miércoles, 13 de marzo de 2019

FERIA DE FALLAS – SEGUNDA CORRIDA: Pablo Aguado, la sal y la luz de la tierra

El torero sevillano marca la diferencia del buen gusto y corta la única oreja de una noble corrida de Alcurrucén.
 
ZABALA DE LA SERNA
@rubenvillafraz
Diario EL MUNDO de Valencia

La presentación de la revista "Quites" supuso la puerta grande inaugural de esta feria Fallas. Salva Ferrer como maestro de ceremonias de un cartel de lujo: el maestro Esplá -autor de la portada-, el poeta Carlos Marzal, Verónica de Haro y Toni Gaspar -auspiciador de la resurrección como presidente de la Diputación de Valencia- fueron la palabra y el mascarón de proa. Detrás hay mucho: 26 años de silencio y piezas de Brines, Wolff, Calamaro, Antonio Lucas. "Demasiadas veces se ve del toreo lo exterior, lo que no importa, lo que tiene razón de ser en un reglamento", escribía profético Lucas. Como adelantándose al sindiós de veterinarios y presidente que meneó sin criterio en los corrales la corrida de Alcurrucén. Y convirtieron en un pastiche desigual el cuadro primigenio de seis cromos. Aún así los alcurrucenes por delante lucían sus bonitas caras, especialmente en su primera mitad. Y por dentro, su nobleza.

«Tabaquero» se antojaba una pintura de piel canela, colorada en realidad. Ya era el tercero de la tarde. Traía la fuerza prendida con alfileres. Y una bondad/clase infinita. Pablo Aguado le susurró el toreo con los vuelos. La suavidad y la colocación. El sitio exacto, los pasos perdidos, el pitón ganado. Un cambio de mano bellísimo halló la dulce veta zurda. Un apunte de sevillanía de Aguado. La sonrisa en su rostro, el pulso en su izquierda. La natural plomada, el encaje de una planta la mar de torería. El sentido de la medida para rubricar el buen gusto de todo. Y una estocada en el rincón. Y una oreja para su concepto del Sur. La sal y la luz de la tierra.

A Luis David le habían pedido también el trofeo. Tapó inteligentemente por circulares invertidos las fugas del humillador y rajadito núñez de los Lozano. Y, sobre todo, lo despenó de un recto espadazo al encuentro nacido de la propuesta en la suerte de recibir. El final se impuso al vago recuerdo de todo lo demás y dio la vuelta al ruedo.

También había sido muy noble el toro que abrió la corrida. Sosito quizá. Y templado pero pulcro Álvaro Lorenzo, frío como el público en los albores de la tarde. Se acordaría Lorenzo de esta baza no calentada con un cuarto que subía en cuajo y seriedad: sin maldad se agarró al piso cada vez más. La obra, técnicamente irreprochable, no rompió tampoco el hielo del academicismo. De nuevo encontró más y mejor la fluidez al natural. Volvió a usar el acero con firmeza por arriba.

De los toros nuevos que parchearon la corrida original, era el quinto. Muy largo y con el lomo quebrado. Ofreció mayores virtudes -un ritmo descolgado y sostenido- que las anunciadas por sus hechuras. El material necesario para que Luis David sacase otra vez su firmeza y variedad. Un repertorio amplio que amontona sin huella. Un montón de cosas. Duró el alcurrucén también más de lo previsto. La petición fue menor que la anterior de su lote, tampoco cuajó y el mexicano se enfadó mucho con el palco.

Gordo como una pelota de 620 kilos apareció el último. A pesar de que lo sangraron generosamente en el caballo, el toro se movió con disparo y arrítmica, gruesa y bruta acometida. Pablo Aguado le puso fibra. Y torería. La diferencia, en definitiva. A falta de haber redondeado con la espada.

No hay comentarios:

Publicar un comentario