La
verdadera acepción de este término taurino
"El
"quite" ocurre, como se ha pretendido aclarar, en esa acción donde se
minimiza el riesgo y surge el momento de la inspiración. Lo que venga más
adelante, cuando el torero ya está solo en el ruedo, y pretende lucirse con la
capa, ya no es ni por casualidad un quite. Conviene rectificar y poner las
cosas en su justa dimensión". Esta viene a ser la conclusión a la que
llega el historiador mexicano José Francisco Coello Ugalde en este interesante
artículo, en el que puntualiza la verdadera acepción del término taurino
"quite".
JOSÉ F.
COELLO UGALE
Redacción TAUROLOGIA.COM
“Quite”, en opinión de Luis Nieto Manjón, autor
del Diccionario ilustrado de términos taurinos, es una “Suerte que ejecuta un
torero, generalmente con el capote, para librar a otro del peligro en que se
halla por la acometida del toro.
“Se
conoce como suerte e impropiamente tercio de quites a la suerte que los
diestros realizan por turno con el capote entre puyazo y puyazo”. (Diccionario…,
p. 356).
En esta necesaria explicación va el asunto de la
presente entrega.
Entrar al quite o hacer el quite es una acción en
la que, necesariamente se presenta el hecho de intervenir en un momento de
riesgo. Este pretende resolverse para evitar un percance o circunstancia
peligrosa habida en el ruedo de una plaza de toros… o quizá hasta en la vida
misma.
No solo se trata de usar el capote y retirar al
toro lo más pronto y lejos posible del terreno donde ha ocurrido un tumbo, mientras
el peligro es inminente. También es válido colear al toro, o intervenir a
cuerpo limpio o imponerse a gritos. En esos momentos todo intento por salvar
una vida es permitido.
Las tauromaquias contemplaron esa forma de
intervenir cuando la suerte de varas se desarrollaba sin la presencia de un
peto protector, elemento de defensa que se incorporó desde 1928 en España, y
luego dos años más tarde en México. Aquel comienzo se logró con petos muy
ligeros y por esos años, los toreros en su conjunto, aplicaban el acostumbrado
recurso, prodigándose en quites, sumando a ello el toque estético.
Conforme pasó el tiempo, y hasta llegar a nuestros
días, la suerte de varas sigue practicándose de acuerdo a lo establecido por la
costumbre, aunque esa protección ha llegado a convertirse en una auténtica
muralla, con lo que los del castoreño suelen cometer –no todos-, un exceso y
con ello convertir la suerte en un incordio, del que muchas veces salen mal
librados.
Seguramente, queda en el fondo del imaginario colectivo
el hecho de que este segmento de participantes, ahora en un segundo plano,
perdieron desde el momento en que los cambios estructurales en el orden de
lidia, pero sobre todo por el hecho de que muy en el fondo del asunto, fue que
a causa del ingreso de los borbones al reinado de España, esto a partir de
1700, dicha casa era de origen francés, con lo que no compaginaba con la forma
de ser y de pensar hispana, de ahí que se mostrara un desaire a las fiestas
taurinas, en las que la élite, los caballeros y nobles de mayor alcurnia,
detentaban protagonismo. Eso, permitio lo que Pedro Romero de Solís establece
como un efecto, “el retorno del tumulto” en el que el pueblo, hizo suyo el
espectáculo, de ahí que se incorporaran cada vez con mayor presencia buena
parte de plebeyos, naciendo así la tauromaquia de a pie, misma que desde
aquellos tiempos de mediados del XVIII y hasta nuestros días, ha adquirido
forma, evolucionando favorablemente, a pesar de todos los desacuerdos que
perviven; sobre todo porque sus estructuras manifiestan evidentes señales de un
pasado en el que sigue permeada la corrida de toros en cuanto tal.
De ese modo, los antiguos señores, se
transformaron poco a poco en picadores de vara larga y asumieron su papel
protagónico en el primer tercio, cuando el quehacer de los toreros de a pie es
evidente desde los momentos iniciales en la lidia de cada toro.
Independientemente de todo lo anterior, hacia
donde se pretende que vayan las presentes notas es al hecho de explicar que en
nuestros días, pervive un equívoco del que ya nos da alguna razón Nieto Manjón
a esa “suerte (que produce impropiamente el) tercio de quites…”
¿A qué me refiero con lo anterior?
Si bien, en todas las épocas se ha presentado el
mismo grado de peligro, y los toreros, en aras del lucimiento, pero también en
solidaridad abierta, han entendido que el “quite” es un recurso necesario,
suelen lucirse con el capote y realizar suertes verdaderamente extraordinarias,
aunque algunas de ellas, como la “chicuelina” ha llegado a ser tan traída y
llevada que nos llevan a coincidir con aquello que alguna vez comentaba José
Alameda, de que hay “chicuelinas”, “hasta en la sopa”.
Cabe pues, el hecho de que en la medida del
inminente lucimiento, ofrezcan todo su repertorio, se desarrolle una franca y
abierta competencia con los alternantes y entonces ese “tercio de quites” sea
un manojo de expresiones que se agradecen.
Sin embargo, en los tiempos que corren, el “quite”
es cada vez menos frecuente. Los diestros parecen no enterarse de que esa es su
obligación, pero la turnan a sus cuadrillas, por lo que se diluye alguna
posibilidad de ver lances emocionantes. Otro elemento es aquel donde la propia
suerte ha perdido buena parte de su intensidad, de ahí que sea el “monopuyazo” el
recurso más solicitado, pero no siempre el mejor, pues suelen cometerse abusos
como tapar la salida, bombear, rectificar y demás circunstancias que son motivo
del improperio popular, de las descalificaciones más abiertas y abyectas
posibles.
Por tanto, cuando el piquero ya ha abandonado el
ruedo, y el torero decide lucirse con el capote, a esto se le sigue diciendo
“va a hacer un quite…”, lo cual no tiene ya ninguna relación directa con aquel
propósito de salvación, sino exclusivamente de lucimiento. Por tanto, conviene
que sea vista como el momento en el que el espada decide compartirnos un
instante de gracia e inventiva, recogiendo del amplio repertorio alguno de los
setenta lances que, por ejemplo están perfectamente explicados en Alas de
Mariposa, ese libro donde Miguel Ángel Martínez “El Zapopan” explica y
desarrolla cada uno de ellos, en luminoso trabajo donde no solo queda registro
del notable ejercicio fotográfico de Óskar Ruizesparza, sino que se muestra en
imágenes en movimiento en un DVD adjunto. Allí se consideran “lances de inicio
o recibo”, “quites”, “remates y adornos” y aquellas suertes creadas por el
“Zapopan” mismo, lo que no es poca cosa.
Conviene por tanto ese momento en el que esos
lances, que provienen del misterio mismo se intensifiquen por parte de quienes
participan en una corrida de toros. No serán necesariamente “quites”, porque
cada vez menos sucede ese intenso episodio, pero por otro lado se requiere
darle a la tauromaquia su verdadera dimensión, la de un territorio donde se
prodigan infinidad de suertes… Hace poco, por ejemplo, “Morante de la Puebla”,
rescataba la suerte del “bú” y se lució en medio de la admiración y la
sorpresa. Rescató un lance casi extinto, ya en desuso que nos remonta a los
tiempos en que aquel cine primitivo, el de hace poco más de cien años,
registraba las intervenciones de José Gómez Ortega que también lo practicó. Y
por eso, cuando los diestros recuperan algo de aquello que parece perdido,
causan admiración.
Estamos pues en un momento donde conviene pensar
en una apropiada conservación de las diversas estructuras que integran la lidia
de un toro o un novillo. Ello significa, por ejemplo, someter a debate o
discusión, la conveniencia de mejorar el procedimiento de diversas suertes, con
objeto de que no sean extirpadas de los principios fundamentales de la
tauromaquia, pero sí corregidos, sobre todo para entrar en armonía con los
tiempos que corren. Imagino una presencia activa de los matadores, en la que
cada vez más, se evite esa faena “minimalista” a que han llevado al toreo a
partir de dos o tres lances; dos o tres pases que sí, en efecto tienen una
intensidad como pocas veces la hemos visto. Imagino una participación adecuada
de los picadores, realizando la suerte que les corresponde de acuerdo a los
usos y costumbres con que ha transitado la fiesta, evocando para ello a viejos
piqueros, y que muchos de quienes hoy practican dicha suerte, apenas son
recordados en forma grata. Pocos son los que al concluir su intervención, se
retiran en medio de alguna ovación, y conviene por tanto que su papel no
desmerezca para nada.
Imagino un necesario rescate, el que conviene
evidentemente, justo cuando se desarrolla el tercio de varas, brotando la
competencia, al margen de que aguarden pendientes el desarrollo de un momento
que define en muchas ocasiones, el destino de la lidia, precisamente cuando
pasan al tercio final, y donde los matadores han de plantear una faena que
también necesita de una correcta introducción, de un armónico desarrollo y de
su siempre deseada buena conclusión, que “lo bien toreao, es lo bien
arrematao”, como lo decía en sus frases siempre oportunas Rafael Gómez “El
Gallo”.
Así que, para concluir, el “quite” ocurre, como se
ha pretendido aclarar, en esa acción donde se minimiza el riesgo y surge el
momento de la inspiración. Lo que venga más adelante, cuando el torero ya está
solo en el ruedo, y pretende lucirse con la capa, ya no es, ni por casualidad
un quite. Conviene rectificar y poner las cosas en su justa dimensión… y nada
más.
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