El 10
de julio se cumplen 10 años de la última cogida mortal en los sanfermines.
Daniel Jimeno, un corredor experimentado de 27 años falleció en un encierro de
Jandilla.
JOSÉ LUIS
VADILLO
@jlvadillo
Diario EL
MUNDO de Madrid
Hay dos instantes muy unidos entre sí que marcaron
la corta vida de Daniel Jimeno. Y ambos sucedieron en Pamplona. El primero,
cuando tenía sólo tres o cuatro años y su padre lo llevó cogido de la mano al
encierro chiqui, ese simulacro de sanfermines que se organiza para los más
pequeños. El segundo, el 10 de julio de 2009, cuando pasadas las once dio las
buenas noches a sus padres y les dijo que no saldría de fiesta, que al día
siguiente corría el encierro y quería estar descansado. Fue la última vez que
lo hizo.
El hilo conductor que unió ambos momentos y que
marcó a Daniel fue el virus que se le inoculó en aquella carrera para niños, el
de la afición a los encierros. "Es una auténtica droga que es difícil de
soltar, no se puede", explica su padre, Antonio Jimeno.
La de Daniel fue una afición labrada paso a paso,
año tras año visitando Pamplona para vivir las fiestas de San Fermín, algo muy
habitual cuando se tiene origen navarro. Porque Daniel, Dani para sus amigos,
aunque nació en Barcelona y vivió en Alcalá de Henares, en Madrid, se sintió
siempre uno más en los sanfermines.
Desde su infancia no faltó casi ningún año a
Pamplona. Lo vivía con gran entusiasmo, disfrutando de todo lo relacionado con
la fiesta y con los toros. A pesar de que la primera experiencia con el
encierro, de la mano de su padre, no debió de resultarle muy agradable y se
asustó.
Cuando su padre corría el encierro en San Fermín,
Daniel acudía con su madre, Mari Carmen, temprano a la plaza de toros para ver
la llegada de la manada y después salir a tomar algo por las calles de
Pamplona. Todo giraba en torno al toro, a la tradición sanferminera. Y así se
fue forjando la afición de Daniel a los festejo populares.
Cuando aún no había cumplido los 18 años comenzó a
hacer sus pinitos en su pueblo de residencia y en localidades cercanas.
"Íbamos a sitios por aquí cerca: Anchuelo, Guadalajara... Realmente el que
más corría y al que le gustaba era a él. Nos arrastraba un poco a los
demás", rememora Alberto López, amigo de Daniel. Poco a poco se fue formando
como corredor en pueblos de Madrid que destacan por su buena organización de
los encierros y el trapío de los toros, como San Sebastián de los Reyes y
Arganda.
Porque la principal característica de Daniel como
corredor era su profesionalidad. Lo recuerda su amigo Alberto: "Sólo
corría de lunes a viernes en Pamplona, los fines de semana no porque está muy
masificado. Se cuidaba mucho físicamente y nunca salía por la noche si al día
siguiente había encierro".
Una palabra que recalcan quienes lo conocieron, o
quienes coincidieron con él en las calles, es "respeto". Respetuoso
con el toro y con la fiesta, con los compañeros en los encierros, algo cada vez
más complicado de compatibilizar con la lucha encarnizada por hacerse hueco
delante de los morlacos en Pamplona. Para hacerlo, Daniel se fijaba en los
corredores veteranos, especialmente en el madrileño David Rodríguez, un clásico
en Pamplona con su camiseta verde y blanca.
SUS ÚLTIMOS SANFERMINES
El 6 de julio de 2009, Daniel Jimeno tenía 27
años. Disfrutó en Pamplona del lanzamiento del chupinazo, como tantos otros
años. Estuvo acompañado por sus padres, su hermana Raquel y su novia, Cristina.
Disfrutaron del jolgorio, pero de forma moderada. Daniel corrió con normalidad
los días 7, 8 y 9. En el encierro del 9 sufrió una caída sin más consecuencias
que raspones y algún que otro golpe, nada fuera de lo normal cuando se corre en
Pamplona.
Antes de la medianoche se despidió de sus padres
para irse a dormir y estar preparado para los de Jandilla, una de las
ganaderías que más corneados ha dejado en Pamplona. A la mañana siguiente,
antes de las 7.00, salió de su casa con su jersey fetiche, de rayas rosas y
marrones horizontales, con el que siempre corrió, y pantalón blanco.
El encierro no fue nada sencillo. El protagonista
desde prácticamente el primer momento fue el toro Capuchino, herrado con el
número 106, colorado, de 515 kilos, que en la Plaza del Ayuntamiento ya arrolló
a tres corredores de una sola embestida y remató con fiereza en el vallado. El
animal se descolgó e hizo el recorrido en solitario, por detrás del resto de la
manada.
En el vallado de Telefónica hubo un momento de
gran confusión. Daniel corría junto a un toro negro y de repente cayó al suelo
de espaldas, empujado por otro mozo. Trató de alcanzar el refugio del vallado
derecho, o al menos acercarse a él para evitar la masa de corredores y los
toros y cabestros que faltaban por pasar. De repente, Capuchino surgió como una
exhalación desde la parte izquierda y le propinó una cornada rápida en el
cuello, como un navajazo traidor en una reyerta. Daniel estaba sentado en el
suelo y delante de él otro joven de blanco que se topó de cara con el astado,
sin resultar herido.
Un voluntario de Cruz Roja le ayudó a ponerse a
refugio. Todas las miradas se centraron de nuevo en Capuchino, que lanzaba por
los aires a otro corredor y derrotaba en el vallado, buscando con ansia.
Mientras, Daniel estaba ya herido de muerte. Maite Esporrín, concejal del
Ayuntamiento de Pamplona y miembro del equipo sanitario aquel año, fue la
primera en atenderle. Después reconocería que fue la peor experiencia
profesional de su vida. Las imágenes captadas por aficionados lo dicen todo: la
sangre, la miradas perdida... El parte médico fue contundente: "Herida en
la zona supraclavicular izquierda, con trayecto descendente afectando al pulmón
izquierdo, aorta y cava. Ingresa en situación de parada cardiaca".
Fuera del hospital, minutos de tensión. Su padre
vio el encierro por televisión, pero en las imágenes en directo no se apreció
el percance de Daniel. A cientos de kilómetros, en Alcalá de Henares, su amigo
Alberto le hizo varias llamadas durante la mañana que no fueron atendidas.
Habían quedado para verse en Pamplona. Una cita que no llegó nunca.
Al Hospital de Navarra telefonearon varias madres
preocupadas o directamente en pánico: se había corrido la noticia de que un
joven acababa de fallecer en el encierro y querían saber si se trataba del
suyo. Un anillo que llevaba Daniel ayudó a dar las primeras pistas para el reconocimiento.
Su inscripción era "Cris, 25 de noviembre de 2003".
SIN RENCOR
Antonio Jimeno habla aún con un nudo en la
garganta en ciertos momentos, pero con mucha claridad. "La cogida fue muy
rara, una cornada de las que no puedes escaparte. Podía haber tenido varias y
sin graves consecuencias, pero fue muy certero. Con lo que tenía no duró
nada".
Tras conocer el fallecimiento de su hijo, Antonio
buscó respuestas. Habló con varios corredores, con habituales del tramo de
Telefónica. "Quieres saber, el cuerpo te pide saber qué ha pasado para ver
si te quedas más tranquilo... Pero no ayuda".
Diez años después de la trágica cogida, del día en
que Daniel Jimeno se convirtió en la 15ª víctima mortal en la historia de los
sanfermines, Antonio mira atrás sin rencor. "Los que hemos vivido desde
dentro el encierro sabemos lo que es. No pudo haber más seguridad, ni hubo
falta de atención. Lo que pasa es que esto no tiene ni trampa ni cartón".
Este miércoles, en el décimo aniversario, el padre
de Daniel tiene previsto acercarse en torno a las siete de la mañana al vallado
de madera junto al que sufrió la cogida su hijo y depositar allí un ramo de
flores.
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