sábado, 6 de julio de 2019

José Tomás, el misterio de ser en exclusiva el único dueño de su propio destino

Es lo que marca diferencias con los demás
No es uno ni dos, que son bastantes más, los toreros que en privado reconocen que lo que les gustaría es mandar en el toro al modo de José Tomás, que sin ruidos, y menos con escándalos, ha apostado por ser el exclusivo dueño de su propio destino. Es lo que marca diferencias. Se ha trazado un camino, de suyo exigente. Y de ahí no se mueve, ni le mueven. Para el de Galapagar cada tarde tiene silenciosamente su propio razón de ser, que no es precisamente el dinero; si fuera por eso, le sobran ofertas a construirse una temporada con dos docenas de corridas bien pensadas.

ANTONIO PETIT CARO
Redacción TAUROLOGIA.COM

En algunas ocasiones causa asombro el fenómeno, taurino y sociológico, de José Tomás cada vez que aparece en un ruedo. El dato irrefutable es que cuando se anuncia dentro de un abono, al empresario tiene garantizado el éxito. Ocurrió hace unos pocos días en Granada, antes había pasado en Algeciras, en Huelva, en Alicante, en San Sebastián, en Valladolid, en Nimes... El anuncio del torero de Galapagar tiró de forma espectacular de todos los abonos hasta hacerlos rentables muy por encima de las cifras que eran habituales.

En el último ”Tendido Cero” se ponía a debate la legitimidad de esta inclusión en los abonos, porque para garantizarse una entrada el aficionado se tenía que comprar todo el abono. Pero eso pasa siempre: cuando se adquiere un abono se pagan entradas para los carteles rematados y para los que son muy de medio pelo, que en otras circunstancias no se adquirirían. La diferencia radica que con José Tomás, el empresario se garantiza desde antes de empezar el “No hay billetes”; en los otros abonos, no ocurre así.

Un ejemplo de que la fórmula funciona: Ahora se ha asistido a una polémica localista porque la Casa Chopera había contratado a José Tomás para San Sebastián; desde  Bilbao le reclamaban a la empresa, que también organiza las Corridas Generales de  la capital de Vizcaya, que en vez de a la plaza de Illumbe lo llevara a la de Vista Alegre, como si esto se manejara por MRW, como la paquetería. Pues al final, ocurrió lo esperable: ni un sitio ni en el otro. De forma elegante, los empresarios han declarado que “renuncian a contratarle”. Sin comentarios.

En paralelo, resulta que cuando se anuncia por esas plazas de segunda hasta la crítica nacional cambia de destino: en vez de ir a Alicante ha ido a Granada, como el año pasado peregrinó hasta Algeciras y antes a las demás. Se entiende que la actualidad principal está donde torea José Tomás.

Cuando toreando tan sólo de forma ocasional, cuando va de una punta a otra del mapa, algún misterio debe encerrar este José Tomás para constituirse en un fenómeno internacional, al que siguen muchísimos más que sus partidarios confesos de siempre, que incluso cuando es en México hay viajes especiales para seguir al de Galapagar. Y cada vez que comparece en un ruedo se convierte en un acontecimiento, social y taurino.

En todo esto poco influye la ausencia de televisión. Que no se deje televisar no es nada novedoso. Morante, por ejemplo, lo hace con cuenta gotas y si es necesario renuncia a abonos como el de Madrid; hasta hay empresarios que, siendo consciente de ello, le ofrecen carteles sin las cámaras en directo. Cuando además los dineros de los derechos de imagen se han reducido sensiblmente respecto a épocas pasadas, a muchos otros también les gustaría adoptar esa postura, pero no lo pueden hacer, salvo a costa de quedarse fuera  de los abonos.

No faltan voces que repiten una y otra vez que todo eso está muy bien, pero que lo que debiera hacer José Tomás es anunciarse de Valencia a Zaragoza en las ferias de primera y con un cartel convencional, dando a entender que hacerlo tan sólo a su aire y ocasionalmente tiene un menor valor. Un argumento legítimo, pero su peso es muy discutible. ¿De cuando a acá para ser torero hay que apuntarse a la gira completa? Que lo haga o no, está fuera de esa lógica. De hecho, José Tomás pasó muchas temporadas viajando por todo el circuito de primer orden. Hasta que un día dijo basta y eligió otro camino. Lo eligió él, no se lo impuso nadie. Y el camino está ahí, para quien quiera recorrerlo, a nadie se le impide hacerlo porque no tiene peaje alguno. La apuesta está disponible para quien quiera seguirla, pero nadie lo hace.

En cada época hubo un grupo de toreros con excelencia. La naturaleza del toreo de unos o de otros, luego coincidiría con más o con menos aficionados. Pero la excelencia no se mide tan solo por los números. En el caso de José Tomás, que se instaló hace muchos años en el cuadro de la excelencia, lo que desborda todo es su manera tan singular de entender la profesión.

Y ahí estamos ante un misterio, que desde luego existe al conjuro de su nombre. Cuando además tan sólo muy ocasionalmente se asoma a las tribunas mediáticas, ese misterio no puede ser una simple ficción. Si se piensa un poco, bien podría decirse que su fundamento radica en que José Tomás desde hace años ha decidido ser en exclusiva el dueño de su propio destino. Menudo reto.
En un mundo tan complicado como éste, tener en solitario el control del propio destino debe ser un empeño muy difícil, muy exigente. Claro que a cambio quien se atreve a romper moldes, puede ejercer siempre su propia libertad: no está atado ni a compromisos, ni a otros intereses que no sea la satisfacción personal que genera la creación del arte.

A nadie se le oculta que actuar --en el mundo del toro, como en otros-- con tales criterios requiere de no pocas renuncias; sin ir más lejos a proposiciones tentadoras y muy rentables, que nunca faltan.  En cambio, lo que no le está permitido es aflojar la mano a la hora de prepararse y de luego dar la cara.

Más que un síntoma de todo ello: cuando incluso José Tomás tiene decidido que va a actuar en una sola tarde en el año, se pasa meses entrenando y preparándose en el campo, paro también lidiando y matando toros a puerta cerrada. Son tal “ensayos generales con todo”, que hasta los actuantes hacen el paseíllo vestidos de luces, con su cuadrilla al completo.  La forma en la que lo entiende José Tomás exige de mucha vocación para tanto esfuerzo.

Como todo discurre de forma tan formal y verdadera, algunas personas que tengo por sensatas me han comentado en ocasiones que les cuesta entender cómo todo eso no lo hace anunciándose directamente en una plaza, bajo una razonamiento llena de sentido común: en vez de costarle dinero al torero, lo ganaría. Hubo etapas y toreros que, más o menos, lo hacían así, para prepararse para las tardes de importancia. Razonamiento tan lógico no encaja en la personalidad de este torero: eso no dejaría de ser  una inconsistente gira de “bolos”, esto es: el antitomasismo.

Que el torero luego pone sus condiciones, no extraña: a eso aspiran todos. Los que  ocurre es que al final el que marca el ritmo es José Tomás: si sus condiciones no se aceptan, sencillamente renuncia a un acuerdo. Hay que ser muy libre para administrar en solitario sus noes y sus síes. Por eso es el único dueño de su propio destino. O como decía el castizo, “en mi hambre mando yo”. Y lo hace sin aspavientos, sin mayores ruidos, sino respondiendo en el centro de un ruedo con su forma de entender el arte del toreo, que apasiona como comprobado está.

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