Se
cumplen veinte años de la tarde en la que el Faraón de Camas se despidió de
esta fecha maestrante
ROSARIO
PÉREZ
@CharoABCToros
Diario ABC
de Madrid
«Así debía de ser Antonio Fuentes», dijo un viejo
aficionado tras ver torear a Curro Romero el 25 de mayo de 1957 en la
Maestranza. Aquel día salió lanzado como novillero, en una tarde en la que
sustituía a Mondeño con reses de Benítez Cubero. «Vidrioso» y «Radiador», al
que cortó dos orejas, le tocaron en suerte.
Ahí se iniciaría ya un romance con su Sevilla.
Porque no hay torero más de Sevilla que el Faraón. Hasta Cañabate acabó
entregado al camero por su inolvidable faena al toro de Peralta un mes después
de su confirmación en Madrid. Como cantó el poeta, Curro no necesitaba críticos
taurinos, necesitaba críticos de arte. Para analizar su torería. De verde y
oro, como tantas tardes.
Y de ese color, en tono pistacho, vistió en su
último paseíllo un Domingo de Resurrección, el 23 de abril de 2000. Cincuenta y
tres pasos y medio, esos cincuenta y tres pasos y medio sin los que «no podía
vivir» un aficionado de Sanlúcar que se fue a la casa de Antonio Torres para
preguntar si eran ciertos los rumores de la retirada de Curro. «Tengo mi abono
en la Maestranza. Cuando torea Curro, allá voy a verlo. Empieza el paseíllo. Y
empiezo a contar los pasos que va dando: cincuenta y tres pasos y medio.
Termina el paseíllo y me voy para mi casa. Con eso me conformo. Pero yo no
podría vivir sin esos cincuenta y tres pasos y medio...», se recoge en la web
de anécdotas de Romero. Los 53 pasos y medios que contaba siempre también
Fernando Carrasco.
Pues aquel 23 de abril de hace ahora veinte años,
menos el paseíllo, casi todo fue gris. Apenas se rescatan unas verónicas con
una corrida de Pereda muy justa de casta. Palmas y pitos fue el balance de
Curro, aunque su toreo nunca se ha contado por estadísticas, sino por
emociones. A su vera, Enrique Ponce y Morante de la Puebla, que dio la única
vuelta al ruedo. El genio de La Puebla del Río abría el cartel del domingo
taurino que ya no será, con Alejandro Talavante y Roca Rey en la polémica
corrida de Garcigrande. Pero este domingo no habrá gloria posible en los ruedos
con la cancelación de las ferias por el Covid-19.
Dos décadas han pasado de aquella última tarde de
Curro en Resurrección. En total, suma 23 paseíllos en tan señera fecha. Desde
1981 hasta el inicio del siglo XXI solo faltó un año, el del otro Curro de la
Exposición Universal del 92. Mucho antes había protagonizado tardes históricas,
como la de Benítez Cubero en 1965; las de seis toros de 1966 y 1967. O sus
grandes faenas en 1971, 1977, 1980 y 1984.
Espíritu de Sevilla
Porque Sevilla es Curro. Y Curro es Sevilla.
«Capotes y muletas pequeños. El espíritu de su Sevilla en toda su concepción de
torear, pero sin alharacas, siempre por lo clásico y rotundo: la suerte cargada,
la figura mayestática como compañera de todo su quehacer. La naturalidad, la
armonía, el gusto, la torería... Y el desplante retrechero y flamenco: ¡así ha
sido Curro!», escribiría en 2009 José Luis Suárez-Guanes, devoto del currismo.
Y añadía más: «Si su derecha ha sido imperial, cuando sacaba la izquierda de
lujo surgían los naturales perfectos, como aquella tarde de San Sebastián o
aquellos al garzón "Cava Rosa" bajo la lluvia, o el de su penúltima
feria abrileña. Se ganó dos orejas sevillanas con ese natural, el más largo y
lento de la historia contemporánea».
Alberto García Reyes lo definió con esta profunda
belleza en el Lope de Vega: «Curro Romero ha toreado para demostrar que aunque
el hombre es minúsculo ante la infinidad del universo, puede asomarse al
precipicio, al vacío, conocer lo inaccesible, y salir triunfante de ese reto en
el que uno no es más que una derrota».
En la memoria, siempre el tarro de la torería que
destapó Antonio Burgos en un libro magistral. Ese aroma a Romero que sigue.
Porque Curro es esencia del toreo y esencia de Sevilla. Y si Sevilla fue (y es)
suya, Madrid también. El hechizo currista. Por los siglos de los siglos.
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