El
peruano sale por primera vez andando de Pamplona con una destartalada y
decepcionante escalera de Jandilla; Castella pone el trofeo y Urdiales, la
calidad.
ZABALA DE
LA SERNA
@zabaladelaserna
Pamplona
Foto: EFE
Volvía el amo de Pamplona con ruido de cosa
grande. Que fue globo pinchado y frustrante. Una pancarta lo saludaba desde una
barrera de sol: «Silencio, por favor, torea Roca Rey». Que no falte el humor.
Cuando apareció en escena el fenómeno del Perú, el estruendo aventó la pancarta
del silencio. La escena sísmica de Roca en San Fermín. Tiembla el misterio. ¿Y
el dueño del misterio?
Diego Urdiales salió a lo suyo. Que es torear.
Lacio el capote, sueltos los brazos, intermitente el toro de principio. Y
acarnerado y cuesta arriba. Como si saliese de un embudo. Un par de verónicas
limpias y una media enroscada. No tan arrebujada como la del cadencioso quite
por delantales. Mal y traseramente castigado, no ayudó el piquero a que descolgara.
Sólo en el embroque. Y Urdiales se reunía ahí con la embestida. Ese instante de
belleza en su derecha. Antes de que perdiese la humillación según dibujaba el
muletazo. Que a veces la embestida enrazadita amontonaba con su repetición
antes de hora, sin salirse de los vuelos. Los retazos, la fidelidad a un
concepto que no vende ni se vende, esbozos de naturales como si escanciara la
muñeca. Las trincherillas salpicaron como perlas el cierre hacia las tablas. Un
pinchazo, la estocada atravesada sin muerte y el descabello no evitaron la
ovación. Un leve milagro de torería.
La cruz de la cruceta supuso un calvario para Roca
Rey. Que cambió las orejas por los avisos. No podía su hombro lesionado cortar
el cerviguillo: 13 golpes, 13, para acabar con aquella cabeza cornalona que
sostenía un cuerpo fino y menor, proporcionalmente enano. El fuego se convirtió
en humo; las llamas, en ceniza. La faena vibrante y eléctrica quedó mutilada.
RR conectó su soberbia más que el temple desde que el cinqueño apareció por
toriles con su fuerza contada y su testa destartalada. Apenas lo sangró en el
caballo como seña de identidad. La intervención por chicuelinas y tafalleras
volteó Pamplona. Todo lo vendía, todo lo compraban. De rodillas extendió su
puesto como obertura del acto final. Penitente y en redondo corrió la mano
derecha. La cabeza despejada a mil revoluciones para interpretar la larga
distancia del jandilla. Que por inercias funcionó. Con un tornillazo último que
a veces enganchó. Un viaje sin calidades. Una fiesta de calimocho. De
adaptación al medio y al toro. De persecución del triunfo a toda costa. Forzada
más que fluida. Como en las manoletinas de despedida a compás abierto. Cuando
la embestida, ya sin metros, acusaba desde hacía rato los defectos tapados. Un
pinchazo hondo y el verduguillo aguaron la piñata, el festín presentido, los
fuegos artificiales.
Sebastián Castella resucitó en el quinto después
de un naufragio de planteamiento con su basto y manso toro anterior. Aún se
desconoce el sentido de abrirle faena por alto para después presentarle la
muleta lacia y tonta en su izquierda: los cabezazos lo desarmaron. Y siguieron
marcando la pauta del deslucimiento. Lo que no quita para que Castella
anduviera sin luces. Que se encendieron con el penúltimo, un toro de normal
armonía dentro de la anormalidad destartalada de la corrida de Borja Domecq, un
despropósito: el cuarto había sido el antitoro, Apis en la tierra, infumable
Uro, transgénero de expresión avacada.
Diego Urdiales navegó. Incluso demasiado tiempo
con tan desabridas formas y desaborido fondo. Castella le cortó una oreja al
suyo por una faena tipo de la casa, centrada y técnica, que exprimió al
vulgarote y rendido enemigo. No falló la fórmula infalible de estocada
(trasera) y muerte pronta.
A Roca Rey todavía le quedaba un toro para evitar
la noticia. Pero el sexto, de Vegahermosa como el primero, sacó genio desde sus
largas líneas zancudas y no la esquivó: RR, que no conocía otra Pamplona que no
fuese desde las alturas, salió andando. De nuevo falló la espada; el hombro y
no sólo el hombro.
Jandilla, que por la mañana había recogido el
premio de la Feria del Toro 2018, devolvió hasta el abrazo de la entrega.
JANDILLA - Diego Urdiales, Sebastián
Castella y Roca Rey
Monumental de Pamplona. Miércoles, 10 de
julio de 2019. Sexta de feria. Lleno de «no hay billetes».
Toros de Jandilla y dos de Vegahermosa
(1º y 6º), un cinqueño (3º), una escalera destartalada; de juego también muy
desigual.
Diego
Urdiales, de azul pavo y oro.
Pinchazo, estocada atravesada y dos descabellos. Aviso (saludos). En el cuarto,
media estocada (silencio).
Sebastián
Castella, de malva y oro.
Pinchazo, media estocada caída y descabello. Aviso (silencio). En el quinto,
estocada trasera (oreja y fuerte petición de la segunda).
Roca
Rey, de gris perla y plata.
Pinchazo hondo tendido y 13 descabellos. Dos avisos (silencio). En el sexto,
dos pinchazos hondos y dos descabellos (silencio).
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