PACO AGUADO
Mientras el toreo anda divagando, sin concretar soluciones,
acerca de otras cuestiones de mayor o menor trascendencia, las novilladas
agonizan a pasos agigantados. La reducción de festejos menores en España ha
sido tan drástica en los últimos años que el futuro del espectáculo, incluso a
medio plazo, se ve seriamente amenazado por la base sin que el sector haya
tomado verdadera conciencia del peligro.
Los llamados "ayuntamientos del cambio" –del
cambio a peor, habría que decir– han comenzado por fin a llevar a cabo este año
las medidas antitaurinas que no les dio tiempo a aplicar tras las elecciones
municipales de mayo del 2015, lo que se ha reflejado directamente en la
eliminación de las ayudas a los festejos taurinos de sus fiestas patronales,
cuando no en su prohibición más o menos velada.
Las novilladas, con o sin caballos, han sido las más
afectadas por estas políticas sectarias, hasta el punto de que, aun a falta de
datos concretos, la reducción que venían sufriendo desde el inicio de la crisis
del ladrillo, con la desaparición de los "ponedores", se ha acelerado palpablemente y llega ya
hasta a niveles realmente alarmantes.
El hecho más elocuente es que a estas alturas de la
temporada, en la recta final del que siempre fue el mes de los novilleros, son
poco más de una docena –y de ellos sólo la mitad españoles– los aspirantes con
picadores que han llegado hasta las diez actuaciones, una cifra exigua a todas
luces para su necesario rodaje, pero, paradójicamente, de auténtico privilegio
dada la gravedad de la situación.
Ante este desolador panorama, los novilleros se ven
obligados a acelerar y concentrar su aprendizaje no ya en los escasos
tentaderos que les dejan los matadores y la creciente moda de los aficionados
prácticos, sino en las cada vez más escasas y desesperadas oportunidades que se
les brindan.
Casi todas ellas les vienen dadas en las ferias y certámenes
específicos que heroicamente aún se mantienen como referencia única en este mes
de septiembre. Ya saben: Arganda, Arnedo, Algemesí, Calasparra, Villaseca…
Pero, como problema añadido, sucede que en la mayoría de estos ciclos los
noveles deben enfrentarse, en una costumbre que también se ha generalizado en
el "oasis" francés, a utreros de desmedido trapío y seriedad que
hacen de la forja del oficio una aventura todavía más cruda de lo que era
habitual.
Si siempre es de agradecer el esfuerzo que estos
ayuntamientos y comisiones de fiestas hacen anualmente para mantener ese exiguo
escaparate novilleril, sería también de desear
que el volumen de las novilladas elegidas para la ocasión se adecuara a
la lógica y a la experiencia de los chavales, más que nada para no llegar a
hacer de la siempre exigente selección natural del escalafón menor una
auténtica masacre de vocaciones.
No se trata tanto de suavizar las condiciones en las que
actúan los novilleros –ya de por sí exigentes y sin apenas recompensa económica
incluso en las plazas que presumen de formalidad en las contrataciones– sino de
darle a esos certámenes su sentido real y originario. Y ese no es otro que el
de promocionar la cantera creando un buen caldo de cultivo, y no sólo el de
potenciar encastes preteridos, por mucho que también este aspecto sea plausible
en estos momentos.
La cuestión es que, teniendo en cuenta tan peligrosa deriva,
resulta demencial que esas pocas novilladas que se celebran estén sirviendo
únicamente para alimentar el ego de las minorías toristas que se han adueñado
de la organización de algunos de estos ciclos, al tiempo que se van segando las
incipientes carreras de los noveles o, en el mejor de los casos, se fomenta en
los más despiertos el uso de una técnica de puros recursos defensivos.
Porque lo peor del caso no es que estos aficionados impongan
tanta dureza en el ganado, sino que su contradictorio criterio taurino les
lleva a no reconocer mínimamente los esfuerzos de los noveles que se estrellan
ante semejantes, y en ocasiones pésimos, corridones de toros. Es decir,
exactamente igual que sucede en la propia plaza de Las Ventas, convertida ya
hace tiempo en un sangriento despeñadero de aspirantes en vez ser su necesaria
plataforma de lanzamiento.
Es así como, sumando despropósitos, en este extraño y
desnortado mundillo del toro actual todo parece conjurarse contra el propio
futuro del espectáculo, este rito auténtico al que amenazan el cortoplacismo,
los intereses particulares, el ego y la ceguera de personajes e instituciones
absolutamente ajenos al sentido común.
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