El pasado
miércoles, 8 de abril de 1962, en pleno centenario de Gallito, se cumple el
aniversario de la muerte del Pasmo de Triana: el gran revolucionario de la
tauromaquia puso fin a su vida en la finca de 'Gómez Cardeña'
ZABALA DE
LA SERNA
@zabaladelaserna
Diario EL
MUNDO de Madrid
Las golondrinas asustadas levantaron el vuelo. El
trueno de la detonación atravesó el aire, y Sevilla se vistió de luto. El 8 de
abril de 1962 caía abatido por su propia mano Juan Belmonte en la soledad de su
finca Gómez Cardeña. El capítulo que nunca escribió Chaves Nogales. La leyenda
superaba a la novela que la construyó, Belmonte desbordaba a su personaje
visionario. Juan por fin empataba a Joselito el Gallo 42 años después:
"José me ganó la partida en Talavera".
La reveladora (auto) biografía de Chaves
adelantaba ¡en 1935! las tempranas tendencias autodestructivas del Pasmo de
Triana: "En 1915 estuve un poco chiflado. Llegué a estar tan sugestionado
por las lucubraciones literarias, que terminé pensando en suicidarme. (...)
Tenía en la mesilla de noche una pistola, y muchas veces la cogía, jugueteaba
con ella y la acariciaba, dando por hecho que de un momento a otro iba a
disparármela en la sien".
En el 62, Juan Belmonte se enfrenta a un toro que
no quiere lidiar. Lo cuenta Santi Ortiz, que ha escrito lo más puro del
trianero: "Un horizonte de medicamentos, controles, revisiones,
hospitales, cuidados, prohibiciones y renuncia de vida (...) le priva del
placer de torear, de montar a caballo, de hacer el amor en condiciones..."
Es la desnuda fotografía de Gyenés de la decrepitud frente al retrato de
juventud de Juan, es la frase tremenda de Salcedo Ramos: "La mala noticia
es que el placer también nos despedaza". Enriqueta Pérez Lora, su amante
furtiva y otoñal, vestiría por última vez en Gómez Cardeña al genio desmedido
que alumbró el toreo moderno.
Gregorio Corrochano bautizó como la Edad de Oro la
época de José y Juan, a cuyo paso pregonaba El Guerra que lo viesen pronto,
antes de que lo matase un toro. Ya ves. Un día antes de la tragedia de Talavera
de 1920 compartieron cartel en Madrid por última vez, seis años después del
primer paseíllo, un 2 de mayo de 1914 a la luz de Málaga.
El Pasmo de Triana y la Guerra del 14 suponen la
ruptura drástica con el pretérito, 'dos abismos', dice Ortiz. La revolución
belmontina dividió la España taurófila -"ni me quito yo, ni me quita el
toro"-, atrajo a los intelectuales más porosos al toreo de una generación
reacia como la del 98. Aquellos que encabezaron un homenaje en la capital de
España en 1913, con Ramón Pérez de Ayala al frente de la organización y el
discurso: "Ya que Juan Belmonte se encuentra entre nosotros, hemos juzgado
necesario obsequiarle con una comida fraternal en los jardines del Retiro.
Fraternal porque las artes todas son hermanas mellizas, de tal manera que
capotes, garapullos, muletas y estoques, cuando los sustentan manos como las de
Juan Belmonte y dan forma sensible y depurada a un corazón heroico como el
suyo, no son instrumentos de más baja jerarquía estética que plumas, cinceles y
buriles. Antes los aventajan, porque el género de belleza que crean es sublime
por momentáneo, y si bien el artista de cualquier condición que sea se supone
que otorga por entero su vida en la propia obra, sólo el torero hace plena
abdicación y holocausto de ella".
Los terrenos divididos entre los del toro y el
torero los transgrede Belmonte. Caen las fronteras y la supresión del
movimiento (de piernas) da paso al juego de brazos, que aún vuelan altas las
telas, siempre por delante de la cara de la bestia. Nace el temple, la
arquitectura del temple, el terremoto del temple: "Puedo decir, sin
jactancia, que toreé despacio y limpio a toros fuertes y rápidos. Cuando el
acierto y la inspiración fueron mis acompañantes, el lento andar del engaño que
mis manos movían regulaba la velocidad del toro".
Después de Juan todo el mundo quiere torear como
Juan. La deificación del concepto belmontista acarrea cifras dramáticas entre
los apóstoles que pretenden seguir su camino con aquel toro de indómito
carácter: entre 1920 y 1936 mueren 40 novilleros en los ruedos. Los
supervivientes desarrollan, en una fabulosa Edad de Plata, los preceptos
dictados en la de Oro y ahondan en la ruptura con el toreo del XIX: "El
cataclismo de su tauromaquia derrumba y pulveriza el edificio del toreo
decimonónico (....) Belmonte y la Guerra del 14 marcan una infranqueable línea
divisoria (...) Belmonte, para la Tauromaquia, y la Guerra, para la Historia,
constituyen dos abismos que desconectan lo que acontece antes y después (...)
suponen la ruptura drástica con todo lo pretérito" (Juan Belmonte, a un
siglo de su alternativa. Santi Ortiz. Ed. Bellaterra).
Y la ruptura incluye a Joselito el Gallo, una
(r)evolución complementaria'. Realmente la revolución -aunque a José ya le
obsesiona la selección y el pulido de la bravura- es de uno: como toreaba el
Pasmo no había toreado nadie. Comulgo con el artículo de Ortiz de reciente
publicación en estas páginas digitales: "No vistan a José con las ropas de
Juan", ha dicho con valentía en mitad del centenario de Gallito.
Las facultades gallistas nada tenían que ver con
las belmontistas. Cuando Joselito superó las cien corridas -su listón se fijó
en 105- se festejó en Sevilla como la hazaña que significaba. Una marca que, se
pensaba, ni el propio Gallito repetiría (lo haría por tres veces). "De
Belmonte ni sospecharlo; se hubieran reído de quien apuntara la sospecha",
escribe Corrochano. "¡Cómo iba a poder con tantas corridas un torero que
no sabía saltar la barrera! Pero Belmonte, que es un humorista, dio la clave de
su posición en el toreo contestando a una interrogación impertinente: '¿Cómo
puede usted torear, si no puede correr?' Y replicó: 'Yo creí que el que tenía
que correr era el toro'". En 1919, rompería el techo gallista con 109
paseíllos.
Hasta la publicación del libro de Ortiz esta
temporada, la obra de Chaves Nogales ha sido la mayor referencia del genio
adelantado a los tiempos: "Pongamos a lidiar toros viejos, resabiados,
broncos, ilidiables. La fiesta quizá vuelva a encender así los antiguos
apasionamientos; pero entonces ¡adiós a la torería actual!, ¡adiós la filigrana
y la maravilla del toreo! (...) Yo no sé si el aficionado se divertiría hoy
viendo torear como toreaba Pepe-Hillo". Mas la contradicción premonitoria
también habitaba en el Pasmo: "El toro no tiene hoy ningún interés. Es una
pobre bestia vencida. A este dominio se ha ido llegando por sucesivas etapas.
Yo fui, acaso, una de ellas".
Y las golondrinas alzaron el vuelo asustadas por
la detonación aquel 8 de abril de 1962.
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