hecho de que muy en el fondo del asunto, fue que a causa del ingreso de los borbones al reinado de España, esto a partir de 1700, dicha casa era de origen francés, con lo que no compaginaba con la forma de ser y de pensar hispana, de ahí que se mostrara un desaire a las fiestas taurinas, en las que la élite, los caballeros y nobles de mayor alcurnia, detentaban protagonismo. Eso, permitio lo que Pedro Romero de Solís establece como un efecto, “el retorno del tumulto” en el que el pueblo, hizo suyo el espectáculo, de ahí que se incorporaran cada vez con mayor presencia buena parte de plebeyos, naciendo así la tauromaquia de a pie, misma que desde aquellos tiempos de mediados del XVIII y hasta nuestros días, ha adquirido forma, evolucionando favorablemente, a pesar de todos los desacuerdos que perviven; sobre todo porque sus estructuras manifiestan evidentes señales de un pasado en el que sigue permeada la corrida de toros en cuanto tal.

De ese modo, los antiguos señores, se transformaron poco a poco en picadores de vara larga y asumieron su papel protagónico en el primer tercio, cuando el quehacer de los toreros de a pie es evidente desde los momentos iniciales en la lidia de cada toro.

Independientemente de todo lo anterior, hacia donde se pretende que vayan las presentes notas es al hecho de explicar que en nuestros días, pervive un equívoco del que ya nos da alguna razón Nieto Manjón a esa “suerte (que produce impropiamente el) tercio de quites…”

¿A qué me refiero con lo anterior?

Si bien, en todas las épocas se ha presentado el mismo grado de peligro, y los toreros, en aras del lucimiento, pero también en solidaridad abierta, han entendido que el “quite” es un recurso necesario, suelen lucirse con el capote y realizar suertes verdaderamente extraordinarias, aunque algunas de ellas, como la “chicuelina” ha llegado a ser tan traída y llevada que nos llevan a coincidir con aquello que alguna vez comentaba José Alameda, de que hay “chicuelinas”, “hasta en la sopa”.

Cabe pues, el hecho de que en la medida del inminente lucimiento, ofrezcan todo su repertorio, se desarrolle una franca y abierta competencia con los alternantes y entonces ese “tercio de quites” sea un manojo de expresiones que se agradecen.

Sin embargo, en los tiempos que corren, el “quite” es cada vez menos frecuente. Los diestros parecen no enterarse de que esa es su obligación, pero la turnan a sus cuadrillas, por lo que se diluye alguna posibilidad de ver lances emocionantes. Otro elemento es aquel donde la propia suerte ha perdido buena parte de su intensidad, de ahí que sea el “monopuyazo” el recurso más solicitado, pero no siempre el mejor, pues suelen cometerse abusos como tapar la salida, bombear, rectificar y demás circunstancias que son motivo del improperio popular, de las descalificaciones más abiertas y abyectas posibles.

Por tanto, cuando el piquero ya ha abandonado el ruedo, y el torero decide lucirse con el capote, a esto se le sigue diciendo “va a hacer un quite…”, lo cual no tiene ya ninguna relación directa con aquel propósito de salvación, sino exclusivamente de lucimiento. Por tanto, conviene que sea vista como el momento en el que el espada decide compartirnos un instante de gracia e inventiva, recogiendo del amplio repertorio alguno de los setenta lances que, por ejemplo están perfectamente explicados en Alas de Mariposa, ese libro donde Miguel Ángel Martínez “El Zapopan” explica y desarrolla cada uno de ellos, en luminoso trabajo donde no solo queda registro del notable ejercicio fotográfico de Óskar Ruizesparza, sino que se muestra en imágenes en movimiento en un DVD adjunto. Allí se consideran “lances de inicio o recibo”, “quites”, “remates y adornos” y aquellas suertes creadas por el “Zapopan” mismo, lo que no es poca cosa.

Conviene por tanto ese momento en el que esos lances, que provienen del misterio mismo se intensifiquen por parte de quienes participan en una corrida de toros. No serán necesariamente “quites”, porque cada vez menos sucede ese intenso episodio, pero por otro lado se requiere darle a la tauromaquia su verdadera dimensión, la de un territorio donde se prodigan infinidad de suertes… Hace poco, por ejemplo, “Morante de la Puebla”, rescataba la suerte del “bú” y se lució en medio de la admiración y la sorpresa. Rescató un lance casi extinto, ya en desuso que nos remonta a los tiempos en que aquel cine primitivo, el de hace poco más de cien años, registraba las intervenciones de José Gómez Ortega que también lo practicó. Y por eso, cuando los diestros recuperan algo de aquello que parece perdido, causan admiración.

Estamos pues en un momento donde conviene pensar en una apropiada conservación de las diversas estructuras que integran la lidia de un toro o un novillo. Ello significa, por ejemplo, someter a debate o discusión, la conveniencia de mejorar el procedimiento de diversas suertes, con objeto de que no sean extirpadas de los principios fundamentales de la tauromaquia, pero sí corregidos, sobre todo para entrar en armonía con los tiempos que corren. Imagino una presencia activa de los matadores, en la que cada vez más, se evite esa faena “minimalista” a que han llevado al toreo a partir de dos o tres lances; dos o tres pases que sí, en efecto tienen una intensidad como pocas veces la hemos visto. Imagino una participación adecuada de los picadores, realizando la suerte que les corresponde de acuerdo a los usos y costumbres con que ha transitado la fiesta, evocando para ello a viejos piqueros, y que muchos de quienes hoy practican dicha suerte, apenas son recordados en forma grata. Pocos son los que al concluir su intervención, se retiran en medio de alguna ovación, y conviene por tanto que su papel no desmerezca para nada.

Imagino un necesario rescate, el que conviene evidentemente, justo cuando se desarrolla el tercio de varas, brotando la competencia, al margen de que aguarden pendientes el desarrollo de un momento que define en muchas ocasiones, el destino de la lidia, precisamente cuando pasan al tercio final, y donde los matadores han de plantear una faena que también necesita de una correcta introducción, de un armónico desarrollo y de su siempre deseada buena conclusión, que “lo bien toreao, es lo bien arrematao”, como lo decía en sus frases siempre oportunas Rafael Gómez “El Gallo”.

Así que, para concluir, el “quite” ocurre, como se ha pretendido aclarar, en esa acción donde se minimiza el riesgo y surge el momento de la inspiración. Lo que venga más adelante, cuando el torero ya está solo en el ruedo, y pretende lucirse con la capa, ya no es, ni por casualidad un quite. Conviene rectificar y poner las cosas en su justa dimensión… y nada más.

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