La tarde pivotaba entre dos pruebas: la primera, comprobar
el estado de forma y fondo del diestro de Ubrique con vistas a afrontar
empresas mayores. La otra pasaba por calibrar su definitivo tirón en la
taquilla para aquilatar la mecha de sus aspiraciones económicas. Y la plaza de
Morón, un coso levantado por Manuel Morilla en la cúspide de la burbuja del
ladrillo, rozó las tres cuartas partes de su aforo.
Jesulín había promovido este festejo con la mente puesta en
una hipotética reaparición formal en 2020, año en el que cumplirá su trigésimo
aniversario de alternativa. Pero la palabra definitiva la iba a tener el toro.
El primero de la tarde, que blandeó de salida, le sirvió para esbozar los
primeros lances.
Jesulín brindó a El Mangui, el gran banderillero sanluqueño,
antes de templar al toro en unos muletazos cambiados que dieron paso a una
primera serie, muy bien construida, en la que tuvo que administrar la gasolina
del animal. El trasteo subió de tono y la gente entró en la faena mientras
Jesulín, definitivamente relajado, andaba fácil y animoso hasta rematar su
labor de una estocada fulminante. Cayeron dos orejas.
La lidia del cuarto se vivió entre trompicones. Puso en
dificultades al picador, esperó a los banderilleros y volvió a poner en serios aprietos
al subalterno José Antonio Muñoz mientras el de Ubrique escogía los terrenos de
sol, metido entre las rayas, para darle fiesta a su forma mientras una
espontánea se arrancaba por fandangos. El acero, eso sí, enfrió los
entusiasmos.
Cayetano, por su parte, sorteó un primer ejemplar de buen
tipo y carita justa, que acusó en su lidia un fuerte volantín. El menor de los
Rivera Ordóñez brindó a Jesulín. Fue un largo parlamento que precedió una faena
de tono frío que no llegó a tomar el pulso a la enclasada embestida del
ejemplar de El Torero. Los pases se amontonaron sin que llegará el acople
aunque el público, bondadoso, pidió y obtuvo la oreja que paseó.
Con el quinto, un toro que puso en serios apuros al tercero
de la cuadrilla, Cayetano se mostró más animoso. Comenzó por bajo y se descaró
antes de ponerse a torear en redondo con garra y entrega, aunque sin llegar a
coger el aire a la importante y brava embestida del animal. Hubo mejores
intenciones que resultados aunque a su labor, de acople intermitente, le
sobraron muchos dientes de sierra.
La inclusión de Pablo Aguado en sustitución de Enrique Ponce
había caído muy bien entre el aficionado, más allá del público que acudía a
Morón al calor del antiguo ídolo de masas. El joven diestro sevillano ya cambió
la decoración con tres o cuatro lances plenos de sabor. Aguado también
cumplimentó a Jesulín antes de irse a la cara del toro para hilvanar una faena
que tuvo en contra la pésima condición de su enemigo.
No importó. Supo esperarlo y consentirlo para, con mucha
firmeza, extraerle una valiosa tanda de naturales. El toro llegó a avisarle dos
veces por el otro lado, librándose por poco del percance. Había que entrar a
matar pero la espada, desgraciadamente, se atascó.
Tuvo que esperar al sexto para volver a enseñar su calidad
capotera y romperse de verdad en una faena que arrancó los oles más auténticos
desde su obertura, domeñando el carbón de una embestida que se acabó acoplando
a la perfección a la calidad del diestro sevillano.
Aguado lo bordó por naturales y supo elevar el tono de su
labor después de un inoportuno desarme gracias a su excepcional y natural
sentido del toreo. La gente había ido a ver a Jesulín y acabó hablando de Pablo
Aguado, que siguió toreando, pleno de temple y personalidad mientras se
barruntaba el indulto que el presidente, después de las primeras dudas, acabó
concediendo en medio de un clamor.
FICHA DEL FESTEJO
Se lidiaron seis toros de El
Torero, desigualmente presentados. El primero resultó tan noble cómo flojo;
tuvo clase el segundo; muchas dificultades el tercero; ninguna calidad el
cuarto; resultó bravo el quinto, que recibió la vuelta al ruedo póstuma e
importante, por bravura, repetición y durabilidad el sexto, de nombre «Toledano»,
que fue indultado.
Jesulín de Ubrique: dos orejas y ovación tras aviso.
Cayetano: oreja y dos orejas
Pablo Aguado, que sustituía a Enrique Ponce: ovación y
dos orejas y rabo simbólicos.
La plaza registró casi tres cuartos de entrada en tarde muy ventosa. / EFE
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