lunes, 1 de agosto de 2016

FERIA DE SAN IGNACIO / AZPEÍTIA, GUIPÚZCOA – TERCERA CORRIDA: Magias de Curro Díaz

Una faena preciosa del torero de Linares a uno de los dos toros buenos de una desigual corrida de Pedraza de Yeltes. *** Joselito Adame se hace querer con una faena de ingenio, temple y recursos al toro de más dulce son de la feria.
Curro Díaz
BARQUERITO

DOS DE LOS SEIS toros de Pedraza de Yeltes tuvieron buen trato. Fueron dos de los tres colorados del envío. Un segundo, Sombreto, más estrecho y alto que los demás,  ligeramente acaballado, en el tipo propio y más fiable de la ganadería; y un sexto, Huracán, de cuerna cubeta –anchas sienes pero abrochadas, como una bandeja- y armónico remate. Los dos lucían blancas palas, blancos pitones. El uno cobró un serio primer puyazo al relance pero se salió suelto a querencia; el otro se arrancó en arreón y apretó muy en serio, aparatosamente.

No hubo toro que no se empleara en el caballo. En ese punto, este sexto fue el de mejor estilo. La gente está en Azpeitia por que los toros tomen dos puyazos y no uno solo, y esa prueba pasaron esos dos toros colorados de pinta idéntica y parecido fondo pero distintas formas. El sexto fue particularmente lustroso. El segundo, algo badanudo. Del segundo puyazo, casi testimonial, salió el sexto embistiendo, pero enterró pitones. Eso fue anuncio de que iba a descolgar y humillar. Señal inequívoca. El segundo hizo fu al caballo cuando lo pusieron de largo para la segunda vara. Los dos toros acusaron querencias definidas. El segundo, a la puerta de arrastre; el sexto, a las tablas opuestas, donde se estuvo, pero sin atrincherarse ni defenderse.

Con el segundo firmó Curro Díaz una preciosa faena de orfebre. En la contraquerencia. En los medios, donde fue todo, salvo una apertura de siete muletazos de tanteo que fueron ejemplo de toreo de compás. Una suerte menor convertida en dibujo caro. Los siete muletazos de lazo, de tablas hasta el platillo, se celebraron con ruido. Del lazo salió el toro entregado. Tres tandas en los medios de encaje impecable, toreo hacia dentro y templado, y bien rematado. El de pecho de broche en cada una de esas tres tandas. La tercera, de traerse enganchado el toro por delante, casi despatarrado Curro, a placer, tocado de la inspiración a pesar de ser faena del repertorio clasicista. El llamado “toreo eterno” en un exceso verbal.

Las improvisaciones y recursos –las trincheras y trincherillas, los recortes, un cambio de mano- fueron salsa de ese cuerpo mayor de toreo de rancio desmayo. Estaba pendiente una tanda con la zurda. Tardó en llegar pero llegó, sin el brillo del toreo en redondo. Pero no sin su propio genio. Para entonces el toro empezó a acusar su querencia original. Y se acabó soltando. Costó cuadrar y pasar en terrenos del toro: un pinchazo, una estocada delantera y ladeada, dos descabellos. La faena más celebrada de la feria solo tuvo por recompensa una vuelta al ruedo bien festejada.

Después de banderillas el sexto se fue a sus tablas de abrigo. Y en tablas vino a ser, para sorpresa general, la faena toda de Joselito Adame, que estuvo llena de invenciones originales sobre la base del repertorio clásico –sensible acento mexicano en los molinetes, dos de ellos de rodillas- y con el marchamo del toreo de técnica precisa: los toques, el trazo del muletazo, la medida de las tandas, la suavidad que el toro pareció agradecer dócilmente.

Las cosas pasaron seguidas y cuando quiso Joselito, que había abierto faena con una suerte muy común en el repertorio mexicano: cuatro banderas, dos por cada mano, y el toro suelto a querencia de la última, y entonces la feliz idea de acompañar la fuga con un molinete, primero de la serie, el pase de las flores y el cambiado por alto.

Es proverbial la facilidad de Adame para llegar al público. Hizo honor a la fama. A la faena le faltó toreó con la zurda, pero Joselito lo vio clarísimo por la otra mano, y por esa fue todo, incluido un último alarde de manoletinas o mondeñinas sin ayuda. El toro colaboró encantado. El toro de más dulce son de toda la feria. Un pinchazo –resbaló la punta de la espada en un garapullo- y una estocada. Satisfechas todas las partes: público, torero y toro.

Por lo demás pintaron más bastos que oros o copas. Despitorrado del cuerno derecho, el primero de corrida, colorado, codicioso y rebrincado, pegó tremendos cabezazos, echó la cara arriba y se puso pegajoso. Rafaelillo arriesgó, pero a costa de esgrimir trallazos. Una excelente estocada. Ninguno de los tres pedrazas negros se dio. Duro de manos, áspero, sin golpe de riñón, el tercero adelantó por las dos manos, por las dos se metió, y no permitió confianzas. Adame le pegó muchas voces. Ni caso.

El quinto, cinqueño, casi 600 kilos, cobró en serio en el caballo, se dolió en banderillas, y antes de pararse y venirse abajo, se puso remolón y celoso. No pudo Curro Díaz repetir fiesta. No hubo ninguno tan pegajoso ni complicado como el cuarto, que punteó engaños, protestó, cabeceó y solo se empleó en medias embestidas y buscando. En una de ellas sorprendió a Rafaelillo, lo empaló por una pantorrilla y le pegó una voltereta y una pequeña paliza, de la que salió indemne y dispuesto a todo. Y el toro que no. Dos pinchazos antes de una gran estocada.

POSTDATA PARA LOS ÍNTIMOS.- El jardín de la Basílica, bordeado por las aguas del Urola en agosto, es uno de los remansos de esta bella Azpeitia. Un haya de porte excepcional es la joya de la corona. No la única, pero es que la sombra de las hayas y el equilibrio de su ramaje no tiene parangón. Como curiosos botánicos, los jesuitas trajeron al jardín de Loyola especies diversas. Entre ella, el roble dentado americano, que aquí es árbol de jardín y no de monte. Y los abetos de Douglas y los cipreses de Lawson, que fueron moda de los parques ingleses pero ya no. Y abedules, y una secuoya que tiene cien años o más y las ramas como colmillos. Y un fresno como los de la vega del río Yeltes. Detrás del santuario un huerto escondido.

Mucha gente en la basílica para la misa mayor del Día de Guipúzcoa. Tocaba el órgano el maestro Franzesena, a quien sus paisanos de Azpeitia -el maestro nació en el casco viejo- llamaron y siguen llamando Schubert. La fonda de los Amenábar en Loyola, la primitiva, ha tenido que ser demolida, Se estaba cayendo a pedazos. Ahí vino al mundo Jaime Amenábar el Grande. Todos los músicos tiene su historia propia.

FICHA DEL FESTEJO
Lunes, 1 de agosto e 2016. Azpeitia. 3ª y última de feria. 3.400 almas. Soleado, templado. Dos horas y veinticinco minutos de función.
Seis toros de Pedraza de Yeltes (Luis Uranga).
Rafaelillo, que sustituyó a Manuel Escribano, saludos tras un aviso en los dos.
Curro Díaz, vuelta al ruedo y ovación.
Joselito Adame, silencio tras aviso y una oreja.
Un gran puyazo de Juan José Esquivel al cuarto. Notables pares de Miguel Martín y Fernando Sánchez.

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