miércoles, 1 de abril de 2020

CENTENARIO – Opinión: Aclaración a la polémica del revisionismo gallista: "No vistan a José con prendas que no son suyas"

El autor contesta al artículo de Andrés de Miguel y dice celebrar como el primero la conmemoración del centenario Gallista, pero no el revisionismo "esa corriente que proclama a José revolucionario del toreo y a Belmonte, producto de la literatura".
SANTI ORTIZ
Escritor
Diario EL MUNDO de Madrid

El problema de la comunicación, los lazos que se establecen entre emisor y receptor a través del mensaje, no deja de depararme sorpresas. Confieso que, tras haber leído el artículo mediante el cual el presidente de la "Peña Los de José y Juan" da respuesta al publicado por mí en estas páginas bajo el título Hablar de Belmonte en el año de Joselito, he repasado varias veces el mío y no alcanzo a comprender la distorsión que éste ha podido causar en la mente del señor De Miguel. Es posible que sólo sea un simple caso de deficiente comprensión lectora; ese problema que tanto atribula a los profesores de Lengua en los institutos de Secundaria; pero, sea ésta u otra la causa, no tengo más remedio que emplazar a don Andrés para que señale de qué párrafo, frase o palabra de mi escrito saca él eso de que "tanta conmemoración empequeñece la figura y la aportación de Juan Belmonte".

Eso ni lo he escrito ni lo pienso; primero, porque estoy a favor de tales agasajos como se desprende de lo que expreso en el primer párrafo de mi texto: "son numerosísimos los proyectos de actos que se barajan para celebrar tal efeméride y hemos de congratularnos que el paso del tiempo no empalidezca la memoria de uno de los toreros más grandes de todas las épocas". Y segundo, porque difícilmente tales conmemoraciones podrían empañar en lo más mínimo el lugar y prestigio que Juan Belmonte alcanzó en el toreo.

La intencionalidad de mi artículo no iba dirigida a criticar o censurar tales conmemoraciones, sino contra esa corriente revisionista de la historia taurina, que pretende adornar a José con prendas que nunca tuvo y que no necesitó para ocupar el puesto señero que tiene en la Tauromaquia; verbigracia: proclamarlo el revolucionario del toreo moderno.

¿De dónde sacan los que así se pronuncian esta majadería? Desde luego, de Don Pío, de Uno al Sesgo, de José María Cossío, de Clarito, de Corrochano, De Federico M. Alcázar, de El Barquero, de Manuel Barbadillo, de Edmundo Gómez Acebal, de Ramón Pérez de Ayala, de F. Bleu y tantos otros escritores y periodistas, testigos presenciales de lo que constituyó la Edad de Oro del toreo, rotundamente NO. No habrían osado defender esta estulticia ni en sus crónicas ni en sus doloridos escritos laudatorios a raíz de la muerte de José. De hecho, ninguno lo hizo. No, el revisionismo al que nos referimos tuvo que trasladarse a otra época, para beber de las fuentes del escritor y comentarista taurino Pepe Alameda, quien, por cierto tan sólo contaba 8 años de edad cuando murió Gallito; es decir: que prácticamente no alcanzó a verlo (sólo lo hizo una sola vez, en 1919, en Marchena).

Sin embargo, pasados los años "descubrió" en una serie de secuencias de la encerrona de Joselito en Madrid con los toros de Martínez, lo que para él constituye el "eslabón perdido" que le permite señalar a Gallito como el instaurador del toreo en redondo; dicho de otra forma: como el artífice del toreo moderno. La secuencia fotográfica -que puede verse en su excelente libro El hilo del toreo- nos muestra a un toro que quiere escupirse de la suerte, al que sujeta José dejándole la muleta en la cara y girando sobre piernas de corvas flexionadas; esto es: como se toreaba antes de Belmonte, logrando que el toro girara en torno suyo y no se fuera.

El indiscutible logro técnico, lidiador, no me parece de la suficiente enjundia como para sustentar ahí el nombramiento de "artífice del toreo moderno". En primer lugar, porque ya antes no sólo lo había hecho Guerrita, al punto de darle cabida en su Tauromaquia como recurso técnico, sino también Belmonte, el 16 de noviembre y 7 de diciembre de 1913 -meses antes de la secuencia de Gallito-, en la plaza de El Toreo, de México, cuando alborota el cotarro ligando cuatro naturales seguidos. Y en segundo, porque, a mi modesto saber y entender, hay que remontarse a la faena de Chicuelo, al toro Corchaíto, de Graciliano, el 24 de mayo de 1928, en Madrid, para poner el hito, el origen de coordenadas, que señala el toreo en redondo como emblema del toreo moderno, pues es, a partir de entonces, cuando comienzan a demandarlo los públicos y empiezan a emularlo los toreros.

Es curioso cómo el hallazgo de ese "eslabón perdido" origina toda la metamorfosis conceptual que separa al Alameda de Los arquitectos del toreo moderno (1961) del de El hilo del toreo, de más de veinte años después. Porque en la primera de las citadas obras defiende lo que yo, y no tiene dificultad alguna en admitir que "es Chicuelo y nadie más que Chicuelo el creador de la faena moderna. Y no deja de serlo por el hecho de que él mismo la realizara con poca frecuencia. Lo decisivo es que fue el primero en realizarla con la relativa frecuencia necesaria para dejarla establecida, instaurada." Tampoco tiene reparos en señalar que es Juan Belmonte quien le confiere al toreo moderno los perfiles que le dan evidencia. Y añade: "Belmonte ha sido una cumbre y nadie toreó con más arte, en cuanto al ritmo, la medida, el temple y el hondo sentido musical, que tales son los valores específicos del toreo, "arte en el tiempo"."

Mucho tuvieron que cambiar las cosas para que, con el paso del tiempo -él, que tantas páginas insignes dejó escritas para la Fiesta- incurriera en la bajeza de escribir lo que a continuación no puedo dejar de consignar:

"Sabido es que a Belmonte, en sus primeros días, le tomaron por loco, pero en pensarlo estaba la verdadera locura, ya que Belmonte, cuerdo y, más que cuerdo, socarrón y hasta ladino, era el que de verdad había comprendido la situación y actuaba en perfecta congruencia con el toro que entonces existía, que permitía que, aun sin saber lidiar, se pudiera vivir con sólo una media verónica o diez pases de muleta, de vez en cuando. Y como él era listo, estimuló su propia truculencia, su melodramatismo, y estimuló sobre todo a la gente de la pluma, comprendiendo que su imagen estaba, mitad en la arena, mitad en la letra impresa. En cambio, Gallito, al que algunos quisieron después presentar como un "ingeniero del toreo", reveló su absoluta condición de poema puro con una muerte de verdad (el subrayado es mío), no con fingidos amagos de muerte."

La vileza y cobardía que encierra esta última frase exime de dar más explicaciones, pero no me resisto a ello. El hecho de que a Joselito lo matara un toro (accidente) y no a Belmonte (otro accidente), pese a que los toros lo cogieran mucho más que a José, le sirve a Alameda para cantar la autenticidad de uno y la falsedad -fingidos amagos de muerte- del otro. Al que, por supuesto, hace depender al menos la mitad de su fama de las plumas amigas. Ese es otro de los caballos de batalla del revisionismo militante, que trata a Belmonte como si fuera producto de la literatura y no al revés. Cansados estamos de escuchar la influencia del libro de Chaves Nogales para elevar a Belmonte al mito en que se convirtió, sin que nadie señale que la obra fue escrita en 1935; esto es: el año en que Belmonte cuelga los trastos definitivamente, después de haber escrito a sangre, arte y fuego, por más de tres lustros su historia de alamares. Si la percha literaria del pobre Gallito no tenía la envergadura de la de Belmonte, ni José ni Juan tenían la culpa. Cada uno tenía su personalidad y su misterio y, a través de ellos, inspiraban en distinto grado a escritores, intelectuales y periodistas.

Todas estas cosas no las van a reconocer nunca los prosélitos del revisionismo tardogallista. En cualquier caso, espero y deseo que la figura de Joselito siga manteniendo su prestigio por lo que en realidad fue y no por lo que pretenden sus hagiógrafos de nuevo cuño. A éstos y no a mí debería aplicar don Andrés de Miguel lo de personajes discordantes no por decir no con el dedito en el tendido, sino por su burda forma de pretender tergiversar la historia.

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