FERNANDO
FERNÁNDEZ ROMÁN
@FFernandezRoman
Lo he leído con atención, lo juro. He repasado los
textos de esa entelequia que el gobierno de España llama “desescalada”, esto es
–creo— el rebobinado de la situación en que se encuentra la población española,
y ha puesto en marcha un plan para recobrar una “nueva normalidad” de forma
gradual, asimétrica y coordinada.
He de reconocer la habilidad de quienes ocupan las
más alta jerarquía del Poder para tejer descalzaperros, usando el lenguaje de
una neopolítica también asimétrica, que no es sino disonancia con lo racional,
sencillo o bello. Utilizan mal la semántica y la sintaxis, pero se les puede
perdonar, porque la ignorancia impele al atropello de la coherencia.
Busco con fruición las normas que afectan a los
espectáculos taurinos, entre la retahíla de condicionantes y condicionales (“si todo se desarrolla con
normalidad”) que implican a distintos estadios de Comunidades y ciudades
Autónomas, hasta que, muy al final de la Tercera Fase (avanzada), un epígrafe
llama poderosamente mi atención: Excepción taurina. ¡Cáspita!, que diría un
personaje de los tebeos de nuestra infancia, dibujado por Escobar, este
gobierno nos considera una excepción, o lo que es lo mismo, somos
excepcionales. ¡Albricias, ya era hora!
Fue un efímero
momento de gozo, porque el pozo de la desolación se abrió a mis pies
nada más leer el contenido de esa excepcionalidad. Copio y pego: Plazas,
recintos e instalaciones taurinas con una limitación de aforo que garantice una
persona por cada 9 metros cuadrados. Es
decir, que en los tendidos y gradas se habrá de hacer una sembradura de gentes
encerradas en un habitáculo de tres por tres –metros, naturalmente–. ¡Nueve
metros cuadrados! No me lo puedo creer.
La cifra invita al chiste fácil con la película de
Spielberg “Encuentros en la Tercera Fase”, porque parece que el ocurrente
legislador ha pensado que los taurinos somos alienígenas, seres de otra
galaxia. ¡Ay, Cañabate de mi alma! ¡A qué ha quedado reducido el Planeta de los
Toros que parió tu proverbial ingenio!: A nueve metros cuadrados.
Naturalmente, algunos empresarios, como los de las
Ventas, han echado cuentas, midiendo la superficie de los tendidos y llegan a
la conclusión de que la monumental ofrecería la imagen de un “lleno” de No Hay
Billetes con un pinteado de cabezas alejadas entre sí lo que viene a ser un
dormitorio de los que se proyectaban en las viviendas de protección oficial de
la última etapa franquista. En total, unas dos mil personas, que viene a ser un
pírrico porcentaje del aforo. Esta prueba del 9 nada tiene que ver con la que
nos enseñara don Norberto para verificar las multiplicaciones, es una operación
que, trasladada a la “desescalada” taurina, obtiene por resultado un descalabro
inapelable.
La fórmula parece una ocurrencia –una más—que
desequilibra el fomento de la Tauromaquia, cuestión esta que –no me cansare de
repetir—debería obligar a las Administraciones Publicas a cumplir la Ley que
avala su condición de Bien de Interés Cultural; pero no se acata la Ley y se le
ataca, que tiene las mismas letras, pero su función es radicalmente distinta.
Una nueva forma de atacar a la fiesta de los toros es meter al público en un
receptáculo virtual, cuando al público de otras manifestaciones culturales se
le ofrecen posibilidades más asequibles en porcentajes de aforo y
distanciamientos. Está visto que la Tauromaquia es una excepción.
Metiéndonos en números, nueve metros cuadrados se
pueden lograr utilizando varias fórmulas, la citada del tres por tres, o el
cuatro cincuenta por dos, el uno por nueve… o, en fin, cualquier otra operación
de aritmética elemental, pero siempre será una mamarrachada.
El cuadro es el siguiente: los tendidos de una
plaza de toros con gentes espolvoreadas por allí, embozaladas con mascarillas y
con las manos enguatadas. ¿Cómo gritarán ole o censurarán los pasajes de la
lidia? ¿Cómo sonarán los aplausos opacos de unas manos constreñidas por el
látex? ¿A quién se le ha ocurrido
semejante mamonada?
Nadie en su sano juicio quiere pervertir la salud
de las personas, por eso las medidas absurdas, que tratan de paliar efectos
perniciosos cuando no hacen más que aventar desaires, no son de recibo. Es
preferible aguantar un tiempo razonable, hasta que echemos al corral a maldito
virus, que convertir a la fiesta de los toros un espectáculo humillante.
Escribo estas cosas a sabiendas que en Moncloa el
asunto de la Tauromaquia les trae al pairo. Hacen que prestan una atención
“excepcional” al sector taurino y nos sirven unas soluciones grotescas, que
parecen fruto de las prisas por aparentar que se hace algo en su favor, sin
pensar en el ridículo, aunque tengo la sensación de que el ridículo es
consecuencia habitual de los mantazos que dan al toro de la gestión política y
científica una cuadrilla de novilleros que han tomado precipitadamente la
alternativa..
Sigo escribiendo y me vienen a la memoria aquellos
partidos de fútbol que jugábamos de niños en las eras del pueblo, donde los
penaltis –¡mano, mano!, ¡ha sido mano!– se señalaban saltándose el
regañadientes del supuesto infractor. Entonces, la distancia de seguridad se
tomaba a zancadas, hasta alcanzar los hipotéticos metros reglamentarios (nueve
y pico) contando once pasos de pierna infantil.
Tengo la impresión de que el presidente Pedro
Sánchez ha decidido pitarle un penalti a la Tauromaquia y le ha tomado la
distancia a pasos, ahorrándose el pico: nueve. Y ahí le tenemos, dispuesto a
patear la bola –sinónimo de trola—sin pestañear. Pero fallará. Seguro.
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