Durante
el siglo XIX
Torearon
en España Jesús Villegas “El Catrín”, de 1857 a 1860 y Ponciano Díaz acompañado
de sus picadores, Celso González y Agustín Oropeza, en 1889
ADIEL
ARMANDO BOLIO
Especial para
VUELTA AL RUEDO
En la obra la “Fiesta Brava en México y en
España”, tomo I, del reconocido historiador Heriberto Lanfranchi, dentro de la
parte final del tema “El Toreo en México
entre 1821 y 1885, indica que precisamente hacia 1885 estaba totalmente
desterrado el metisaca en suelo español, pero en nuestro país seguía siendo la
única manera aceptada para matar todos los toros y, claro, los espectadores
mexicanos de aquella época no aceptaron así como así que unos toreros
extranjeros, aunque tuvieran la fama del guipuzcoano Luis Mazzantini o el
sevillano José Machío, impusieran nuevas
modalidades, por lo que la pugna surgió.
“José Machío Martínez, el que abrió brecha (para
los espectadores mexicanos) con el nuevo estilo de estoquear, tuvo que soportar
numerosos baños de pulque, así como naranjazos a granel, por haberse negado en
todas sus actuaciones en México, terminantemente, a matar de metisaca bajo y
dejando que los toros le embistieran. Mataba al volapié, dejaba el acero
clavado en el morrillo de los toros y, entonces, empezaban los insultos y la
gritería en los tendidos.
No obstante, los propios espectadores empezaron a
tomar partido. Muchos permanecieron fieles durante algún tiempo a la tradición
del metisaca bajo, pero la pugna fue corta y ha hacia finales de 1887 y
principios de 1888 casi todos los espectadores mexicanos apreciaban los méritos
de la estocada por lo alto y dejando el estoque, y desterraron de los cosos la puñalada que causaba la
espectacular muerte de los toros, pero que era de escasos méritos. El propio
mexiquense Ponciano Díaz, aún antes de su viaje a España, empezó a estoquear a
la española y abandonó la manera de matar que le había enseñado el gaditano
Bernardo Gaviño, su viejo maestro.
Otra característica del toreo en México hasta
1885, fue la división de la República en verdaderos feudos taurinos (por
ejemplo, Pedro Nolasco Acosta en San Luis Potosí). En cada feudo, que podría
comprender un Estado o varios del país, había una cuadrilla regional con su
jefe nativo del mismo lugar. Dicha cuadrilla era la única que actuaba en todos
los espectáculos taurinos de la región, no sólo en las ciudades principales
sino también en las de poca importancia. Si por algún motivo, alguna cuadrilla
invadía el terreno de otra, era recibida con tal hostilidad, no sólo por los
toreros sino por los mismos espectadores, que a los pocos días regresaba a su
feudo. El único que se dio el lujo de recorrer la República fue el andaluz
Bernardo Gaviño, pero se lo pudo permitir porque era considerado un maestro por
aquellos lidiadores y ellos sabían que sólo permanecería algunos días en
determinado lugar, para nunca volver o regresar después de transcurridos muchos
años.
El propio Bernardo Gaviño consideraba que su feudo
era la Ciudad de México y nunca permitió, en los 50 años que estuvo en activo,
que otros toreros le hicieran sombra. Tuvo muchos discípulos, pero la mayoría
de ellos, una vez capacitados para ser jefes de cuadrilla, marchaban a algún
Estado. Aun los hermanos Ávila, Pablo Mendoza y otros diestros mexicanos que
toreaban ocasionalmente en la Ciudad de México, eran aceptados porque se
subordinaban fácilmente a sus caprichos.
A partir de 1888, el toreo en México se actualizó
y la lidia de reses bravas se hizo idéntica a la española. Desde entonces, las
corridas de toros han seguido una evolución similar en los dos países y lo
único que las diferencia es el sentimiento o la manera que tienen los
lidiadores de una u otra nacionalidad de sentir el toreo.
En el siglo XIX, sólo dos espadas mexicanos
torearon en España, Jesús Villegas ‘El Catrín’ (de 1857 a 1860) y Ponciano Díaz
(acompañado de sus dos picadores, Celso González y Agustín Oropeza, en 1889) y
no dejaron gran huella, pero a principios del siglo XX, el hidalguense Vicente
Segura y, sobre todo, el guanajuatense Rodolfo Gaona, mostraron que el toreo
mexicano estaba a la altura del mejor del mundo taurino y marcaron el camino
que habrían se seguir todos los demás toreros mexicanos hasta nuestros días en
los ruedos españoles”. De esta manera hicimos con mucho gusto esta introducción
al estudio del toreo en sus inicios en América y México, por lo que
continuaremos con otros temas inherentes a la más bella de todas las fiestas,
la Fiesta Brava.
DATO
A partir de 1888, el toreo en México se actualizó y la lidia
de reses bravas se hizo idéntica a la española
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