Al
formarse las dehesas mexicanas
Estado
de México, Guanajuato, San Luis Potosí, Zacatecas fueron estados básicos para
iniciar la base de la crianza de toros bravo en suelo nacional
ADIEL
ARMANDO BOLIO
Especial para
VUELTA AL RUEDO
Continuando con la reseña de las ganaderías
antiguas de México, el colega y amigo, licenciado Eduardo Castillo, en su obra
“Nuestro Toro”, auspiciada por la Asociación Nacional de Criadores de Toros de
Lidia al inicio del siglo XXI, nos dice que la dehesa de Parangueo, situada en
el estado de Guanajuato, fue formada por quien fuera primera obispo de
Michoacán, el abulense don Vasco Vázquez de Quiroga y Alonso de la Cárcel,
mejor conocido como Vasco de Quiroga, en 1536, siendo en sus orígenes de puro
ganado criollo que, andando el tiempo, obtuvo mucho prestigio, pues se llevaba
a cabo una rigurosa selección.
“Luego del movimiento revolucionario, en 1911 vino
a menos hasta prácticamente desaparecer. Se fraccionó en 1924 entre los
herederos de don Nicolás del Moral, correspondiéndoles la parte llamada Quriceo
que conservó lo poco que quedaba de ganado bravo a don Eduardo y don Jorge
Jiménez del Moral. Además, adquirieron toros españoles de Gamero Cívico
(encaste Parladé) y más tarde de Campos Varela, de la misma procedencia, lo que
les ligó extraordinariamente.
La ganadería de Guanamé, fundada por el Conde de
Pérez Gálvez en la segunda década del siglo XIX de manera accidental con diez
toros españoles del Duque de Osuna y de Veragua, cuando venían para celebrar la
jura del Rey Fernando VII, pero llegaron tres meses después y no fueron
lidiados, por lo que se quedaron en unos
potreros cercanos a la ciudad de San Luis Potosí, en los que causaban repetidas
desgracias, por lo que entonces los mandó al estado de Querétaro, a su hacienda
de Chichimiquillas, donde tampoco pudieron quedarse, por lo que el Conde
decidió enviarlos a su hacienda de Guanamé, ubicada en la parte norte de la
capital potosina, donde poseía ganado vacuno.
Más tarde se seleccionó lo bravo quedando así
fundada la ganadería con ese nombre. Al frente de ella estuvo don Atanasio
Hernández, quien incluyó dos toros de Atenco que tuvieron alta nota de tienta,
con el fin de mejorar el ganado, pero la cruza salió con aumento en la
corpulencia y nervio de los toros, siendo en la época de la Revolución cuando
el hato fue aniquilado.
Malpaso es una dehesa que se fundó en el estado de
Zacatecas por don Benjamín Gómez Gordoa y tuvo su esplendor a principios del
siglo XX. Había traído toros de las ganaderías andaluzas de Concha y Sierra,
Veragua, Saltillo y Pablo Romero, luego agregó un ejemplar de Otaolaurruchi que
adquirió a Luis Mazzantini, un sobrero de una corrida a su beneficio.
En la Revolución su finca quedó aniquilada dejando
sólo una punta de ganado, pero con gran afición no escatimó esfuerzos por
volver a levantarla y, posteriormente, en 1925, agregó toros padres de las
dehesas de Parladé y Campos Varela. Al fallecer don Benjamín en 1927, la dejó
en manos de sus herederos, quienes a su vez la vendieron a don Eduardo Margeli
y don Antonio Casillas.
En tanto, el hato de Espíritu Santo, fundado
igualmente en tierra zacatecana a mediados del siglo XIX por la familia
Ygueravide, gracias a su desmedida afición, adquirieron en 1885 un toro del
campo bravo andaluz de don Antonio Miura, un berrendo en colorado de nombre
‘Chicorro’, que les empezó a dar excelentes resultados.
Después, don Alejandro y don Felipe del Hoyo
Ygueravide trajeron cinco vacas y un toro de don Eduardo Miura, llamado
‘Carbonero’. Esta casa ganadera fue casi destruida en los tiempos de la
Revolución y lo que quedó de ganado fue a la hacienda de Santo Domingo,
propiedad de don Manuel Labastida y Peña.
Así pues, fueron muchas las ganaderías que
forjaron las bases y precedentes que consolidaron la Fiesta de los Toros en la
afición mexicana, abriendo de esta manera una nueva época del toreo en México”.
En nuestra siguiente entrega abordaremos el
apasionante tema de las cuatro familias ganaderas que le dieron soporte a la
crianza de ganado bravo en nuestro país, la Barbabosa, la González, la Llaguno
y la Madrazo.
DATO
Desde 1536, aparte de la de Atenco, empezaron a surgir muchas
dehesas que fueron el soporte de la crianza de ganado bravo en nuestro país
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