En
1796, en Cádiz
Juan
Romero, hijo de Francisco, organizó las cuadrillas de toreros y logró que los
peones aceptaran ponerse bajo el mando del matador
ADIEL
ARMANDO BOLIO
Especial para
VUELTA AL RUEDO
De 1751 a 1850, narra el historiador Heriberto
Lanfranchi en su obra “La Fiesta Brava en México y en España”, la lidia de los
toros, sobre todo a pie, siguió modificándose
y perfeccionándose.
“Los varilargueros o picadores, por su parte,
siguieron interviniendo en cualquier momento de la lidia, pero su importancia
fue disminuyendo paulatinamente y acabaron por subordinarse completamente a las
órdenes de los matadores. Sin embargo, como permanecían todo el tiempo en el
ruedo, costumbre que prevaleció hasta el siglo XIX, daban puyazos cada vez que
el toro les atacaba. No es de extrañarse, por lo tanto, que fuera precisamente
un picador montado (Juan López), el que quisiera hacerle el quite a José
Delgado ‘Pepe Hillo’, cuando éste sufrió su mortal cornada en Madrid, al matar
a ‘Barbudo’ en 1801.
Juan Romero, hijo de Francisco, organizó las
cuadrillas de toreros y logró que los peones aceptaran ponerse bajo el mando
del matador. Muy importante fue lograr esto, ya que hasta mediados del siglo
XVIII, los toreros, de a pie y de a caballo, se reunían para tomar parte en una
corrida de toros, pero cada uno de ellos hacía en el ruedo lo que buenamente
quería, siendo el matador tan solo uno más de ellos.
Una vez organizados los toreros en cuadrillas, la
anarquía y el desorden total que reinaban en las plazas de toros desaparecieron
en gran parte, subordinándose los banderilleros, peones y picadores al matador
en turno. Esto no quiere decir, sin embargo, como sucede frecuentemente en la
lidia normal de nuestros días, pero cuando menos ya no intervenían en todo
momento, limitándose a hacerlo en los toros que les correspondían.
Si en España las cuadrillas de toreros se
organizaron, otro tanto sucedió en México y para finales del siglo XVIII,
aparecieron en los carteles las primeras cuadrillas bajo las órdenes de un
matador, llamado entonces primer espada.
El primer jefe de cuadrilla del que se tenga
memoria en México fue Tomás Venegas ‘El Gachupín Toreador’, el cual siendo
español, como lo indica su apodo, seguiría toreando y vistiéndose como sería su
costumbre hacerlo o cuando menos verlo en la Península. No sabemos cómo
vestirían en México aquellas primitivas cuadrillas organizadas, pero con
seguridad usarían un traje de torear parecido al que acostumbraban los toreros españoles,
interpretación o adaptación del de los majos madrileños con adornos de galones
bordados o pasamanería. No hay que olvidar que el paralelismo en la evolución
de las corridas de toros en México y en España fue similar hasta 1821 y que fue
solo al lograrse la independencia de México cuando surgió una ruptura en las
relaciones taurinas, entre otras cosas, de los dos países, lo cual produjo un
estancamiento en el toreo mexicano que duró más de 50 años.
Durante la segunda mitad del siglo XVIII, toreros
en España como Pedro Romero, Joaquín Rodríguez ‘Costillares’ y José Delgado
‘Pepe Hillo’, revolucionaron de tal manera la técnica del toreo, que las
reformas por ellos introducidas en la lidia de reses bravas habrían de perdurar
para siempre.
Por ejemplo, ‘Costillares’ inventó o perfeccionó
la suerte de matar al volapié, en la que el matador iba, como actualmente,
hacia el toro que ni acudía al cite, con lo cual ya se podía matar con más
lucimiento un mayor número de toros, sobre todo aquellos que llegaban muy
quebrantados al último instante del tercer tercio. Claro que para poner al toro
en suerte, tenía que ser empleada la muleta previamente y este instrumento que
hasta entonces había tenido relativo uso y servía sólo de defensa en el momento
de la estocada, adquirió una importancia capital que habría de llevarnos un
siglo y pico después a la moderna faena, momento principal de la lidia de la
lidia actual. No obstante, a fines del siglo XVIII, los públicos acusaban a los
toreros que daban más de tres o cuatro muletazos (o trapazos), de estar
hartando al toro de trapo y que a causa de ello se deslucía el momento de la
estocada, momento principal de la lidia de aquella época.
En 1796 salió a la luz en Cádiz la primera
tauromaquia impresa, firmada por el sevillano José Delgado Guerra ‘Pepe Hillo’,
la cual tuvo una importancia extraordinaria, tanto en España como en México.
Gracias a este librito (escrito en realidad, según se cree, por don José de la
Tixera, ya que ‘Pepe Hillo’ ni malamente sabía firmar), y a su segunda edición
de 1804 con sus 30 láminas explicativas, siguió practicándose en México el
toreo a la española al surgir en 1821 la ruptura total en las relaciones
hispanomexicanas.
La Tauromaquia de ‘Pepe Hillo’ muestra las suertes
en uso a finales del siglo XVIII y aunque los testimonios gráficos de dicha
época no son ya tan escasos (grabados de Francisco de Goya, de Carnicero y de
Luis Fernández Noseret, entre otros), con la simple lectura de dicho tratado,
puede uno formarse una idea clara de lo que eran entonces las corridas de
toros.
Basta recordar que en 1885 se seguía toreando en
México, sobre todo en la capital, como en la época de ‘Pepe Hillo’, para darse
cuenta de la importancia de este tratado. Bernardo Gaviño no conoció a José Delgado
‘Pepe Hillo’, pero los que le enseñaron a torear en España lo hacían al estilo
del sevillano y le implantaron firmemente sus características, no siendo por lo
tanto de extrañarse que al no tener contrincantes, hábilmente eliminados los
poquísimos diestros españoles que pretendían torear en México a mediados del
siglo XIX y estar formados a su escuela todos sus discípulos, el mexicano
Ponciano Díaz entre ellos, el toreo en nuestro país permaneciera estacionario
durante 50 años”. En nuestra siguiente entrega tocará abordar el tema sobre el
toreo en México de 1821 a 1885.
DATO
La Tauromaquia de “Pepe Hillo” muestra las suertes en uso a
finales del siglo XVIII y con su simple lectura puede uno formarse una idea
clara de lo que eran entonces las corridas de toros
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