Los
albaserradas de Lanzahíta se mueven entre la guerra indomable y la paz simple y
manejable; Javier Castaño corta la única oreja de la tarde con oficio y una
estocada.
ZABALA DE
LA SERNA
@zabaladelaserna
Pamplona
Diario EL
MUNDO
Sepúlveda anocheció preñada de tristeza. Por las
Hoces del Duratón se oían los ecos fúnebres de Teruel. Ya hace tres años de
aquel negro 9 de julio de 2016. Un torico de Los Maños taló la talla de ciprés
de Víctor Barrio e inmortalizó su memoria. Que vive en todos y habita en
Raquel. Esa infausta tarde también se lidiaba en Pamplona una corrida de José
Escolar. Tal que ayer. Los escolares cruzaron la ciudad como centellas
plateadas y sin ningún renegado esta vez.
Volvía a San Fermín Fernando Robleño desde su
última comparecencia en 2012. Como caramelito de regreso le esperaba un cárdeno
de inmensa apertura de cara y veneno en la piel. Le costó pasar incluso con la
inercia de salida. Tan frenado. Robleño le cambió los terrenos. El bajo toro
mostró pronto su orientación pendenciera, su modo depredador de vencerse por el
derecho en el capote de César del Puerto, sus miradas afiladas... Y FR pasó un
quinario. Con más opciones de supervivencia por el izquierdo. Sobre todo por la
curtida veteranía del hombre ante el escualo. Marrajo, decían los antiguos.
Paliabierto de otra manera, hocicudo y degollado,
más simplón, el siguiente albaserrada de Lanzahíta se había dejado la maldad en
el Valle del Terror. Y se movía manejable sin terminar nunca de humillar. Lo
suficiente para que Javier Castaño anduviese con templado oficio, sacándole
bien los brazos con el capote. Joao Ferreira cuajó un tercio de banderillas
superior, imponente su segundo par asomado al abismo. Castaño le ofreció la
muerte de este Castellano al campeonísimo navarro Miguel Induráin. La ofrenda
fue una llamada de atención. La faena contó con la lucidez para hallarle la
distancia y la altura, los pasos perdidos y en línea el trazo. La cabal
estocada aportó el brillo mayor. Y la muerte pronta trajo la oreja. Como una
fórmula infalible en Pamplona.
Las lanzas cornidelanteras del tercero le daban
otra expresión y diferente conformación. Sacó un empleo menor en el caballo que
sus compañeros. Y, al igual que el anterior, una fácil voluntad de dejarse
hacer. También sin descolgar. Pepe Moral pareció recuperado de su preocupante
bache. Una seguridad cierta presidió su actuación. Desde las verónicas de
salutación. Corrió la mano derecha con largura y aplomo. No había chispa en la
embestida, tampoco baile en las zapatillas. Los pases de pecho se hacían
espléndidos. Un pinchazo, una estocada y una ovación de aliento para la
rehabilitación del sevillano.
Un cuarto de hechuras caballunas fue la cumbre o
el techo de la corrida de José Escolar. Al callejón se asomaba con sus 600
kilos a cuestas. Robleño era Tyrion Lannister frente a La Montaña. Una
diferencia de escalas abisal. Los cabezazos silbaban por el astracán de la
montera. El bruto no quería coger pero tampoco embestir; arrollaba y sólo
aspiraba a defenderse. Fernando asaleró incluso los pertinentes recursos
técnicos. Todos los abandonaba el gigante con la testa por las nubes, cada vez
más desentendido. FR lo mató al encuentro con eficaz aprovechamiento del viaje.
La madre de todas la alimañas fue el feo y agresivo
quinto. Vinatero se llamaba el cabrón. De sangre avinagrada. Como un vino malo.
Un sónar en sus ojos. Ferreira volvió a hacerse grande con los palos. Como
Fernando Sánchez. Repitió organigrama de lidia Javier Castaño en su cuadrilla,
con Marco Galán en la brega. Como una reedición de la cuadrilla que dieron en
tildar de fantástica pero sin Adalid. A Castaño le esperaba un tigre. Resolvió
como supo y pudo con aquellos saltos a las femorales. Obró el milagro de
cazarlo a la primera y salir andando.
Después de la guerra volvió la paz -una montaña
rusa fue lo de José Escolar- con el astifino y largo sexto en el aire manejable
de segundo y tercero. Sin humillar, que era el sello de este encaste, ni otros
virtuosismos. Moral dio otra vez señales de que hay agua en Marte. Y vida en su
corazón.
De una andanada de sol pendía una pancarta
solidaria con la causa palestina. Como metáfora del torismo visto. Una pena
pudiendo ser de Israel.
JOSÉ ESCOLAR - Fernando Robleño, Javier
Castaño y Pepe Moral
Monumental de Pamplona. Martes, 9 de julio
de 2019. Quinta de feria. Lleno.
Toros de José Escolar, serios en sus distintas hechuras; infumables los
complicadísimos 1º y 5º; manejables sin más ni terminar de humillar 2º, 3º y 6º;
el 4º arrolló y se defendió.
Fernando
Robleño, de blanco y plata.
Pinchazo y estocada desprendida (silencio). En el cuarto, estocada al encuentro
(ovación).
Javier
Castaño, de azul marino y oro.
Estocada (oreja). En el quinto, estocada casi entera (silencio).
Pepe
Moral, de azul pavo y oro. Pinchazo
y estocada corta (saludos). En el sexto, pinchazo hondo y estocada (saludos).
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