martes, 13 de septiembre de 2016

OBITUARIO - Alipio Pérez-Tabernero, emblema del campo charro

Miembro de una de las históricas familias dedicadas a la ganadería en Salamanca, probó suerte en los ruedos, pero no llegó nunca a tomar la alternativa. *** Apasionado de la tauromaquia y del toro bravo, llegó a lidiar con tres hierros al mismo tiempo y logró formar su propio encaste.

GONZALO I. BIENVENIDA
@GonIzdoBienve
Diario ELMUNDO de Madrid

Este martes falleció en Salamanca el legendario ganadero Alipio Pérez-Tabernero a los 94 años de edad. Se trató de un personaje muy querido en el mundo del toro que este miércoles le despedirá a las 13:00 h. en la Iglesia de San Pablo de Salamanca.

Salamanca se empapaba en plena feria de llanto y lluvia al conocer la noticia de la pérdida de uno de los ganaderos más emblemáticos del campo charro. Las fiestas se tornaron tristes porque se ha ido un señor del toreo que todo el que le trató le recordará como una persona atenta, cariñosa y apasionada.

Aunque la fama la adquirió como ganadero también probó suerte como torero en sus años de juventud llegando a torear como novillero en muchas ocasiones. No llegó a tomar la alternativa por una lesión en el talón de Aquiles pero no dejó de participar en tentaderos. El campo y el toreo fueron sus pasiones. Sus familiares recuerdan que la última vez que toreó una becerra en Matilla, finca santo y seña del campo charro, tenía 86 años.

Los aficionados recuerdan con nostalgia el trofeo que ganó en 1980 por el toro más bravo de la feria de Salamanca que se llamaba «Dictador» y que lidió con triunfo Pedro Moya, “El Niño de la Capea”.

Un toro clave para la formación de la ganadería de Alipio Pérez-Tabernero Sanchón -su padre- fue «Hornero» que le cedió Graciliano Pérez Tabernero. Años después otro «Hornero» hizo revivir la gloria de los míticos gracilianos en Palencia con un éxito memorable.

En Madrid alcanzó notables triunfos, como en el año 1989 con el toro «Araposo» que lidió Víctor Mendes el día que tomó la alternativa Juan Collado.

Su hierro protagonizó grandísimas tardes de toros a lo largo de todo el siglo XX. Fue un hombre respetado por todo el sector y reconocido por su afición desmedida. Nació en una casa en la que se hablaba de toros las 24 horas del día y supo disfrutar de su pasión transformándola en su forma de vida. Llegó a lidiar con tres hierros al mismo tiempo que adquirió en distintos momentos; primero con el que llevó el nombre de su mujer María Lourdes Martín -al principio con origen Santa Coloma, luego puro Atanasio Fernández-, después el heredado de su padre: Alipio Pérez Tabernero y, por último, Río Grande.

Crió un toro fino, pequeño, estrecho de sienes en el tipo de su origen, tal y como lo hiciera su padre en 1920. Siempre fiel a ese encaste, a esa morfología, a esa viva mirada y a esa nobleza, tan Alipio Pérez-Tabernero. Tanto fue así que llegó a formar su propio encaste.

Fue todo un enamorado del toro en el campo transmitiendo la afición a sus hijos -Alipio y Juan- y a sus nietos. Junto con la ganadería heredó de su padre una férrea fe que le guió en los momentos más complejos y le acompañó en los mejores.

En Salamanca recibía habitualmente la visita de Santiago Martín El Viti con el que le unió una estrecha amistad del mismo modo que lo hiciera con el malogrado torero Julio Robles quien le apodó cariñosamente El Jefe por sus ingentes conocimientos.

El mundo del toro llora la pérdida de un hito en su historia que fue capaz de encontrar el dificultoso equilibrio entre la admiración de la afición y el cariño de los toreros. Este martes su plaza, La Glorieta, guardó un minuto de silencio en su memoria. Un minuto que muchos aficionados vivieron con la mano en el pecho en señal de sentido luto.

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