El mexicano se despide a hombros
del escalafón inferior con el mejor novillo de una desigual novillada de Guadaira
de bajo fondo. *** Pablo Aguado da una vuelta al ruedo fiel a su buen concepto.
ZABALA DE LA SERNA
@zabaladelaserna
Diario ELMUNDO de
Madrid
La tormenta anunciada descargó una tromba de agua a mala
leche una hora exacta antes de que los clarines replicasen a los truenos. Los
parches de serrín empaparon los charcos del ruedo, que quedó como una alfombra,
bicolor por el perímetro de la barrera.
Pablo Aguado arrastró su capote camino de la puerta de
toriles como si quisiera alisar más la arena. Libró la larga cambiada de
rodillas con resolución. La determinación fue el eje con un novillo serio,
montado, incapaz de humillar y no sin cierta guasa. La firmeza de plantas de
Aguado se mantuvo con las embestidas siempre por encima del palillo y frenadas
de manos. Peor aún por el izquierdo. Y el sevillano apostado como si fuera
bueno. Emprendió el viaje del volapié con rectitud de vela; el derrote le
levantó los pies del suelo con los pitones por las ingles. Escapó de chiripa
para ver morir al enemigo y oír una ovación a los méritos contraídos.
Se despedía de novillero Luis David Adame, en el umbral de
la alternativa en Nimes. Mejores hechuras en el colorado pupilo de Guadaira -un
pitón derecho imponente- pero también genio de fondo. Un tornillazo constante
en el final de los viajes, sin fijeza en los embroques, descompuesto demasiadas
veces. Adame dejó su carta de presentación en un quite variado y, sobre todo,
valiente. Brindó al público, reposó la montera en las zapatillas y sin
enmendarse le sopló tres pases cambiados por la espalda de ¡ay! Permanentemente
intercambió las manos el joven mexicano desde la firmeza. Daba igual: el mal
estilo era el mismo. Cuando concluyó de un espadazo, causó sorpresa la oreja
solicitada y concedida. Ni el propio Adame se la esperaba. O esa impresión dio.
Debutaba en Albacete, como sus compañeros a la postre pero
más nuevecito, Alfonso Cadaval, el hijo de César, el 50 por ciento de Los
Morancos. Si el novillo de su presentación se descaderó nada más pisar el
ruedo, el sobrero saltó a la arena con el baile de San Vito. Bonito por delante
pero descoordinado. Bailaba el twist con los cuartos traseros. No se devolvió y
Cadaval trató de acoplarse con los movimientos epilépticos no exentos de
nobleza. Ese punto lo alcanzó en un bonito prólogo desvirtuado por una caída y
en una última tanda de derechazos más acompasados. Por si faltaba algo, pasado
el tiempo de la copiosa merienda manchega, una lluvia afilada caía del cielo
entoldado.
Una cara tocada arriba de pitones presidía las hechuras
altonas del cuarto; descolgó afortunadamente un palmo tras el puyazo. En su
favor morfológico contaba el de Guadaira con generoso cuello. Hasta ahí la
generosidad. Porque la bondadosa embestida se hacía tacaña de recorrido.
Aguado le imprime gusto a todo lo que ejecuta. Ya sea un
quite por chicuelinas de garbosa media o un principio de faena floreado de
ayudados y trincherillas. El brindis a Dámaso González no pudo acompañarse de
la ligazón del maestro. Y sin embargo allí se sintió un torero fiel a un
concepto de clásica verticalidad. Inteligente al perder pasos y retrasar la
muleta para aprovechar el escaso viaje, que remoloneaba por las zapatillas.
Como mató al segundo envite, la presidencia aplicó otra vara de medir y debió
de contar ahora más paraguas que pañuelos. O todos o ninguno. PA paseó el
anillo mordiéndose la rabia.
Adame dijo adiós a su etapa de novillero con un toro.
Paradojas de la vida. Pero había armonía en sus rematadas hechuras. Y esa
armonía al final suele contar. Luis David desperezó la faena por estatuarios.
Una espaldina intercalada, el pase de pecho y la plaza metida ya en la muleta.
Como el buen novillo entregado al temple. Largo el trazo del derechazo en las
series ligadas, asentadas con verdadero peso. Del mismo palo los naturales
poderosos para tirar de lo que al redondo utrero de Guadaira le empezaba a
faltar, cuando ya se aburría. El hidrocálido lo empapó entonces de muleta y no
lo soltó. Ni en aquel circular invertido ni en los redondos enroscados. No
falló el tipo que más fulgurante y espectacular temporada ha cuajado en el
escalafón inferior. Se adornó por arlesinas -la variante sin ayuda de las
bernadinas, según Arnás- y tapó las bocas de quienes dudábamos del trofeo
anterior con un soberano espadazo en la suerte de recibir. Otro que acalló
plumas fue el presidente con la acertada decisión de conceder las dos orejas.
Puerta grande, más que despedida, de bienvenida a mayores gestas.
El frío calaba ya los huesos y Alfonso Cadaval se encontró
con un bonito sexto manejable alma sin la capidad de humillar. Cadaval se puso
aquí y allá. Como dándole vueltas a la perdiz para ver si rompía por algún
lado. La perdiz no rompió y a Alfonso le queda, lógicamente, mucho trecho por
madurar.
GUADAIRA | Pablo Aguado, Luis David Adame y Alfonso Cadaval
Novillos de Guadaira,
incluido el sobrero (3º bis); desiguales de presentación; destacó el buen 5º
aún sin final sobre un conjunto muy bajo de casta; complicados 1º y 2º.
Pablo Aguado, de verde botella y oro. Estocada trasera
(saludos). En el cuarto, pinchazo y estocada (petición y vuelta al ruedo).
Luis David Adame, de grana y oro. Estocada atravesada
(oreja). En el quinto, estocada en la suerte de recibir (dos orejas).
Alfonso Cadaval, de celeste y oro. Estocada atravesada que
escupe y descabello (silencio). En el sexto, estocada atravesada y varios
descabellos. Aviso (silencio).
Plaza de toros de Albacete. Martes, 13 de septiembre de 2016. Sexta de
feria. Media entrada.
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