El
autor contesta al artículo de Andrés de Miguel y dice celebrar como el primero
la conmemoración del centenario Gallista, pero no el revisionismo "esa
corriente que proclama a José revolucionario del toreo y a Belmonte, producto
de la literatura".
SANTI ORTIZ
Escritor
Diario EL
MUNDO de Madrid
El problema de la comunicación, los lazos que se
establecen entre emisor y receptor a través del mensaje, no deja de depararme
sorpresas. Confieso que, tras haber leído el artículo mediante el cual el
presidente de la "Peña Los de José y Juan" da respuesta al publicado
por mí en estas páginas bajo el título Hablar de Belmonte en el año de
Joselito, he repasado varias veces el mío y no alcanzo a comprender la
distorsión que éste ha podido causar en la mente del señor De Miguel. Es
posible que sólo sea un simple caso de deficiente comprensión lectora; ese
problema que tanto atribula a los profesores de Lengua en los institutos de
Secundaria; pero, sea ésta u otra la causa, no tengo más remedio que emplazar a
don Andrés para que señale de qué párrafo, frase o palabra de mi escrito saca
él eso de que "tanta conmemoración empequeñece la figura y la aportación
de Juan Belmonte".
Eso ni lo he escrito ni lo pienso; primero, porque
estoy a favor de tales agasajos como se desprende de lo que expreso en el
primer párrafo de mi texto: "son numerosísimos los proyectos de actos que
se barajan para celebrar tal efeméride y hemos de congratularnos que el paso
del tiempo no empalidezca la memoria de uno de los toreros más grandes de todas
las épocas". Y segundo, porque difícilmente tales conmemoraciones podrían
empañar en lo más mínimo el lugar y prestigio que Juan Belmonte alcanzó en el
toreo.
La intencionalidad de mi artículo no iba dirigida
a criticar o censurar tales conmemoraciones, sino contra esa corriente
revisionista de la historia taurina, que pretende adornar a José con prendas
que nunca tuvo y que no necesitó para ocupar el puesto señero que tiene en la
Tauromaquia; verbigracia: proclamarlo el revolucionario del toreo moderno.
¿De dónde sacan los que así se pronuncian esta
majadería? Desde luego, de Don Pío, de Uno al Sesgo, de José María Cossío, de
Clarito, de Corrochano, De Federico M. Alcázar, de El Barquero, de Manuel
Barbadillo, de Edmundo Gómez Acebal, de Ramón Pérez de Ayala, de F. Bleu y
tantos otros escritores y periodistas, testigos presenciales de lo que
constituyó la Edad de Oro del toreo, rotundamente NO. No habrían osado defender
esta estulticia ni en sus crónicas ni en sus doloridos escritos laudatorios a
raíz de la muerte de José. De hecho, ninguno lo hizo. No, el revisionismo al
que nos referimos tuvo que trasladarse a otra época, para beber de las fuentes
del escritor y comentarista taurino Pepe Alameda, quien, por cierto tan sólo
contaba 8 años de edad cuando murió Gallito; es decir: que prácticamente no
alcanzó a verlo (sólo lo hizo una sola vez, en 1919, en Marchena).
Sin embargo, pasados los años
"descubrió" en una serie de secuencias de la encerrona de Joselito en
Madrid con los toros de Martínez, lo que para él constituye el "eslabón
perdido" que le permite señalar a Gallito como el instaurador del toreo en
redondo; dicho de otra forma: como el artífice del toreo moderno. La secuencia
fotográfica -que puede verse en su excelente libro El hilo del toreo- nos
muestra a un toro que quiere escupirse de la suerte, al que sujeta José
dejándole la muleta en la cara y girando sobre piernas de corvas flexionadas;
esto es: como se toreaba antes de Belmonte, logrando que el toro girara en
torno suyo y no se fuera.
El indiscutible logro técnico, lidiador, no me
parece de la suficiente enjundia como para sustentar ahí el nombramiento de
"artífice del toreo moderno". En primer lugar, porque ya antes no
sólo lo había hecho Guerrita, al punto de darle cabida en su Tauromaquia como
recurso técnico, sino también Belmonte, el 16 de noviembre y 7 de diciembre de
1913 -meses antes de la secuencia de Gallito-, en la plaza de El Toreo, de
México, cuando alborota el cotarro ligando cuatro naturales seguidos. Y en
segundo, porque, a mi modesto saber y entender, hay que remontarse a la faena
de Chicuelo, al toro Corchaíto, de Graciliano, el 24 de mayo de 1928, en
Madrid, para poner el hito, el origen de coordenadas, que señala el toreo en
redondo como emblema del toreo moderno, pues es, a partir de entonces, cuando
comienzan a demandarlo los públicos y empiezan a emularlo los toreros.
Es curioso cómo el hallazgo de ese "eslabón
perdido" origina toda la metamorfosis conceptual que separa al Alameda de
Los arquitectos del toreo moderno (1961) del de El hilo del toreo, de más de
veinte años después. Porque en la primera de las citadas obras defiende lo que
yo, y no tiene dificultad alguna en admitir que "es Chicuelo y nadie más
que Chicuelo el creador de la faena moderna. Y no deja de serlo por el hecho de
que él mismo la realizara con poca frecuencia. Lo decisivo es que fue el
primero en realizarla con la relativa frecuencia necesaria para dejarla
establecida, instaurada." Tampoco tiene reparos en señalar que es Juan
Belmonte quien le confiere al toreo moderno los perfiles que le dan evidencia.
Y añade: "Belmonte ha sido una cumbre y nadie toreó con más arte, en
cuanto al ritmo, la medida, el temple y el hondo sentido musical, que tales son
los valores específicos del toreo, "arte en el tiempo"."
Mucho tuvieron que cambiar las cosas para que, con
el paso del tiempo -él, que tantas páginas insignes dejó escritas para la
Fiesta- incurriera en la bajeza de escribir lo que a continuación no puedo
dejar de consignar:
"Sabido es que a Belmonte, en sus primeros
días, le tomaron por loco, pero en pensarlo estaba la verdadera locura, ya que
Belmonte, cuerdo y, más que cuerdo, socarrón y hasta ladino, era el que de
verdad había comprendido la situación y actuaba en perfecta congruencia con el
toro que entonces existía, que permitía que, aun sin saber lidiar, se pudiera
vivir con sólo una media verónica o diez pases de muleta, de vez en cuando. Y
como él era listo, estimuló su propia truculencia, su melodramatismo, y
estimuló sobre todo a la gente de la pluma, comprendiendo que su imagen estaba,
mitad en la arena, mitad en la letra impresa. En cambio, Gallito, al que
algunos quisieron después presentar como un "ingeniero del toreo",
reveló su absoluta condición de poema puro con una muerte de verdad (el
subrayado es mío), no con fingidos amagos de muerte."
La vileza y cobardía que encierra esta última
frase exime de dar más explicaciones, pero no me resisto a ello. El hecho de
que a Joselito lo matara un toro (accidente) y no a Belmonte (otro accidente),
pese a que los toros lo cogieran mucho más que a José, le sirve a Alameda para
cantar la autenticidad de uno y la falsedad -fingidos amagos de muerte- del otro.
Al que, por supuesto, hace depender al menos la mitad de su fama de las plumas
amigas. Ese es otro de los caballos de batalla del revisionismo militante, que
trata a Belmonte como si fuera producto de la literatura y no al revés.
Cansados estamos de escuchar la influencia del libro de Chaves Nogales para
elevar a Belmonte al mito en que se convirtió, sin que nadie señale que la obra
fue escrita en 1935; esto es: el año en que Belmonte cuelga los trastos
definitivamente, después de haber escrito a sangre, arte y fuego, por más de
tres lustros su historia de alamares. Si la percha literaria del pobre Gallito
no tenía la envergadura de la de Belmonte, ni José ni Juan tenían la culpa.
Cada uno tenía su personalidad y su misterio y, a través de ellos, inspiraban
en distinto grado a escritores, intelectuales y periodistas.
Todas estas cosas no las van a reconocer nunca los
prosélitos del revisionismo tardogallista. En cualquier caso, espero y deseo
que la figura de Joselito siga manteniendo su prestigio por lo que en realidad
fue y no por lo que pretenden sus hagiógrafos de nuevo cuño. A éstos y no a mí
debería aplicar don Andrés de Miguel lo de personajes discordantes no por decir
no con el dedito en el tendido, sino por su burda forma de pretender tergiversar
la historia.
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